Un político que ha ganado las elecciones cuestiona la limpieza del proceso electoral. Ah, vamos, esas cosas no ocurren en el mundo real. Cierto, no ocurrían antes de Donald Trump.
In addition to winning the Electoral College in a landslide, I won the popular vote if you deduct the millions of people who voted illegally
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 27 de noviembre de 2016
Ahora es el momento de recordar con gran simpatía a todos aquellos que estaban seguros de que Trump moderaría su actitud y sus ideas después de ganar las elecciones. Hubo otros que pensaron que Trump iba a hacer una campaña diferente después de conseguir la candidatura republicana (se me puede incluir entre ellos sin problemas). En ambos casos, hay un error de concepto: no es habitual que un político abandone las ideas y estilo que le han concedido el triunfo.
Mientras el escrutinio del voto popular avanza ya sin ninguna influencia en el resultado electoral –el miércoles, Clinton superó la barrera de dos millones de votos de ventaja sobre su rival–, Trump continúa con su trabajo de construir su nueva Administración, ya con menos confusión que los primeros días. Pero alguien como él no deja de leer periódicos –no usa ordenador y, dado que le imprimen los emails que debe revisar, es posible que hagan lo mismo con artículos de medios digitales– y está atento a lo que se dice de él. En una época en que los jefes de Gobierno sólo leen resúmenes confeccionados por sus asesores, Trump sigue confiando en algunas fuentes originales, aunque sólo sea para preparar el contraataque.
El contenido del tuit no deja lugar a la interpretación. Trump cree que más de dos millones de votos fueron fraudulentos en las elecciones y que sin ellos habría ganado también el voto popular. Evidentemente, todo ese inmenso fraude electoral benefició a su adversaria. Esa declaración coloca a EEUU, que presume de ser la democracia más vieja del mundo a la altura de eso que se llama de forma despectiva república bananera. Viniendo de alguien cuyos votantes creen que su nación es la mayor demostración de perfección en la historia de la humanidad, alguien podría creer que el futuro presidente se ha vuelto loco o dedica los domingos a emborracharse y tuitear (eso tampoco; Trump no prueba el alcohol).
No tan rápido.
Los medios se han lanzado a dar la noticia con ese tuit de exactamente 140 caracteres. Al titular, muchos ni se han molestado en apuntar que Trump no aporta ni una sola prueba. En cualquier caso, es difícil ignorar una acusación tan grave viniendo del que será el presidente a partir del 20 de enero. Pero todas esas polémicas que han generado minutos de televisión y artículos no impidieron que fuera elegido, con lo que es razonable pensar que Trump cree que no le van a generar un daño inmediato.
Es muy posible que haya llegado a la conclusión de que le benefician. La mayoría de sus votantes están convencidos de que los medios de comunicación mienten y manipulan contra los republicanos. Lo importante no es que tengan razón en esto, sino que se lo crean.
Los medios cuentan con un espacio delimitado para incluir noticias. Al menos, sólo una noticia puede abrir un informativo de televisión. No es el principio de los vasos comunicantes, pero se le parece. Nuevas informaciones desplazan a otras. Lo último tiene preferencia sobre lo anterior. Lo escandaloso, lo que se sale de lo habitual, tiene preferencia sobre todo lo demás. No es un principio que aplican todos y cada uno de los medios, pero sí un número muy importante de ellos.
Este domingo, el New York Times –el periódico que, junto al New York Post, lee cada día después de levantarse a las cinco de la mañana– ofrecía una nueva historia sobre los conflictos de intereses del nuevo presidente a causa de sus intereses empresariales, esta vez en relación a sus inversiones fuera de EEUU. Esa es una historia que puede perjudicarle no sólo en los medios, sino también frente a su electorado.
Aún no se sabe exactamente cómo va a solucionar ese problema, pero ya ha dado a entender que no piensa tomar las medidas adoptadas por anteriores presidentes, que no llegaron a la Casa Blanca con su fortuna. Lo único que se sabe es que serán sus hijos quienes se ocuparán de la gestión de sus empresas, los mismos con los que pretende contar como asesores informales para lo que sea necesario. La idea de que vaya a vender su imperio empresarial parece estar descartada.
El WSJ pidió que Trump elimine cualquier sospecha de conflicto de intereses con medidas drásticas. El consejero para asuntos de ética de la Administración de George Bush denunció que los planes conocidos de Trump vulneraban todas las normas y costumbres conocidas.
La respuesta de Trump fue decir que la ley que rige a los empleados de la Administración federal en cuanto a conflictos de intereses no afecta al presidente, lo que parece ser cierto. Pero anteriores presidentes tomaron medidas para que no hubiera ninguna duda de que sus intereses económicos personales no iban a dañar la credibilidad de las decisiones del Gobierno: la venta de activos o confinarlos en un ‘blind trust’ gestionado por otras personas con las que supuestamente no tenían ningún contacto (por lo que cuentan los testimonios de la época, eso no era cierto en el caso de Lyndon Johnson).
Trump no está nada interesado en que se hable de eso, en especial si no tiene la intención de vender sus propiedades, algo muy difícil de realizar en un corto espacio de tiempo en el caso de los activos inmobiliarios. Sus votantes no leen el NYT, pero siempre es posible que se enteren de ciertas informaciones a través de lo que sale en televisión.
Montar polémicas escandalosas a través de Twitter genera titulares que desplazan a otros. Eso es algo que Trump conoce muy bien. Puede que sea el presidente de EEUU que llega al puesto con menos experiencia política de todos los tiempos, pero nadie puede negarle que conoce cómo funcionan los medios de comunicación.
Ese tuit es un buen ejemplo de esa ‘sabiduría’.