Su imagen apareció el domingo en la portada de The New York Times: Amal Hussain, una niña yemení de siete años, con un caso agudo de desnutrición, tan delgada que sólo tenía ya piel y huesos. El artículo tenía un titular genérico en la web, «La tragedia de la guerra de Arabia Saudí», pero el texto y las fotos eran excepcionalmente gráficos. Contaba la historia de la hambruna que sufre Yemen después de varios años de guerra.
Pero la guerra no era la razón directa del penoso estado de niños como Amal, sino el bloqueo del país por las fuerzas navales saudíes, la destrucción de la infraestructura civil, incluida la sanitaria, y el colapso económico del país. Por eso, el titular la llamaba «la guerra de Arabia Saudí». En una decisión consciente, el periódico prefería no llamarla la guerra de Yemen, sino apuntar al principal responsable de la devastación, que está matando de hambre a los yemeníes.
Amal Hussain murió el 26 de octubre, dos días antes de que se publicara el reportaje. Su familia contó que había fallecido en un campo de refugiados a unos kilómetros del hospital donde había sido atendida sin éxito. «Tengo roto el corazón», dijo su madre llorando por teléfono al periodista del NYT. «Amal siempre estaba sonriendo. Ahora estoy preocupado por los otros niños».
Esa es la situación que viven en estos momentos un número inmenso de familias en Yemen. Unicef calcula que hay 400.000 niños en una situación similar a la de Amal, es decir, sufren casos graves de desnutrición, provocada por la falta de alimentos y agua potable a lo que se une enfermedades como la diarrea o el cólera.
The chances of survival are becoming slimmer by the day for the nearly 400,000 severe acutely malnourished children fighting for their lives in Yemen. To help children, we need access. @UNICEF_Yemen
#ChildrenUnderAttack pic.twitter.com/8EhRDJbzcz
— UNICEF (@UNICEF) 30 de octubre de 2018
La cifra real de niños amenazados por la hambruna es mucho mayor. Entre 1,8 y 2,8 millones de niños sufren «inseguridad alimentaria», lo que significa que sus familias no pueden alimentarles en condiciones o malviven con una ayuda humanitaria que es insuficiente por las dificultades para hacerla llegar a Yemen. Cualquier mínimo percance, como una diarrea, puede suponer la muerte.
En un país en que la mayoría de los funcionarios llevan un par de años sin cobrar sus salarios, la situación se ha agravado en los últimos meses por el hundimiento de la cotización de la moneda yemení. El precio de los alimentos y del combustible ha alcanzado niveles que pocos se pueden permitir.
El doctor que atendió a Amal en el hospital recomendó a la familia que la trasladara a una clínica de Médicos sin Fronteras situada a unos 20 kilómetros. En el hospital tenían que atender a otros niños que seguían llegando. La familia no tenía dinero para llegar tan lejos y volvió al campo de refugiados, donde Amal murió tres días más tarde.
En cierto modo, y por la gran repercusión que tiene una portada del NYT, Amal se convirtió en un símbolo de la destrucción sufrida por Yemen a causa de la guerra saudí. La palabra símbolo puede resultar inapropiada en este contexto, pero es inevitable. Al verla, hay que pensar en todos aquellos niños que han muerto allí sin recibir ayuda.
La imagen de Amal unos días antes de morir, como la de otros niños que aparecían en el reportaje, es insoportable, pero no es muy diferente de las que se han visto en los últimos años, sobre todo desde que se desencadenó el primer brote de cólera. La guerra de Yemen no es un conflicto completamente silenciado. Artículos como el de NYT han aparecido en muchos medios de comunicación. Pero los gobiernos de EEUU y Europa han dado vía libre a Arabia Saudí para que continuara su campaña de bombardeos contra las milicias hutíes.
Ni siquiera en este caso se han limitado a emitir comunicados que mostraran su gran preocupación. Los gobiernos occidentales han continuado vendiendo el armamento a Riad que los saudíes necesitan para seguir con los bombardeos, porque no se atreven a utilizar fuerzas de tierra e intentar ocupar Yemen para acabar con sus enemigos. Su estrategia consiste en seguir destruyendo el país desde el aire e impedir que reciba ayuda del exterior.
Recientemente, el Gobierno español confirmó que daría vía libre a 400 bombas guiadas por láser cuya venta había sido gestionada por el Gobierno anterior. Pedro Sánchez defendió la decisión por ser la más «responsable» a la hora de proteger los intereses económicos de España.
Todas las imágenes aparecidas en los medios de comunicación y en los comunicados de Unicef, algunas tan terribles como la fotografía de Amal, han tenido un efecto nulo entre aquellos que podían tomar decisiones sobre lo que estaba ocurriendo en Yemen.
Un médico citado en el reportaje del NYT mostraba al periodista su perplejidad por el gran impacto que ha tenido en todo el mundo la noticia del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. «Estamos sorprendidos que el caso de Khashoggi haya recibido tanta atención mientras millones de niños yemeníes están sufriendo. A nadie le importa nada lo que pase con ellos».
Este jueves, el Pentágono y el Departamento de Estado de EEUU reclamaron un cese de las hostilidades en los próximos 30 días para que se inicien negociaciones entre los bandos implicados en la guerra. Es la primera vez que EEUU da un paso real para hacer posible el fin de la guerra, pero no hay ninguna garantía de que sea efectivo. No se ha anunciado ningún compromiso de sancionar al Gobierno saudí si se niega a interrumpir los bombardeos.
Incluso si este aviso permite poner fin al conflicto, será demasiado tarde para Amal y las 16.000 personas que han muerto desde el inicio de esta guerra.