Jeremy Corbyn afirma en un artículo que los laboristas han ganado el debate en las elecciones que les han endosado su peor resultado desde los años 30. Es una forma extraña de ganar. Si acaso, la culpa es de los votantes. Sobre los grandes cambios sufridos por el Reino Unido en los últimos años, dice: «Pero también ha aumentado el cinismo entre muchas personas que saben que las cosas no funcionan para ellos, pero no creen que eso pueda cambiar».
Si el mensaje era el correcto –al menos, esa es la premisa de Corbyn–, hay que suponer que la culpa es del mensajero, de su falta de credibilidad o de la mala recepción que han tenido sus propuestas. Será por eso que Corbyn ha anunciado que dimitirá en los primeros meses de 2020, una dimisión en diferido que no indica que el líder laborista haya entendido muy bien el veredicto de las urnas.
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— Chris Rennard #FBPE 🔶 (@LordRennard) December 15, 2019
El Brexit es el asunto que ha monopolizado con razón la atención de los británicos desde hace tres años y ha traumatizado a un sistema político que se ha mostrado incapaz de encontrar un camino que diera respuesta a la decisión de los votantes en el referéndum de 2016. Ante ese asunto a vida o muerte, Corbyn se declaró neutral en esta última campaña electoral. El electorado decidió que no podía confiar en un líder que no tenía una posición al respecto, aunque la versión real es que la tenía, pero no coincidía con la mayoritaria en su partido. A veces, los votantes tienen la capacidad de descubrir la impostura.
Los laboristas han perdido dos millones y medios de votos desde las elecciones de 2017. Lo peor para ellos es que ese descenso ha sido especialmente claro en circunscripciones del centro y norte de Inglaterra que llevaban décadas votando a ese partido, baluartes de la clase trabajadora para las que votar a los laboristas eran algo más que una tradición familiar. El Brexit y su falta de confianza en Corbyn parecen ser las razones que explican ese cambio.
Ahora está claro que los laboristas no entendieron bien el mensaje ofrecido por los votantes en 2017. Frente a unos conservadores que parecían lanzados a una victoria arrolladora y unos medios de comunicación hostiles, obtuvieron entonces un buen resultado con un programa electoral nada radical y muy conectado a las aspiraciones de la opinión pública. El análisis periodístico se centró en el descalabro de los tories de Theresa May, que perdieron la mayoría absoluta a causa de una calamitosa campaña, pero casi todos perdieron de vista el hecho de que los laboristas habían perdido y confirmado que se habían quedado sin su granero de votos de siempre, Escocia. A pesar de todo eso, Corbyn salió muy satisfecho del resultado.
A veces, una derrota precede en política a un resultado mejor. También puede ser la antesala a un fracaso mayor.
Toda nuestra atención se ha centrado en estos tres años en el espectáculo terrorífico ofrecido por los tories. Era lógico. Eran el partido que había promovido el referéndum y el principal responsable de hacer efectiva la salida de la UE. Los laboristas contaban con otro tipo de problema. Mientras los votantes tories, liberales demócratas y nacionalistas escoceses estaban firmemente asentados en una posición definida en relación al Brexit, uno de cada tres votantes laboristas había votado por abandonar la UE, en especial en esas circunscripciones de Inglaterra. Una parte de la clase media baja y trabajadora coincidía con los deseos de los votantes tories de toda la vida.
Era una situación complicada de gestionar. Exigía un esfuerzo centrado en esas zonas para explicar mejor la posición del partido a unos votantes que habían aceptado el discurso identitario propio de los conservadores. Exigía defender que las políticas propias de los tories y la evolución del sistema económico, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo en el sector industrial, no tenían que ver directamente con la pertenencia a la UE, y sí con las características de la economía británica.
El mensajero no podía ser Corbyn, que había hecho una defensa del sí a la UE tan reticente que no sonaba muy sincera. Eso agravó la guerra civil interna que han padecido los laboristas desde entonces.
