China ha puesto fin oficialmente a su política de un solo hijo. Es una noticia de alcance mundial, porque, como se ha dicho muchas veces, era el mayor programa de ingeniería social del mundo. En realidad, hace ya unos cuantos años que la política no se aplicaba de forma estricta, en especial en las zonas rurales. Pero eso no quiere decir que fuera irrelevante.
La razón más citada es obvia. La decisión tomada en 1979 había conseguido ralentizar hasta cierto punto el crecimiento demográfico (hoy son 1.400 millones de chinos) al precio inevitable del envejecimiento de la población. Si el número de hijos por mujer en edad fértil estaba en 3,01 entre 1975 y 1980, en el periodo 2010-2015 había caído a 1,55, muy por debajo del nivel recomendable. Y así, la pirámide demográfica ha terminado con este aspecto nada alentador.
Eso quiere decir que la población iba a alcanzar el pico en 2030 y que comenzaría a descender a partir de ese año hasta volver a los 1.000 millones en 2100, según las previsiones demográficas a largo plazo que siempre hay que tomar con mucha cautela.
En realidad, la fertilidad ya había descendido de forma notable antes de 1979, porque el mejor método anticonceptivo es el desarrollo. Pero el Gobierno chino de la época no creía que el progreso económico fuera a estar a la altura de lo que necesitaba su sociedad.
Además del envejecimiento, había otro factor relevante, cuyas consecuencias ya se han hecho notar y que indica que el Gobierno ha llegado demasiado tarde en su giro. En especial, en las zonas rurales, pero no sólo allí, los chinos preferían tener hijos varones por toda una serie de razones. La principal, la consideración de los hombres como sustento futuro cuando los padres fueran ancianos. Las hijas tendrían que casarse e integrarse en otra familia y asumirían la responsabilidad de atender a los padres del marido.
En el campo, eso dio lugar a una horrible serie de asesinatos de bebés que habían nacido con el género ‘equivocado’. En las ciudades, el progreso tecnológico permitía no caer en ese horror y recurrir a la interrupción del embarazo cuando la ecografía daba las noticias que no se querían escuchar. Evidentemente, el Gobierno intentaba impedirlo, pero con escaso éxito.
En 2007, los medios de comunicación chinos informaron que el desequilibrio entre hombres y mujeres era ya un problema grave. Las previsiones oficiales indicaban que había 18 millones de hombres más que mujeres en la edad habitual para casarse. Para 2020, creían que esa cifra llegaría a 37 millones.
Si la cifra convencional en casi todos los países es de 105 niños por 100 niñas, entonces había en China 99 ciudades en las que la ratio era como mínimo de 125-100. Había un caso especialmente dramático, el de la ciudad de Lianyungang, con 165 niños de entre uno y cuatro años, por 100 niñas de la misma edad. La media nacional estaba en 119-100.
Ese es un problema que acompañará al país durante una generación. La ingeniería social lo tiene difícil para revertir en poco tiempo los efectos causados.
Ante la vieja tesitura de hacer el amor o la guerra, las probabilidades se giran hacia la segunda opción si los jóvenes encuentran imposible encontrar una esposa con la que formar una familia.