360 hombres. 130 mujeres.
360 representantes de la élite económica británica con algunos nombres de la política y la industria del espectáculo. 130 jóvenes a las que se ordenó que llevaran vestidos negros estrechos, ropa interior del mismo color y zapatos con tacones altos («zapatos NEGROS sexis»). Debían ser «altas, delgadas y guapas».
360 hombres que sólo tenían que soltar dinero en unas subastas benéficas (para ganar la oportunidad de una comida con el ministro Boris Johnson o tomar el té con el gobernador del Banco de Inglaterra) y a cambio pasárselo bien con un montón de chicas guapas. 130 mujeres que debían ayudarles a disfrutar de una agradable velada. Charlar con ellos, servirles copas, bailar en la pista… Los puntos suspensivos quedaban para la imaginación de ellos.
360 hombres con mucho dinero asistentes a un acto que obtiene grandes cantidades en Londres, con destino por ejemplo a hospitales (el pasado jueves recaudó dos millones de libras). 130 mujeres a las que se pagó 150 libras por trabajar en la fiesta, más otras 25 para el taxi.
360 hombres que tenían vía libre para conversar con las chicas en la velada, y también para tocarles el culo, las piernas, sentarles en las rodillas o invitarlas a su habitación en el Hotel Dorchester, de cinco estrellas y situado cerca de Hyde Park, donde se celebró el acto. 130 mujeres que debían soportar ese trato. Sólo si la situación se ponía realmente violenta podían pedir ayuda a alguno de los encargados.
Lo ha contado el Financial Times, que introdujo de incógnito a dos de sus periodistas para que hicieran esa noche el papel de azafatas. El artículo lo firma Madison Marriage.
El acto se llama The Presidents Club y se celebra desde hace 33 años.
«Durante seis horas, muchas de ellas tuvieron que soportar tocamientos, comentarios lascivos y constantes peticiones para que subieran a los dormitorios en el Dorchester. Contaron que los hombres metían la mano debajo de la falda; una dijo que un invitado le mostró el pene».
A una chica de 19 años, un hombre de más de 70 le preguntó si era una prostituta. Algunas de las jóvenes han contado que están convencidas de que la organización contrató a prostitutas para que formaran parte del grupo de azafatas. No han dado sus nombres en público, entre otras cosas porque les obligaron antes a firmar un acuerdo de confidencialidad que les prohíbe relatar lo que sucedió en el hotel.
«Según el relato que dieron múltiples mujeres que trabajaron esa noche, los tocamientos y abusos similares se produjeron en muchas de las mesas de la sala. Otra mujer, de 28 años, con experiencia anterior en trabajos similares, mientras miraba a los ruidosos hombres que la rodeaban, comentó que todo era muy diferente a trabajos previos en este tipo de fiestas. En otros, los hombres de vez en cuando intentaban flirtear con ella, pero nunca se había sentido incómoda o asustada. Comentó que (esta vez) le tocaron varias veces en el culo, cadera, estómago y piernas. Un invitado se lanzó sobre ella para besarla. Otro le invitó a que subiera a su habitación».
A cierta hora, algunas chicas intentaban pasar el menor tiempo posible cerca de esos hombres. Personas de la organización se ocupaban de pasear por la sala para animarles a que volvieran a interactuar con los invitados. En los baños femeninos, las que pasaban demasiado tiempo eran advertidas para que volvieran a la fiesta, cuenta el artículo.
Resulta improbable que este ensayo de orgía se celebrara por primera vez de esta forma en 2018 y que los 32 años anteriores hubiera sido un oasis de buenas maneras. A cambio de esas donaciones tan cuantiosas, los millonarios invitados tenían permiso para tocar carne y, si tenían suerte, llevarse a alguna a la cama.
Ninguno de los asistentes al evento puede alegar sorpresa. Los organizadores, aún menos. La ratio era de una mujer por cada 2,7 hombres. La fiesta era sólo para hombres. No llevaban acompañamiento femenino. De eso se ocupaba la organización, que también se responsabilizaba del vestuario para las chicas que no estaban a la altura de lo que se esperaba de ellas.
«Lo pensé cuando nos dieron la ropa», dijo una chica en una entrevista con ITV News a la pregunta de cuándo empezó a sentirse incómoda. «Teníamos que entregar los móviles. Nos dieron un vestido con falda muy corta que mostraba mucho por los lados. Mostraba una parte de los pechos. Vi a una chica con el vestido puesto y me dejó en shock. Ahí fue cuando empecé a sentirme mal».
La mayoría de los asistentes eran directivos empresariales o financieros, las piezas más codiciadas en una subasta benéfica ( aquí hay una lista con los nombres que tenían puesto reservado en las mesas). En cierto modo, una parte de la élite económica del país.
Ahora imaginemos que si ese es su comportamiento en público –aunque en un acto de asistencia reservada a invitados–, cuál será su actitud en sus respectivas compañías si surge alguna acusación de acoso sexual o conducta claramente inapropiada. Cuál será el ambiente de trabajo y qué normas, o ausencia de ellas, habrá ante cualquier situación conflictiva.
Entre los asistentes estaba el viceministro de Educación Nadhim Zahawi, cuya responsabilidad, lo crean o no, reside en asuntos relacionados con la familia y la infancia. Afirma que abandonó el acto muy pronto molesto con el cariz que estaba tomando. De momento, sólo ha recibido una «reprimenda». Luego dijo que condenaba los hechos y que nunca volvería a asistir a un acto reservado sólo para hombres. Ha tardado mucho tiempo en darse cuenta de eso.
Después de la publicación del artículo, la organización afirmó en un comunicado que sus responsables estaban «escandalizados» por lo ocurrido. «Esa conducta es totalmente inaceptable». Lo que es increíble es que demuestren tanto descaro para descargar responsabilidad en un acto que se celebró exactamente como ellos habían previsto. Y por la cantidad recaudada, seguro que lo consideraron un éxito.
No es extraño que la repercusión obtenida por el artículo del FT haya hecho que el denominado The Presidents Club anuncie que pone fin a sus actividades.
«Lo que ocurrió fue que compraron a mujeres como cebo para hombres ricos a menos de una milla de donde estamos ahora como si eso fuera una conducta aceptable. Y es completamente inaceptable», dijo en el Parlamento la diputada laborista Jess Phillips.
Las chicas tenían permiso para beber alcohol. Incluso les animaron a hacerlo si era necesario. Los hombres casi les obligaban a seguir bebiendo y unas cuantas acabaron completamente borrachas. Obviamente, eran más vulnerables en esos momentos. Todo estaba preparado para que se convirtieran en víctimas del acoso.
Por eso era una fiesta sólo para hombres.