La derecha ha quedado entusiasmada con el magistrado Manuel Marchena. Los elogios más normales en el mundo de la justicia se quedan cortos. Los adjetivos positivos tienen que ir en grupos de tres o más. No es sólo que dirigiera con mano firme el juicio del procés, lo que a fin de cuentas era su obligación. Se ha convertido en el dique del Estado frente al independentismo, casi a la altura del rey, según las mejores hagiografías.
«Este verano debería haber en las playas camisetas con el rostro o las frases del juez Marchena», escribió el jueves el columnista de ABC Ignacio Camacho, que debió de confundir al magistrado con Beyoncé. No fue tacaño con la adoración: temple, limpieza, claridad de criterio, independencia, ecuanimidad, aplomo, mano izquierda, elegancia, paciencia, maestría jurídica, experiencia, conocimiento, madurez, flema. Todo eso aparecía en el artículo en una auténtica declaración de amor a primera vista.
En la misma línea, Ignacio Varela, columnista de El Confidencial, veía un horizonte en el que la nación agradecida se postrará ante el prócer judicial: «Algún día, en el futuro, en las facultades de Derecho se estudiará este juicio; y en muchas ciudades españoles existirá la Calle del Juez Marchena, y los niños preguntarán a sus padres quién fue ese señor». Lo primero es muy posible. Lo segundo no dejaría en muy buen lugar al magistrado y a la Justicia, que se supone que es independiente. Lo de los niños es menos creíble. Ya podrán encontrar la información que necesitan en sus móviles.
Al otro lado de la trinchera, Polònia, el programa satírico de TV3, dedicó varios ‘sketchs’ al juicio y en casi todos jueces y fiscales eran unos cómicos incompetentes y nada imparciales para diversión de la parroquia. El último era más duro: los presentaba como unas marionetas manejadas por las instituciones del Estado.
Ha llegado el momento tan temido, el fin del juicio, que va a propagar sentimientos de orfandad. «El día que se acabe este juicio dejaremos de ver a Marchena en televisión y todos nos sentiremos un poco más vulnerables», dijo El Mundo ya en marzo. Ahora están desolados sin poder llamar a Batman con el foco apuntado al cielo.
Da la impresión de que algunos están prendados del magistrado porque creen que escribirá la sentencia que ellos están esperando. Podrían llevarse un disgusto.
Tal veneración sólo se puede entender viniendo de gente que sólo han visto de Marchena la recopilación en vídeo de sus grandes frases como presidente del tribunal, de las que circulan unas cuantas en YouTube. Porque la conducta de Marchena en la vista estuvo regida no por un intento de ser el azote jurídico de los acusados –ese papel corresponde a los fiscales–, sino por conseguir una sentencia que sea aprobada por unanimidad en el tribunal –por tanto, sin votos particulares–, y reducir al mínimo las posibilidades de que prospere un recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Frente a la imagen de juez intervencionista que reflejan esos vídeos –que dan a entender que el magistrado estaba echando el aliento en la nuca a cada abogado defensor–, también los fiscales y especialmente la abogada del Estado Rosa María Seoane se han llevado su ración de cortes embarazosos. Seoane sufrió algunas de las réplicas más hirientes –en una de ellas se quedó mirando al juez cinco segundos que se hicieron eternos cuando Marchena le criticó por una pregunta– y por momentos parecía que estaba pagando que no estuviera en la sala Edmundo Bal, hoy diputado de Ciudadanos, que renunció cuando la Abogacía del Estado dejó de acusar por rebelión con el nuevo Gobierno del PSOE.
Además, en las primeras semanas de la vista la relación de Marchena con las defensas fue bastante civilizada. Ante cualquier discrepancia, el magistrado no escatimaba en los elogios a la categoría jurídica de los letrados. No vaya por esa línea, pero no dude que le tengo en la más alta estima profesional. Eso contribuyó a suavizar los conflictos.
Todo se empezó a torcer con la convocatoria de los testigos de la defensa y culminó en la jornada del 14 de mayo en la que el tribunal tomó la insólita decisión de comunicar a los medios de comunicación su malestar por esas intervenciones. Hasta el punto de que después se vio obligado a precisar a los abogados que no iba por ellos.
Marchena fue muy agresivo con Marina Roig, abogada de Jordi Cuixart, por preguntar a los secretarios generales de UGT y CCOO en Catalunya por su firma del Pacto Nacional del Referéndum. La letrada había argumentado la semana anterior que ese documento aparecía en el escrito de acusación de los fiscales previo al juicio, por lo que tenía derecho a sacarlo a colación. No le sirvió de nada.
