Es una imagen que podría servir como portada de unos cuantos libros. Varios vehículos militares norteamericanos protegen un pozo petrolífero en Siria de dimensiones bastante reducidas. La vieja idea de que todo lo que hace EEUU en Oriente Medio tiene que ver con el petróleo –correcta en muchos casos, exagerada en otros– ha obtenido una prueba visual que si parece un tanto ridícula es porque se produce en la época de Donald Trump.
En realidad, esta imagen no es nueva porque los militares de EEUU llevaban tiempo en esas zonas en las que contaban con la colaboración de las milicias kurdas. Pero después de la invasión turca que ha expulsado a los kurdos de la franja norte del país con el visto bueno de Trump, se ha convertido en la única justificación oficial de esa presencia militar. El Pentágono prefiere decir que están allí para impedir que el ISIS se haga con esos pozos, aunque los restos del grupo yihadista no están ya en condiciones de ocuparse de ellos.
Toda esta situación tiene el aire ridículo de la política exterior de Trump. Antes de la guerra, la producción de crudo en Siria era muy reducida, no más de 400.000 barriles diarios. Una buena parte de los pozos de la zona este fueron destruidos por la aviación norteamericana para que ISIS no se beneficiara de ellos. Las informaciones de que ISIS era el primer grupo terrorista que contaba con los grandes ingresos obtenidos por la extracción de petróleo eran ciertas, pero fueron analizadas de forma incorrecta. El grupo obtenía muchos más ingresos por los impuestos recaudados por cualquier actividad económica en ciudades como Mosul y Raqqa.
Los militares situados en la zona aún no han recibido órdenes precisas sobre su despliegue, según CNN. No conocen los límites de su misión ni sobre quién y en qué circunstancias pueden abrir fuego. Obviamente, pueden repeler un ataque, pero no saben si todo vehículo que se les acerque debe ser afrontado como si fuera una amenaza. Si tienes tropas cerca de unidades militares sirias o rusas, no quieres que la decisión de entrar en combate dependa exclusivamente de un oficial sobre el terreno. Eso es lo que está sucediendo ahora.
En estas imágenes recientes de la agencia kurda ANHA, se puede ver a militares de EEUU junto a milicianos del YPG cerca de la localidad de Rumeilan, situada en la esquina noreste de Siria.
«Queremos quedarnos con el petróleo», dijo Trump en público. Incluso llegó a plantear que pretende implicar en su venta a empresas norteamericanas como Exxon. Ninguna corporación querrá implicarse en la exportación de una cantidad ridícula de petróleo en un lugar en disputa en el que hay fuerzas militares de varios países.
Como explica Ann Arbor, incautarse de ese petróleo no tiene ninguna base legal y podría ser considerado un crimen de guerra al aprovecharse de recursos económicos de una zona ocupada por fuerzas extranjeras. Desde el punto de vista logístico, la idea es absurda. Los puntos de destino son inviables por razones políticas o prácticas. ISIS sacaba ese petróleo en camiones cisterna que en su mayoría acababan de contrabando en Turquía, mientras otros se vendían a intermediarios que a su vez los ponían a disposición del Gobierno sirio. Todo de la forma clandestina en que se producen las cosas en la guerra.
La imagen es sólo una demostración de cómo las fuerzas militares norteamericanas se utilizan en estos momentos para alimentar el ego de su presidente.