42 cadáveres, incluidos los de doce menores y ocho mujeres, recuperados de las ruinas de las casas de la calle Wahda, en Ciudad de Gaza, en una de las zonas más céntricas y comerciales de la ciudad. Entre los fallecidos, el neurólogo Moeen Alalool, uno de los pocos médicos con esa especialidad en Gaza. También Ahmad Abu al-Aouf, director de medicina interna del hospital Al Shifa. La calle se encuentra en el barrio de Rimal, habitado en general por profesionales y gente con más recursos que la mayoría de los habitantes de Gaza. La distinción es irrelevante en este caso. Todos los ciudadanos de Gaza son un objetivo probable de los bombardeos.
Esta vez no fue una de las torres de oficinas y medios de comunicación las que fueron atacadas por los militares israelíes ni hubo un aviso previo. Fue un impacto directo en la noche del sábado en una zona habitada por civiles con familias numerosas que no se plantean abandonar sus casas porque no tienen otro lugar en el que refugiarse.
Un día antes, se había producido otro ataque en Al Shati que había diezmado a una familia matando a diez de sus miembros. Sólo se salvó un bebé de diez meses.
Según los datos del Ministerio de Sanidad de Gaza, 188 palestinos han perecido en esta guerra, de los que cincuenta son menores. La alta proporción de menores de edad entre las víctimas confirma que los objetivos atacados están en zonas residenciales. Además está el hecho de que Gaza cuenta con un número inusualmente alto de niños y adolescentes. Un millón de los 2,1 millones de habitantes de Gaza son menores, según Unicef. La edad media de sus habitantes es 18 años (es 30 en Israel).
«La mayoría de las víctimas civiles que vemos son de civiles que se esconden en el sótano de la casa, porque no tienen otro sitio donde ir», dice la organización Antiwars.
Atacar objetivos civiles está prohibido y constituye un crimen de guerra», ha recordado la organización israelí de derechos humanos B’tselem. Un portavoz del Ejército se limitó a decir en la tarde del domingo sobre el último ataque que se pretendía destruir los túneles excavados por Hamás en la zona y que se encontraban debajo de las casas destruidas. No dijo si la aniquilación de esa parte del barrio y el alto número de víctimas formaban parte de ese plan o si era un precio que estaban dispuestos a aceptar.
En respuesta al ataque del sábado, las milicias de Hamás lanzaron 190 cohetes sobre territorio israelí. Veinte de ellos no pasaron de Gaza. Los impactos en territorio israelí se produjeron en Beersheba y Ashkelon. Causaron daños materiales, pero no heridos. Las autoridades militares calculan que se han lanzado en torno a 3.000 cohetes en esta semana. Nueve israelíes han muerto por ellos, de los que dos son menores, y un soldado murió en un ataque sobre un vehículo militar.
Matanzas como la del sábado no son suficientes para el Gobierno israelí ni le han hecho cambiar sus prioridades. Frente a algunas especulaciones aparecidas en la prensa del país sobre un posible fin inminente de los bombardeos, Binyamín Netanyahu anunció el domingo que los ataques continuarán. «Se necesita más tiempo para cumplir los objetivos», dijo, a la vez que presumía del apoyo de los gobiernos de EEUU y otros países. Reacciones como la de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, que sólo condenó los ataques de Hamás sobre Israel, revelan que la presión sobre el Gobierno de Netanyahu es perfectamente asumible por este.
La justificación para la continuación de la ofensiva no es muy distinta a la de anteriores campañas contra Gaza (la última de esta intensidad fue en 2014). Enviar un mensaje a Hamás, degradar su capacidad para atacar territorio israelí, eliminar a su cúpula política y militar…, en definitiva, castigar con dureza a los habitantes de Gaza haciéndoles responsables de las acciones de las milicias de Hamás.
A diferencia de otras crisis, esta vez no es habitual encontrar entre los políticos del Gobierno promesas sobre la eliminación total y completa de la «infraestructura terrorista» o del Gobierno de Gaza. Los medios de comunicación no se engañan anunciando que Hamás recibirá un golpe decisivo. Algunos incluso escriben que el vencedor estratégico de este conflicto será Hamás al haber demostrado que ha sido capaz de responder con fuerza a los asaltos israelíes a la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar santo del islam, mientras el Gobierno de la Autoridad Palestina, presidido por Mahmud Abás, se limitaba a publicar comunicados que no tienen ningún efecto.
El Ejército israelí presume de haber destruido una parte importante de la red de túneles que emplean las milicias de Hamás para esconder su arsenal y moverse sin ser detectadas. Muchos lo habrán sido. Lo que es seguro es que todos serán reconstruidos.
La crisis sí ha puesto punto final a las negociaciones para formar un Gobierno alternativo al que preside Netanyahu e impedir la celebración de las quintas elecciones en dos años. Las maniobras del ultraderechista Naftali Bennett para encabezar un Gabinete que recibiera el apoyo de los partidos de la oposición fueron clausuradas por el propio político. Decidió que en la situación actual no era viable un Gobierno sin Netanyahu, el líder del Likud, el partido más votado.
El escenario político posterior a la nueva guerra contra Gaza será perfecto para Netanyahu. El resentimiento contra la población palestina de Israel y la promesa permanente de castigar a toda Gaza por los ataques con cohetes han sido dos constantes en los más de diez años de su política al frente de sucesivos gobiernos. No es aventurado afirmar que ha modelado la sociedad israelí a su imagen.