Los resultados preliminares de las elecciones presidenciales egipcias arrojan el resultado que todo el mundo sabía que se produciría, porque todos los pasos que dio el Gobierno pretendían obtener ese resultado. Sisi tendrá su reelección con una victoria en torno al 92% de los votos con una participación cercana al 40%, según los medios públicos egipcios.
La ilegalización de los Hermanos Musulmanes y la persecución policial de miles de sus seguidores nunca fueron suficiente para el régimen. Incluso sectores y personalidades que apoyaron el golpe que llevó a Sisi al poder tenían que quedar fuera de los comicios. Todos los posibles aspirantes recibieron un tratamiento similar. El exgeneral Sami Anán fue detenido y procesado. El coronel Konsowa, condenado a seis años. Ahmed Shafik, deportado desde Emiratos y detenido hasta que se lo pensó mejor y cambió de opinión. Khaled Ali, amenazado con el procesamiento, renunció al ver que estaban deteniendo a sus seguidores. Mohamed Anuar Sadat ni se atrevió a dar el paso al tener claro qué iba a pasar con la gente que trabajara en su candidatura.
En el típico caso de sobreactuación en un régimen dictatorial, al final descubrieron que no iba a haber ni un solo candidato más en la papeleta, además del presidente. En pocos días, se montó una candidatura alternativa con Moussa Mustafa, un partidario de Sisi que ni siquiera hizo campaña.
Durante tres días, la mayoría de los colegios electorales ofrecieron un aspecto desolador en un país en que el voto es obligatorio, aunque raramente se multa a quien no vota. La campaña consistió básicamente en ofrecer dinero o comida en las zonas más pobres para que la gente se acercara a los colegios. Una bolsa de comida con aceite, arroz y azúcar era la oferta más habitual. En otros casos, pequeñas cantidades de dinero como 50 libras, equivalente a tres dólares. Los empleados jubilados de las empresas públicas recibieron el aviso de que sus pensiones dependían de su voto. Policías y soldados cumplieron con el voto obligatorio. Los funcionarios recibieron medio día libre para votar y se esperaba que volvieran al día siguiente con un dedo manchado de tinta.
Lo único que puede preocupar a Sisi es el Ejército y los servicios de inteligencia. De ahí que la candidatura del general Sami Anán fuera cortada de raíz, aunque sus posibilidades de éxito fueran nulas. Pero podía servir de banderín de enganche para los sectores del Ejército, en activo o retirados, descontentos con la incapacidad del Gobierno para acabar con la insurgencia yihadista del Sinaí, la situación económica o la decisión de entregar a Arabia Saudí dos islas en el estrecho de Tirán.
Rather than revive the economy, Egypt’s rulers have focused on the one thing they do well: repressing their citizens https://t.co/mhVYJfZF8I
— Foreign Affairs (@ForeignAffairs) 20 de octubre de 2016
Los egipcios han sido abandonados a su suerte. Cualquier tipo de presión internacional sólo va encaminada a favorecer al régimen. Los países del Golfo, en especial Arabia Saudí y los Emiratos, han financiado al Gobierno con miles de millones de dólares, aunque pronto descubrieron que un Estado disfuncional como el egipcio sólo era capaz de tragarse ese dinero para seguir en una situación similar. Trump es un gran admirador de Sisi, aunque EEUU ha retirado algunas ayudas simplemente como gesto. La Unión Europea se conforma con algunas declaraciones que, como es habitual en estos casos, sólo muestran «preocupación» por la situación de derechos humanos. El Gobierno español recibió en febrero al ministro egipcio de Exteriores al que premió con una audiencia con el rey y una invitación en el Bernabéu para ver en el palco de autoridades un partido del Real Madrid.
La única prioridad del Gobierno egipcio es la represión. La Constitución prohíbe una nueva reelección de Sisi, pero lo más probable es que sea reformada cuando se acerque el final del nuevo mandato del presidente. Todo seguirá igual, siempre que Sisi mantenga vigilado al Ejército. Esa es la única circunscripción electoral que le preocupa.
Foto: soldados egipcios vigilan la entrada a un colegio electoral en El Cairo. EFE.