Las elecciones israelíes que podían haber puesto fin a la carrera de un Binyamín Netanyahu acosado por las investigaciones de corrupción han arrojado el mismo resultado de siempre, sólo que corregido y aumentado en favor del primer ministro. Se confirma que el político que trajo a Israel el ‘trumpismo’ mucho antes de la aparición de Donald Trump ha dominado a placer la política de su país en los últimos diez años y seguirá haciéndolo durante otra legislatura, a menos que los tribunales estimen lo contrario. Y ni aun así, porque se especula con que prepara una reforma legislativa que le conceda inmunidad al menos durante el tiempo que siga en el poder.
El exgeneral Benny Gantz ha reconocido su derrota, por los demás bastante obvia a la luz del escrutinio, que está al 97% a la espera de sumar los votos de militares, policías, diplomáticos y personal médico (en otros comicios, han sido unos 200.000). El Likud obtuvo el 26,2% y 35 escaños, cinco más que en 2015. La coalición construida en torno a Gantz se quedó muy cerca con el 25,9% (14.000 votos menos) y los mismos escaños. Contaba con la presencia de tres exgenerales y el partido centrista Yesh Atid (que tuvo 11 escaños en 2015).
Netanyahu puede armar una coalición de partidos de derecha y extrema derecha que llegue hasta 65 escaños en un Parlamento de 120.
El primer ministro, de 69 años, conoce perfectamente al electorado de su país. A pesar de su dominio incontestable de la política israelí, incluida la dosis necesaria de trucos sucios, aún consigue presentarse como un ‘outsider’ frente a la élite política y económica a la que asocia con una mentalidad liberal preocupada por la imagen exterior del país. Es una pura ficción, pero el votante de las clases populares está convencido de que es real y que sólo con alguien como Netanyahu el país está seguro y, lo más importante, sin necesidad de tomar ninguna decisión dramática para conseguir la paz con los palestinos. Es la idea de que ‘ya hemos ganado y es mejor que no cambie nada’ la que asegura el caudal de votos necesario en cada elección.
La victoria de Netanyahu no se puede entender sin el crecimiento de la economía israelí de los últimos años. El índice de desempleo está en mínimos históricos. El precio de ese impulso ha sido un aumento de la desigualdad y los precios, así como una grave carestía en sectores como el de la vivienda. Como en otros países, ese no ha sido un factor que haya preocupado a una mayoría del electorado.
Sólo una cosa podría poner en peligro la supremacía de Netanyahu. Una guerra que pusiera en peligro la seguridad de sus ciudadanos. Una guerra como la de 2006 contra Hizbolá en la que la incompetencia del Gobierno y la fortaleza del enemigo demostrara sin dudas que el Estado les había engañado. Por eso, el actual primer ministro siempre se ha preocupado por no provocar una guerra frente a Hizbolá, un conflicto que al movimiento chií libanés tampoco le interesa.
En estas elecciones, los manejos del Likud por debajo de la mesa también le han beneficiado. Netanyahu promovió una coalición de partidos ultraderechistas para intentar frenar el impulso del nuevo partido formado por su ministro de Educación en el Gobierno saliente, Naftali Bennett, y la ministra de Justicia, Ayelet Shaked (conocida por el anuncio irónico del perfume ‘Fascismo’). Se han quedado fuera del Parlamento con el 3,1%, aunque podrían conseguir entrar cuando se contabilice el jueves el voto de militares y soldados que están en el servicio militar. En ese caso, pasarían de cero a cuatro escaños, lo que alteraría el reparto general. Pero la idea de que Bennett y Shaked, y su mensaje racista, eran el futuro de la derecha israelí ha quedado muy tocada en estas elecciones. Por el contrario, la coalición de ultras fomentada por Netanyahu ha sacado cinco escaños. Todo le ha salido bien.
An Israeli PR firm just posted that they were behind the hidden cameras in Arab polling stations. They boasted: "the percentage of [Arab] voters dropped to 50%, the lowest seen in recent years!"
The operatives seem to have been w/ Netanyahus last night. https://t.co/axwn6cnegc pic.twitter.com/ap63znQkfI
— Raf Sanchez (@rafsanchez) 10 de abril de 2019
En el apartado de trucos sucios, el Likud también ha hecho los deberes. Miembros del partido emplearon 1.200 cámaras ocultas para espiar en los colegios electorales de zonas árabes, incluso dentro de los colegios, lo que es ilegal en Israel. Se supo muy pronto, porque esa era la idea: intimidar a los votantes.
El descenso de participación entre la comunidad israelí tuvo probablemente otras razones. En las anteriores elecciones, una novedosa coalición de partidos de la comunidad se convirtió en tercera fuerza política con once escaños. El experimento no duró mucho y ahora se partió por la mitad. Hay otra razón de fondo. Los votantes saben que el apoyo que reciban esos partidos es irrelevante. Viven dentro de una especie de cordón sanitario, porque ningún partido que se identifique como sionista –es decir, todos los demás– quiere o se atreve a pactar con ellos. La idea de que no merece la pena votar está muy arraigada entre ellos.
La tasa de participación en las elecciones fue del 67,8%. En las zonas árabes, escasamente superó el 50%.
Frente al argumento, ampliamente extendido en Europa y en una minoría de Israel, de que el sistema político está condenado a a instaurar un apartheid de facto (es decir, un territorio donde millones de habitantes viven bajo el control militar y sin gozar de derechos políticos), Netanyahu ha convencido a los votantes de que no tienen nada de lo que disculparse y que podrán seguir así hasta el fin de los tiempos. La democracia liberal es sólo una herramienta más del sistema, pero no la más importante.
La coyuntura exterior de los últimos años ha favorecido a Netanyahu. Los israelíes ven que dirigentes como Trump, Putin, Xi, Erdogan o Modi dirigen sus países con el mismo estilo de Netanyahu y nada valoran más que los hombres fuertes que imponen su voluntad sobre otros partidos, los tribunales de justicia y los medios de comunicación. El anuncio del traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén y el reconocimiento de la anexión del Golán por Trump les confirma a los votantes del Likud que su posición internacional es sólida. No necesitan muchos aliados, sólo los importantes.
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Resultados al 97% del escrutinio.
Likud: 35 escaños.
Azul y Blanco (coalición de Gantz): 35.
Shas (ultraortodoxos sefardíes): 8.
Partido de la Torá Unida (ultraortodoxos askenazis): 8.
Hadash-Ta’al (mayoritariamente árabe): 6.
Laboristas: 6.
Yisrael Beitenu (ultranacionalista): 5
URWP (ultranacionalista): 5.
Meretz (izquierdista): 4.
Kulanu (derecha): 4.
Ra’am Balad (árabe): 4