La inmolación del PSOE en favor de la reelección de Mariano Rajoy ha culminado este domingo con la votación del Comité Federal en favor de la abstención en la investidura que se celebrará en unos días. Si el 1 de octubre fuimos testigos del suicidio del PSOE, ahora hemos asistido al funeral. Han faltado las plañideras, pero sólo porque el resultado era el previsible desde la ejecución de Pedro Sánchez. A los militantes y votantes del partido, ya no les deben de quedar ni lágrimas.
Por 139 votos a 96, el PSOE ha decidido tirar a la basura el mensaje con el que se presentó ante los españoles en las dos últimas elecciones generales. La vieja guardia del partido, los torreblancas de El País y los dirigentes no tan viejos que aún creen que estamos en los 80 o 90 han ganado la partida.
Quizá hayan condenado al partido a atravesar una larga fase de irrelevancia en la que dejarán de aspirar a ser alternativa del gobierno, bien porque ya no pueden gobernar solos o porque se niegan a construir un Gobierno de izquierdas con Podemos. Quizá sólo hayan retrasado un año la temida comparecencia en las urnas. No lo sabemos. Sería estúpido anunciar el futuro de una época en que sólo los idiotas están seguros de lo que viene por delante.
Lo que es indudable es que el PSOE se ha demostrado incapaz de dar respuestas nuevas al escenario creado tras el fin del bipartidismo. No es el único responsable, pero se había colocado en una situación en la que todas las opciones eran malas. El PP se limitó a esperar a que el cadáver de su viejo enemigo pasara por su puerta. Ciudadanos se mostró dispuesto a pactar a su izquierda y derecha. Podemos aceptó acompañar al PSOE hasta el final, aunque de una forma tan chapucera que eso le costó un millón de votos en junio.
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