Las informaciones sobre la nueva Guerra Fría y el peligro ruso son tan frecuentes que no hemos prestado atención a unos hechos recientes muy llamativos. En Armenia, ha llegado al poder un político de la oposición llamado Nikol Pashinyan que años atrás criticó con dureza la relación estrecha del Gobierno del país con Rusia.
¿Cuál ha sido la reacción de Moscú? Absoluta tranquilidad. Lo cierto es que tuvieron que pasar algunas cosas para que la crisis de Ucrania no se repitiera en otro Estado salido del fin de la URSS.
Serzh Sargsyan había controlado la política armenia desde 2008 como presidente. Al terminar su mandato en 2018 y no poder renovarlo por mandato constitucional, quiso utilizar lo que podríamos llamar la estrategia Putin y pasar a ser primer ministro, cargo que juró el 17 de abril. Las protestas populares, que comenzaron con una manifestación de sólo 150 personas, acabaron reuniendo a decenas de miles de personas en la capital, Ereván.
Sargsyan se vio obligado a dimitir. La movilización continuó y la élite gobernante que ha controlado Armenia desde los años 90 tuvo que rendirse a la evidencia y aceptó el nombramiento de Pashinyan como primer ministro.
El líder de la oposición tenía muy claras las lecciones de Ucrania, y aparentemente Putin también. Pashinyan no convirtió la revuelta popular en una movilización contra Rusia, aunque el Gobierno de Moscú había sido el principal baluarte exterior del Gobierno de Sargsyan, así como de los anteriores. Putin no presionó al Gobierno armenio para que sofocara la revuelta por la fuerza y, según todos los indicios, negó el apoyo a Sargsyan y bendijo la victoria de la oposición.
Pashinyan estuvo en contacto con la embajada rusa en Ereván y habló también con altos cargos del Ministerio ruso de Exteriores, según fuentes citadas por Reuters. El mensaje: no tenía intención de cuestionar la relación privilegiada con Moscú, con lo que no tenía sentido que le consideraran un enemigo. En la calle, los dirigentes de la oposición insistieron en que la gente sólo llevara banderas armenias. Es decir, las banderas de la UE serían contraproducentes.
Es cierto que en Ucrania sí existía el sentimiento entre una parte importante de la población de que la Unión Europea era una meta por la que merecía la pena luchar, aunque sólo fuera por la esperanza de poner fin a un sistema político caracterizado desde los 90 por la corrupción y el clientelismo (eso no ha cambiado desde entonces, por cierto). Por lo demás, es improbable que Ucrania entre en la UE en los próximos años.
En Armenia, situada en el Cáucaso sur, la UE queda muy lejos de los planes de futuro de sus habitantes.
La información de Reuters indica que no hay pruebas de la intervención directa de Moscú en ningún sentido. El hecho de que el Gobierno de Sargsyan no se decidiera a proclamar el estado de emergencia para utilizar a las fuerzas de seguridad en una solución represiva hace pensar que no tendría el apoyo ruso para dar ese paso. Porque hubo contactos entre Sargsyan y Moscú sin que aún quede muy claro de qué naturaleza.
«Aprendimos de Euromaidan (Ucrania) que una revolución no debería tener un programa internacional», dijo a Reuters un dirigente de la oposición. Si la prioridad es acabar con un Gobierno autoritario, no es muy inteligente crearse enemigos fuera del país.
Rusia ni siquiera buscó jugar una carta intermedia favorable a sus intereses. Podría haber presionado para que el viceprimer ministro Karen Karapetyan formara un Gobierno de corto recorrido hasta la convocatoria de elecciones. Karapetyan pasó cinco años en Rusia donde fue vicepresidente de Gazprombank –propiedad de Gazprom, el gigante ruso del gas– y consejero delegado de una de las filiales de la empresa. Alguien en el Kremlin debió de pensar que promover a una figura tan ligada a Gazprom, y por tanto a Rusia, no era la solución más inteligente en esos momentos.
Pashinyan, de 42 años, no es un político de la plena confianza de Moscú, aunque sólo sea porque se opuso a la entrada de Armenia en la Unión Económica de Euroasia, la organización internacional promovida por el Kremlin (Armenia también firmó un acuerdo con la UE de valor simbólico y sin consecuencias reales).
Todo esto no quiere decir que estemos ante una derrota rusa. Ambos países tienen firmados acuerdos de colaboración militar. El Gobierno armenio ha comprado armas a Rusia con créditos concedidos o avalados por Moscú. El conflicto permanente con Azerbaiyán por la provincia de Nagorno-Karabaj no permite a Armenia prescindir de la ayuda rusa. Entre otras cosas, porque Rusia también vende armas a Azerbaiyán.
La posición estratégica rusa en Armenia es sólida y no era necesario ponerla en peligro sosteniendo a un Gobierno impopular. La oposición tenía un objetivo: acabar con un poder autoritario, no convertirse en peón de la nueva Guerra Fría. A corto plazo, ambos han salido ganando.