En el día más caliente, la discusión con Benet Salellas, uno de los abogados del equipo de Roig, terminó con el letrado muy molesto y negándose a hacer más preguntas. «Pues mucho mejor», respondió cortante Marchena en una reacción impulsiva que supuso una obvia merma en su imagen de imparcialidad.
«Como sabe cualquiera de los abogados que lean este artículo, las actitudes de tono altivo, por desgracia, no son infrecuentes en nuestros tribunales», escribió en El Periódico Jordi Nieva-Fenoll, catedrático de Derecho Procesal de la Universidad de Barcelona. «Tampoco en los de otros estados. Pero deben ser abolidas de las salas de justicia. No conducen a nada, infunden temor y frustración en los participantes en los procesos y son letales para la debida práctica de la prueba testifical». Por eso, calificó de desafortunada la conducta del magistrado en esos momentos en un juicio que hasta entonces se había desarrollado en «una atmósfera en general pacífica».
52 jornadas de juicio y 422 testigos dan para mucho. Marchena tuvo amplias oportunidades de echar el freno a preguntas de defensas y acusaciones y a las respuestas de testigos, una situación muy habitual en cualquier juicio, pero que en este iba a tener múltiples interpretaciones.
«No puede usted en la pregunta formular un reproche por el hecho de haber ido a votar», avisó al fiscal Cadena por sus preguntas a una testigo que había votado el 1-O. «La fiebre no tiene trascendencia jurídica» (a una testigo de la defensa que había conseguido enfurecerle con su comentario de que llevaba un año y medio esperando a tomar un café con Cuixart, el tiempo que lleva en prisión).
«Las preguntas hay que traerlas pensadas de casa» (un toque demasiado agresivo al abogado Andreu Van der Eynde que se estaba tomando su tiempo entre pregunta y pregunta). «No empezamos bien» (la frase que se convirtió en una señal de alarma, una muletilla antes de indicar a un testigo que estaba contando sus impresiones, no los hechos). «Mire que iba bien hasta que comenzó a responder su propia pregunta» (al fiscal Javier Zaragoza, que tenía la tendencia de condicionar al testigo haciendo una pregunta que contenía la respuesta). «Pregunte al testigo lo que vio, no lo que usted cree que debió ver» (al abogado Àlex Solà por sus preguntas a un policía sobre los incidentes del 1-O).
«Usted no me puede interrumpir a mí. Yo a usted, sí» (al abogado Jordi Pina en un clásico gesto de autoridad, porque en un juicio se hace lo que manda el juez que lo preside y hay poco margen para la discusión). «Puede preguntar sobre eso, pero no puede aspirar a que la respuesta le satisfaga» (a Seoane por una sucesión de preguntas que no le iban a llevar a ninguna parte con ese testigo).
Una de las constantes en la actuación de Marchena fue impedir que los testigos eternizaran sus respuestas con opiniones personales. Las defensas tienen motivos para quejarse de que no fue tan estricto con los policías y guardias civiles que adornaron sus testimonios con expresiones tan subjetivas como la que hacía referencia a las «miradas de odio» vistas de noche en una calle con poca luz.
Marchena tuvo una intervención importante y de peso en el juicio. Por un error de manual del abogado de Vox, el juez no podía dejar preguntar al fiscal Zaragoza al mayor de los Mossos Josep Lluís Trapero sobre un asunto de la máxima importancia del que había hablado antes un comisario: la reunión de la cúpula de los Mossos con Puigdemont, Junqueras y Forn. La situación se originó porque, en uno de los enigmas más reveladores de este juicio, la Fiscalía no había llamado a declarar a Trapero y no podía preguntar por aquellos temas que no había planteado antes el abogado de la acusación popular.
El artículo 708 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal permite al presidente del tribunal hacer todas las preguntas que quiera a los testigos. Habitualmente, Marchena prefirió no hacer uso de esa prerrogativa, pero en esa ocasión estaba obligado. Hubiera sido ridículo que Trapero no pudiera hablar de una reunión a la que sí habían hecho referencia los comisarios a sus órdenes.
Xavier Melero, abogado de Joaquim Forn, es uno de los que pensaban durante el juicio que Marchena estaba siendo imparcial, es decir, «dentro de los estándares normales de lo que es un presidente de un tribunal, que no es un ser angelical, capaz de mantener un equilibrio absoluto». También comentó que, para saberlo con seguridad, habrá que esperar a la sentencia.
Será entonces cuando se compruebe si la derecha insistirá en canonizar a Marchena y los independentistas en enviarlo a los infiernos. Un juez no puede contentar a todo el mundo y hasta puede hallarse en la tesitura de no contentar a nadie.