Libia y Marruecos no son la única puerta de entrada que utilizan los migrantes subsaharianos para llegar a Europa. En condiciones igualmente difíciles, miles de ellos intentan llegar desde hace años a través de Argelia, un país con menor presencia de medios de comunicación extranjeros y que no ha dudado en decretar expulsiones masivas y lanzar campañas de propaganda contra los africanos que residen sin papeles en el país.
Un reportaje de AP ha recogido testimonios que indican que las autoridades argelinas son capaces de enviar a los migrantes a través del desierto con temperaturas que pueden provocar la muerte.
Argelia ha abandonado en el desierto a más de 13.000 personas en los últimos 14 meses, incluidas mujeres embarazadas y niños, dejándoles sin comida y agua y obligándoles a caminar, a veces amenazándoles con armas, con temperaturas de hasta 48 grados.
En Níger, a donde se dirige la mayoría, los afortunados cruzan una desolada tierra de nadie de 15 kilómetros hasta Assamaka, un pueblo que es poco más que una serie de frágiles edificios que se hunden en la arena. Otros, desorientados y deshidratados, deambulan durante días hasta que un equipo de rescate de la ONU puede encontrarlos. Un número desconocido de ellos perece en el camino. Casi todos los supervivientes, unos veinte entrevistados por AP, hablan de grupos de gente que ya no pueden seguir y que desaparecen en el Sahara.
Al igual en el Mediterráneo, el Sahara se convierte en un inmenso cementerio en el que mueren los más débiles sin que pocas veces haya información sobre su destino.
Argelia tiene una inmensa frontera en el sur con Níger y Malí por donde llegan miles de subsaharianos procedentes de esos países y de otros. Las expulsiones masivas son frecuentes. El Gobierno de Níger denunció a finales de 2017 que su vecino de norte había expulsado a más de 20.000 nigerinos desde 2013. No es que Argelia no tenga derecho a hacerlo –ambos países firmaron un acuerdo de repatriación de inmigrantes en 2014–, pero la llegada en masa de estas personas causa problemas sociales y económicos en países pobres que los gobiernos no están en condiciones de afrontar.
Nuestros titulares destacan que Europa sufre una crisis migratoria, pero no es menos cierto que los países africanos sufren problemas aún más serios, tantos los que envían a personas como los que las reciben. Argelia no recibe ayuda directa de la UE, pero su colaboración con Francia en asuntos de defensa e inteligencia es un hecho conocido desde hace años, y es probable que París haya presionado para que impidan que los subsaharianos pasen por territorio argelino en su camino hacia el norte.
2017 vivió un momento de escalada de la tensión, probablemente por las noticias sobre el calvario que sufrían los inmigrantes africanos en Libia y el progresivo cierre de esa vía de entrada hacia Europa.
En verano de 2017, el Gobierno de Argelia lanzó una campaña de propaganda contra los inmigrantes subsaharianos con un contenido similar al de la extrema derecha europea. El primer ministro, Ahmed Ouyahia, acusó a los inmigrantes de traer a Argelia «crímenes, drogas y otras plagas» y ordenó que las fuerzas de seguridad procedieran a las detenciones de los sin papeles para su posterior expulsión.
Ouyahia ya había sido antes primer ministro en dos ocasiones, es líder del segundo partido del país y está considerado muy cercano a los militares, que son el verdadero centro del poder. El presidente Buteflika, de 81 años, tiene tan mala salud desde hace varios años que a veces pasan meses sin que se le vea en público y se duda de que esté realmente al frente del país.
Un Gobierno argelino anterior que sólo duró unos meses había prometido iniciar un proceso de regularización de la población extranjera sin papeles. La llegada de Ouyahia al poder provocó un giro en esta política abortada muy pronto y un endurecimiento de la respuesta oficial a la inmigración del sur.
Fue en mayo de 2017 cuando la Organización Internacional de Migraciones comenzó a contar a los inmigrantes que llegaban a pie desde Argelia a territorio nigerino, según AP. En total, contabilizó a 11.276 personas como supervivientes de estas marchas forzadas en condiciones dramáticas. Es probable que miles murieran en el desierto.