Doce millones de personas en Cachemira continúan con las comunicaciones cortadas vía internet y teléfonos móviles por la decisión del Gobierno de India, tomada en paralelo a la eliminación del estatus especial de la región de mayoría musulmana. Sólo las líneas de telefonía fija existentes en organismos oficiales han continuado en funcionamiento.
El Tribunal Supremo indio rechazó el 13 de agosto un recurso para que levantara todas estas restricciones y sólo se comprometió a revisar el caso dentro de dos semanas.
El Gobierno de Narendra Modi ha convertido a Cachemira en invisible. Es la situación más habitual en un conflicto que se originó con el fin del dominio colonial británico y la partición del subcontinente indio en 1947 y que se hizo más violento a partir de los años 80. También es la solución por defecto que toma el Gobierno indio siempre que cree que se pueden producir disturbios. El corte de comunicaciones ha ocurrido en 51 ocasiones este año y en cifras similares en años anteriores. En 2016 el apagón duró cerca de seis meses.
La que llaman la mayor democracia del mundo ha reforzado su control sobre Cachemira para ponerla al servicio de la ideología ultranacionalista de Modi, para quien la religión y cultura hindúes deben imponerse sobre las minorías del país.
Antes de que se comunicara la medida, centenares de personas fueron detenidas, quizá hasta 500 entre ellos muchos activistas locales. Sus familiares no han recibido ninguna información sobre los cargos que existen contra ellos ni dónde han sido encerrados.
Los titulares han destacado que Modi ha puesto fin a la «autonomía» de esa región, que estaba garantizada por el artículo 370 de la Constitución india. El uso de la palabra ‘autonomía’ es muy discutible en este punto. Cachemira vive desde hace décadas bajo ocupación militar. El Gobierno indio no informa de la cifra exacta de tropas desplegadas, pero se calcula que raramente baja de 500.000. Es un despliegue masivo contra la insurgencia de los grupos locales y de los grupos yihadistas armados por Pakistán, pero también sirve para castigar a la población civil.
En un artículo de hace unos días, Tariq Ali ponía en contexto la última decisión de Modi:
«Durante casi medio siglo, Cachemira ha sido gobernada por Delhi con la mayor brutalidad. En 2009, el descubrimiento de 2.700 tumbas sin identificar en tres de los 22 distritos de la región confirmó lo que se sospechaba desde hace tiempo: una historia de desapariciones y asesinatos extrajudiciales durante décadas. La tortura y violación de tanto hombres como mujeres ha sido denunciada, pero, como el Ejército indio está de hecho por encima de la ley, sus soldados actúan con impunidad al perpetrar atrocidades y nadie puede ser acusado por crímenes de guerra».
La cifra de muertes por esta guerra más citada en los medios de comunicación es de 70.000 desde 1989.
Tariq Ali cita la investigación de la antropóloga india Angana Chatterji, que recopiló sobre el terreno los testimonios de las víctimas del Ejército.
«Muchos son forzados a presenciar la violación de mujeres y niñas de sus familias. Una madre que fue obligada a presenciar la violación de su hija por militares suplicó que fuera liberada. Se negaron. Luego pidió que no la obligaran a verlo y que la dejaran irse a otra habitación o que la mataran. El soldado puso el arma en su frente, dijo que podía cumplir su deseo y la mató de un tiro antes de que procedieran a violar a su hija».
La medida impuesta por el Gobierno indio tendrá consecuencias políticas y económicas. Modi ha borrado las restricciones que impedían a los ciudadanos indios comprar propiedades a los no residentes en Cachemira. El primer ministro lo ha vendido como una forma de favorecer el desarrollo económico de la región. Su intención es también otra. Poblar de hindúes esa zona para reducir la abrumadora mayoría demográfica musulmana.
Cachemira es una de las víctimas de la forma sangrienta en que se realizó la descolonización y la creación de los estados indio y paquistaní. Aquellos estados con presencia de ambas religiones fueron divididos, pero se dieron algunas situaciones singulares en aquellos lugares donde los gobernantes locales –los maharajás controlados por el imperio británico– eran de una religión distinta a la de la mayoría de la población.
Es lo que sucedió en Cachemira donde el maharajá era hindú y el 80% de sus habitantes, musulmán. El Gobierno de Nehru envió a sus tropas y presionó al dignatario local para que firmara la inclusión de la mayor parte de Cachemira en el nuevo Estado indio. Una parte más pequeña quedó bajo control de Pakistán.
La partición fue un desastre humanitario de proporciones aterradoras provocado por la incapacidad del colonialismo británico de poner fin a su dominio del subcontinente indio, del legado dejado por más de un siglo de utilización de los diferencias religiosas y culturales en favor de la colonización y de la desconfianza entre los líderes hindúes y musulmanes. Acabó con una cadena de ataques y represalias en la que se cree que dos millones de personas murieron en enfrentamientos o fueron asesinadas. Además, garantizó que el conflicto de Cachemira provocara dos guerras entre India y Pakistán y llegara hasta nuestros días.
Ahora, utilizando el modelo israelí que tanto admira y con el apoyo de la mayor parte de la opinión pública de su país, Modi aspira a propiciar la colonización definitiva de Cachemira, aunque el resultado sea un baño de sangre.
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Inside locked down Kashmir, a reporter finds fear and chaos. AP.
In Kashmir Move, Critics Say, Modi Is Trying to Make India a Hindu Nation. NYT.
The Silence Is the Loudest Sound. Arundhati Roy.
India’s illegal power grab is turning Kashmir into a colony. Mirza Waheed.
As India celebrates its independence, let's think about the people who don't seem to have any right now. #Kashmir pic.twitter.com/cGGoUcMbPw
— Hasan Minhaj (@hasanminhaj) August 15, 2019