No hay muchas buenas noticias que llegan de Oriente Medio en los últimos años y tampoco son muchas las que sorprenden. En esta última categoría hay que incluir la victoria del reformista Masoud Pezeshkian, de 69 años, en las elecciones presidenciales de Irán. Su misma presencia en la lista de candidatos permitidos por el régimen parecía un error del sistema. Su perfil no muy conocido, a pesar de ser diputado y de haber sido ministro de Sanidad tiempo atrás hasta 2005, hacía pensar que estaba ahí sólo para cumplir el expediente.
Nadie sabía por qué había recibido el visto bueno oficial para ser candidato. Otros reformistas más conocidos, y por tanto con más posibilidades en las urnas, habían sido vetados. La única explicación posible es que fuera un truco de los conservadores para aumentar la participación electoral, que el propio líder del país, el ayatolá Jamenéi, ha considerado siempre un factor esencial para reforzar la legitimidad del régimen.
La primera vuelta confirmó los temores de Jamenéi. La participación estuvo en torno al 40%, similar a las últimas elecciones legislativas, a pesar de que los medios oficiales dictaminaban que votar era un deber para cualquier ciudadanos. El desencanto en el campo reformista estaba muy extendido como para crear una marea ciudadana en favor de algún candidato. Jóvenes y mujeres en las zonas urbanas no iban a permitir que les crearan otra vez falsas esperanzas.
La presencia de Pezeshkian entre los dos candidatos que se enfrentarían en la segunda vuelta ya fue una sorpresa. Obtuvo el 42% de los votos, cuatro puntos más que Saeed Jalili, que era el más reaccionario de los tres candidatos conservadores. Pezeshkian tuvo 10,4 millones de votos. Jalili, un millón menos. El tercer clasificado, Mohammad Baqer Ghalibaf, presidente del Parlamento y exalcalde de Teherán, recibió 3,3 millones. Si los votantes conservadores sumaban sus votos en favor de Jalili, el resultado estaba cantado.
Pezeshkian ya había sorprendido en los debates televisados antes de la primera votación haciendo críticas muy certeras a las políticas que los conservadores han impuesto en los últimos años. Sin cuestionar principios que están establecidos por Jamenéi por encima de los gobiernos, reclamó que Irán negocie con Occidente para levantar las sanciones económicas y que busque un acuerdo que inevitablemente supondría cesiones sobre el programa nuclear. Insistió en que es imposible mejorar la situación económica sin tener en cuenta la política exterior del país.
El reformista afirmó que el Gobierno debería levantar las restricciones sobre asuntos morales, una referencia a la imposición del velo y la vestimenta tradicional a las mujeres. Si bien el acoso a las mujeres se redujo durante el periodo preelectoral, había vuelto a intensificarse en los meses anteriores. Fue lo bastante hábil como para utilizar los argumentos religiosos para oponerse al maltrato de las mujeres que se niegan a aceptar las prohibiciones de la jerarquía religiosa. Dijo que no hay textos islámicos con los que se pueda justificar la obligación de cubrirse la cabeza.
Pezeshkian elogió el acuerdo nuclear con Europa y EEUU de 2015 conseguido en la presidencia del moderado Rouhaní y que los conservadores siempre han rechazado. El que fue ministro de Exteriores en esos años, Mohammad Javad Zarif, ha sido el político que más ha apoyado en público a Pezeshkian.
En la segunda vuelta, celebrada el viernes, Pezeshkian volvió a superar los pronósticos con 16,3 millones de votos, frente a los 13,5 millones de Jalili. La participación se acercó al 50%, con lo que hay que suponer que muchos iraníes que no votaron en la primera vuelta lo hicieron el viernes ante la posibilidad real de derrotar a un conservador como Jalili al que desprecian.
El régimen obtuvo al final la participación que buscaba al precio de ver derrotados a sus candidatos en el relevo del presidente Raisi, muerto en un accidente de helicóptero en mayo que terminó por alterar el dominio completo de la política iraní por los conservadores.
A corto plazo, la elección de Pezeshkian no tendrá consecuencias reales en la política exterior. Tanto las relaciones internacionales como la defensa están en manos de Jamenéi. Será interesante ver si el vencedor utilizará la pésima situación económica y el empobrecimiento de la clase media como factores en su favor para convencer al régimen de que necesita volver a las negociaciones sobre el programa nuclear.
Como en tantos otros asuntos, todo dependerá de si EEUU devuelve a Donald Trump a la Casa Blanca en noviembre. Trump fue el que acabó con el acuerdo nuclear de 2015 que tenía como objetivo aceptar un programa nuclear civil y la suspensión del enriquecimiento de uranio por encima de niveles susceptibles de utilizarse con fines militares.