En los primeros días tras saberse que una mujer había acusado al juez Brett Kavanaugh –elegido por Trump para un puesto vitalicio en el Tribunal Supremo– de un intento de violación ocurrido en los años 80, el presidente de EEUU se mostró inusualmente reservado. Incluso aceptó que Christine Blasey Ford presentara su testimonio ante la Comisión de Justicia del Senado que se ocupaba del proceso de confirmación del nombramiento del juez.
Más pronto que tarde, Trump iba a dejar de contenerse. Tuvo después que permitir que el FBI llevara a cabo una investigación sobre los hechos, sólo durante una semana. Lo hizo obligado por tres senadores republicanos sin cuyos votos Kavanaugh no iba a ser confirmado por el pleno del Senado.
No se ha cumplido una semana, pero ya es suficiente para Trump. En un mitin, procedió a burlarse de Blasey, que es justo lo que los senadores republicanos habían intentado no hacer, o al menos no hacer de forma evidente. Mezcló la dificultad de recordar detalles de hace décadas con algunas mentiras de cosecha propia para describir a esa mujer como alguien de quien no te puedes fiar:
«¿Cómo llegó a la casa? No lo recuerdo. ¿Cómo llegó allí? No lo recuerdo. ¿Dónde está ese lugar? No lo recuerdo. ¿Hace cuántos años ocurrió? No lo sé. No lo sé. No lo sé. No lo sé. ¿Dónde está la casa? En el piso de arriba, en el de abajo. ¿Dónde estaba? No lo sé, pero me tomé una cerveza, es lo único que recuerdo. Y la vida de un hombre ha quedado hecha pedazos. La vida de un hombre está destrozada».
La mayoría de los republicanos había intentado un complicado equilibrio entre la defensa de Kavanaugh y no menospreciar a Blasey. Todo eso empezaba a cansar a Trump. Primero, aconsejó, o quizá ordenó, al juez una actitud más beligerante para su segunda comparecencia ante la Comisión de Justicia. Kavanaugh cumplió con las instrucciones.
No era suficiente para Trump, y en el mitin dejó claro lo que había pensado desde el primer día. Él, un abstemio desde siempre, no sólo obvió los numerosos testimonios que indican que Kavanaugh era en su época de estudiante un tipo de conducta agresiva acostumbrado a emborracharse, sino que sugirió que quien había bebido era la mujer que le acusa.
Las mentiras y la manipulación de la realidad han sido una constante en numerosas declaraciones públicas de Trump. Son también un elemento nuclear de su estrategia política. Acusa a los medios de comunicación de mentir, incluso en temas en los que hay pruebas concluyentes de lo contrario, porque de esa manera inculca entre sus seguidores la idea de que todas las críticas que recibe forman parte de una campaña de sus enemigos políticos promovida por periodistas.
En el caso de una presunta violación, era cuestión de tiempo que pasara a culpar a la víctima y que convirtiera al agresor en víctima.
Con independencia del impacto que tenga esta polémica en futuros resultados electorales, todo es muy previsible en este caso. Una vez más, Trump dedica sus mensajes a los republicanos de raza blanca que están convencidos de que el sistema político les discrimina y favorece a las minorías contra toda evidencia existente. La inmigración, los programas de asistencia social a pobres y ahora los abusos que sufren las mujeres son simplemente el campo de batalla en el que los auténticos norteamericanos están siendo atacados de forma injusta.
Décadas, o siglos, de privilegios (privilegios también de clase) son desdeñados como imputaciones partidistas nada creíbles. Un hombre se comporta como un hombre –eso no impide reconocer algunos pequeños defectos a los que no se debe dar importancia– y es marginado por eso. O peor, su vida ha quedado «destrozada» porque alguien se atreve a denunciar abusos.
Y de ahí proviene esa furia incontenible contra esas presuntas élites progresistas que favorecen a mujeres, negros o latinos. Cuando hay pocos ejemplos de productos salidos de la élite tan evidentes como el juez Kavanaugh o el propio Trump, del que el NYT ha sacado nuevas pruebas que confirman lo que ya se sabía por libros y artículos, que su carrera empresarial no hubiera sido posible sin el patrimonio millonario de su padre (además de una ingeniería fiscal indistinguible del delito de fraude).
Quizá haya ido demasiado lejos. Los senadores republicanos, entre los que hay dos mujeres, de los que depende la confirmación de Kavanaugh han calificado esos comentarios de Trump como inaceptables e inauditos.
No hay que tomarlo como un indicio del sentido de su voto. No sería la primera vez en que los republicanos incómodos con las manifestaciones públicas de su presidente terminan cumpliendo sus deseos por miedo a la reacción de sus votantes.
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21.00
El FBI tenía hasta el viernes para entregar su informe sobre la denuncia contra Kavanaugh. No necesitó tanto tiempo, porque el número de testigos a los que ha entrevistado ha sido inferior al esperado. Por ejemplo, no se ha reunido con Christine Blasey Ford ni con Kavanaugh por razones que se desconocen. Según el NYT, los agentes del FBI se pusieron en contacto con diez personas y finalmente entrevistaron a nueve. Tres de ellas estuvieron esa noche en la fiesta en la que se produjo el intento de violación denunciado. No recuerdan lo que ocurrió entonces, hace más de 30 años, o no vieron nada extraño en la conducta de Kavanaugh.
Fue la Casa Blanca la que estableció las condiciones de la investigación al ordenarla al FBI. El texto íntegro de la orden no ha sido hecho público.
Dos senadores republicanos que no habían decidido aún el sentido de su voto parecieron darse por satisfechos con el informe recibido, pero no confirmaron cuál será su decisión definitiva. La interpretación más extendida es que terminarán votando a favor de la confirmación de Kavanaugh para el Tribunal Supremo, lo que puede garantizar la victoria de los republicanos si los demás votan en bloque.
«No hay nada (en el informe) que no supiéramos ya», ha dicho el senador republicano Charles Grassley en la línea en que se han expresado varios de sus compañeros de partido. Los demócratas se sienten estafados. «He leído el informe del FBI. Todo esto es una estafa. Esta investigación mínima y condicionada se ha diseñado para encubrir (el caso), no para descubrir la verdad», ha sido el comentario del senador demócrata Jeff Merkley.
Los republicanos confían en que este sábado el pleno del Senado pueda realizar la votación definitiva.
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Sobre esa furia, el programa de humor Saturday Night Live emitió un sketch especialmente certero. Matt Damon interpreta a un Kavanaugh convulsionado por la ira. Resulta divertido, pero no hay que olvidar que es una sátira basada en hechos muy reales.