Hace mucho tiempo, Gary Lineker decía que el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y en el que siempre gana Alemania. Viene a ser lo mismo con las elecciones vascas. Juegan un montón de partidos diferentes, incluso ahora ha aparecido una candidatura más de peso, pero siempre gana el PNV. Y eso que la última legislatura no fue precisamente una sucesión de éxitos ni de grandes eventos.
El PNV –sobre todo, el PNV de Bizkaia– se llevó un susto de muerte cuando Ibarretxe llevó su proyecto soberanista a Madrid, fue derrotado y se arriesgaba a pasar ante los tribunales. Con la siguiente convocatoria electoral, cerraron la historia, dieron las gracias a Ibarretxe por todo y pusieron a Iñigo Urkullu al frente de la nave. No hay nada más anticarismático en el mundo conocido que el lehendakari, pero qué más da cuando encabezas la candidatura del PNV.
Mucho antes de que se hablara de transversalidad en España, el PNV ya estaba allí. Mucho antes de que los dirigentes de Podemos popularizaran el concepto de hegemonía tal y como lo explicó Gramsci, el PNV había extendido su idea de hegemonía en los campos político, cultural y social vascos sin necesidad de sacar mayorías absolutas.
Patxi López gobernó cuatro años en Ajuria Enea con el apoyo del PP y siempre pareció que estaba allí con un contrato temporal. El PNV es otra cosa.
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