La matanza de San Bernardino obligó a Barack Obama a hacer algo que no quería: colocar esa tragedia en el contexto de la guerra contra ISIS. Al saberse que los dos asesinos eran musulmanes y que probablemente se sentían inspirados para cometer ese acto por la propaganda yihadista, aunque no se les conocen conexiones con grupos terroristas, el presidente de EEUU decidió presentar su estrategia en público en un discurso televisado.
El momento que mejor definió su discurso fue este:
«No deberíamos vernos arrastrados una vez más a una larga y costosa guerra sobre el terreno en Irak o Siria. Eso es lo que quieren grupos como ISIL. Saben que no pueden derrotarnos en el campo de batalla. Los combatientes de ISIL eran parte de la insurgencia a la que nos enfrentamos en Irak, pero también saben que si ocupamos territorios extranjeros, ellos pueden mantener insurgencias durante años, matando a miles de nuestras tropas, agotando nuestros recursos, y utilizando nuestra presencia para reclutar nuevos partidarios».
Queda claro lo que Obama no quiere hacer, verse embarcado contra su voluntad y de la opinión pública en otro despliegue masivo de tropas de final incierto, o quizá de un final muy probable: la derrota de ISIS con un alto coste en vidas propias para luego ver reaparecer otro grupo similar con distinto nombre que sale de las cenizas de esa guerra.
Su problema es que la opinión pública cambia, en especial cuando los políticos de la oposición, o incluso de su propio partido, y los medios de comunicación le exigen pasar a la ofensiva. ¿Con garantías de éxito? Ninguna, pero hemos visto en los últimos 14 años que eso no es necesario para lanzar una guerra.
Para apreciar la influencia de los republicanos, hay que recordar lo que decían justo después de que se conocieran los hechos de San Bernardino. Ante la posibilidad de que, como tras la matanza de Sandy Hook, se produjera un movimiento de opinión en favor de un mayor control de la venta de armas, los candidatos republicanos a la presidencia optaron por el silencio o por pedir que se rezara por las víctimas. Otra reacción sería lo mismo que ‘politizar’ la tragedia.
Pero al saberse que los asesinos tenían nombres musulmanes, y antes de que se conocieran su relación con ideas yihadistas o los países que habían visitado, todo cambió. «El horrible asesinato de ayer, después de lo ocurrido en París, demuestra que estamos en guerra, lo quiera o no la actual Administración», escribió el texano Ted Cruz.
A partir de ese momento, la ‘politización’ de la tragedia era inevitable. Cruz, Trump y Rubio acusaron a Obama tras su discurso de no afrontar la «amenaza del Islam radical», de no tener agallas para acabar con ISIS para siempre o de permitir que el sistema de inmigración no impida que lleguen a EEUU yihadistas peligrosos.
En un anuncio de Cruz, el candidato da una fórmula sencilla: «reconstruir el Ejército» (como si estuviera derruido) y «matar a los terroristas». No hay problema en Oriente Medio que no se solucione matando.
Fuera del análisis, tanto en el discurso de Obama como en las críticas, estaba el hecho de que los dos países con los que se relaciona hasta ahora a los responsables del asesinato de 14 personas no son Siria o Irak, sino Arabia Saudí y Pakistán. Eso obligaría a cuestionar las relaciones privilegiadas de EEUU con estos dos países y nadie en el establishment político norteamericano quiere ir por ese camino.
Es difícil saber si el enfoque frío y analítico de Obama surtirá efecto en la opinión pública. En el último año de su segundo mandato, es improbable que quiera embarcarse en otro despliegue militar masivo, cuando su intención era cerrar las dos guerras de Irak y Afganistán (no tanto en el último caso) como un capítulo del pasado. Aun menos, si pensamos que nadie puede ofrecerle una estrategia que le asegure que en seis meses puede acabar con ISIS sin provocar dos escenarios que EEUU no está dispuesta a aceptar: la victoria completa de Asad o el hundimiento de su régimen sin poder impedir que sean otros grupos insurgentes dominados por ideas yihadistas los que se hagan con el poder (o una partición del país al estilo de lo ocurrido en Libia).
Obama decidió que tenía que dar la cara, pero sólo para sostener que no se puede hacer otra cosa que tener paciencia. Mientras tanto, rusos y turcos juegan sus bazas contrapuestas. Obama no sabe cuál será el desenlace de esta historia, y no es el único.
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Texto íntegro del discurso de Obama.