R Lee Ermey, sargento de marines y actor de reparto cuya carrera es recordada por la interpretación en una película de Kubrick de lo que había sido antes, ha muerto con 74 años en California. Su trayectoria como actor no es impresionante, pero ese papel en ‘Full Metal Jacket’ le reserva un lugar especial en las películas de guerra.
Los primeros 40 minutos de la película tienen lugar en el centro de entrenamiento de los marines en la isla de Parris, en Carolina del Sur, y allí el sargento Hartman es el protagonista absoluto. Todos los demás personajes son insectos que el monstruoso marine se ocupa de pisotear hasta que alcancen el nivel que él exige con un desfile de insultos a cual más ofensivo. Blancos, negros, delgados, gordos, todos son basura que no tiene derecho a vivir. Es un sádico al servicio de una idea por la que pagará un precio muy alto.
Esa parte de la película es bastante verídica, y esa era la intención del director. La intención del instructor es despojar a esos reclutas de toda sombra de individualidad para convertirlos en máquinas de matar: «¡A Dios se la ponen dura los marines porque matamos todo lo que se pone por delante! ¡Él tiene su juego y nosotros el nuestro! ¡Para mostrarle nuestro respeto ante tal poder, llenamos el cielo con almas frescas!».
La triste realidad es que esa es la única manera de que sobrevivan en una guerra. Es eso o volver a casa en una bolsa de plástico negro.
Ermey iba a trabajar como asesor técnico de ‘Full Metal Jacket’, pero convenció a Stanley Kubrick de que era la persona idónea para el papel de Hartman con una cinta de vídeo en la que mostraba sus cualidades. En lo que era casi inaudito en una película de Kubrick, la mitad de sus diálogos eran cosecha propia, y no sacados del guión. «Para elegir a los reclutas marines, entrevistamos a centenares de tipos. Los poníamos en fila y él hacía una improvisación de su primer encuentro con el sargento instructor. No sabían qué es lo que les iba a decir, y pudimos ver su reacción. Lee salió con, no sé, como 150 páginas de insultos», contó después el director.
En otro detalle también insólito en los rodajes de Kubrick, famoso por obligar a los actores a extenuantes repeticiones de las escenas, a Ermey le valían muchas menos para dejar satisfecho al director.
«Si hiciera cien tomas de cada escena, nunca acabaría una película», dijo Kubrick a Rolling Stone, aunque sí admitía que podía hacer unas 30 si era necesario. «Lee Ermey, por ejemplo, pasaba cada momento que tenía libre con el preparador de diálogos y siempre se sabía sus frases. Supongo que la media de Lee eran siete u ocho tomas. A veces lo hacía en tres. Porque estaba preparado».
Curiosamente, Kubrick había visto a Ermey en otra película con un papel similar, pero le dijo al principio que no le parecía lo bastante duro. También había visto a Lou Gosset en ‘Oficial y caballero’ en otro personaje de sargento de marines, de donde sale la famosa frase de «en Texas sólo hay dos cosas, vacas y maricones». Le pareció que estaba muy bien, pero rechazaba ciertos toques sentimentales en el personaje, lo que vienen a ser rasgos de humanidades que no le parecían muy reales: «El mundo no es como se nos presenta en las películas de Frank Capra. La gente ama esas películas, que están hechas de forma maravillosa, pero yo no las describiría como un retrato real de la vida».
Kubrick podía ser un auténtico cabronazo como sargento de marines, es decir, como director de cine.
A diferencia de otras célebres películas de guerra como ‘Apocalypse Now’ o ‘El cazador’, es difícil considerar que ‘Full Metal Jacket’ es una película antibélica. O como ‘Senderos de gloria’. Como siempre con Kubrick, es complicado adjudicarle una etiqueta que lo defina y lo encasille.
En el desenlace, los soldados consiguen eliminar a una francotiradora vietnamita que se ha cargado a varios de ellos. Al abandonar el lugar, en un escenario infernal de fuego y destrucción, se alejan cantando una canción ridícula. «Estoy en un mundo de mierda, sí, pero estoy vivo y no tengo miedo», dice la voz en off de Joker (Matthew Modine) para cerrar la película. Al final lo que importa a un soldado no es la patria ni el Gobierno que le ha enviado allí, sino sobrevivir y que lo consiga el mayor número posible de sus compañeros. La historia la escribirán otros. «Misión cumplida», dirán.
Así es como se construyen los ejércitos que ganan las guerras, y por eso cobra sentido el maltrato continuado del sargento Hartman. Es una carnicería con unas pocas reglas que se obvian si es pertinente. Los soldados son sólo un fusil y unas botas. El sargento con la voz de Ermey es un sociópata que prepara a los reclutas para algo que carece de toda humanidad, la guerra.