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A diferencia del muy medido programa electoral de 2017, los laboristas intentaron esta vez compensar su vulnerabilidad en relación al Brexit con un auténtico diluvio de ofertas al electorado. Un ejemplo de ello fue el compromiso de facilitar para 2030 el acceso gratuito a la banda ancha en internet a toda la población. La extensión del acceso de internet a las capas más desfavorecidas de la población debería ser una prioridad para cualquier Gobierno, pero no hacerlo gratis a la clase media y media alta que sí puede permitirse ese pago.
El diseño de campaña fue absurdamente ambicioso. Se gastaron recursos cuantiosos en derrotar a candidatos tories en sus circunscripciones con el convencimiento irreal de que podían ser derrotados. Por el contrario, y excepto en los últimos días cuando ya era demasiado tarde, no se gastó lo suficiente en aquellos escaños laboristas que podían estar en riesgo al contar con muchos anteriores votantes del partido que habían apostado por el Leave en 2016.
¿A los conservadores sólo les quedaba esperar a ver pasar el cadáver con su rival confiando en que se olvidaran estos tres años de psicodrama colectivo? No exactamente. La pintoresca carrera política de Boris Johnson era motivo suficiente para subestimarle.
Una trayectoria periodística basada en la manipulación ejecutada con la displicencia de un sujeto de clase alta para el que la diversión es la gran prioridad. Una vida personal convulsa que incluyó un adulterio retransmitido en tiempo real por los medios de comunicación. La desconfianza que causaba en los líderes del partido cuando regresó al poder en 2010. Unas primarias tras la retirada de David Cameron que terminaron de forma patética con su retirada a causa de la traición su jefe de campaña y hasta entonces amigo, Michael Gove. Un paso mediocre por el Foreign Office que dejó perplejos a unos cuantos ministros europeos de Exteriores.
Tanta extravagancia ocultaba el hecho de que Johnson siempre fue muy popular entre la militancia tory y que su apoyo al Brexit en la campaña de 2016 fue un factor decisivo en la victoria del Leave en un momento en que la mayoría de los miembros del Gobierno de Cameron acataron la disciplina del partido e hicieron campaña, con mayor o menor entusiasmo, por el Remain.
Pero llegado el momento de la verdad Johnson eligió la estrategia más adecuada. Obtuvo un pequeño cambio en las condiciones del acuerdo con la Comisión Europea. No para que fuera aprobada por el Parlamento, lo que era imposible al ignorar las exigencias de los unionistas del Ulster. El objetivo era convocar elecciones cuanto antes para presentar la voluntad popular expresada en el referéndum frente a la incapacidad del Parlamento para hacer efectivo el Brexit. Es cierto que era una opción demagógica, lo que ahora se llama populista, porque nadie podía olvidar que eran los tories el partido más numeroso en la Cámara de los Comunes. En democracia, la demagogia ha sido muchas veces un combustible electoral muy efectivo.
En la campaña electoral, Johnson procedió a un giro llamativo del mensaje conservador y dio por finiquitada la época de la austeridad. Donde antes se prometía el control de las finanzas públicas, ahora se ofrecía un gran aumento del gasto público sin subir los impuestos. Contratar 20.000 policías más (la misma cifra de agentes que se había reducido desde 2010), decenas de miles de enfermeras (que no existen a menos que vengan desde el extranjero), construir 40 hospitales más (sin que se sepa de dónde saldrán los fondos). Era la forma de intentar ganarse la confianza de los votantes laboristas que habían apoyado el Brexit.
La jugada funcionó, incluso muy por encima de las expectativas de los arquitectos de la campaña tory.
Todo ello permitió que los conservadores pudieran traspasar lo que se ha llamado el ‘muro rojo’ y entrar en esas circunscripciones laboristas del norte de Inglaterra, las Midlands y Gales. Tomemos el caso del distrito de Bishop Auckland (a 37 kilómetros al sur de Sunderland) que nunca había elegido a un tory. En 2017, los laboristas retuvieron el escaño con una mayoría de sólo 502 votos sobre sus rivales (20.808-20.306). Ahora, los conservadores les superaron con facilidad por 7.962 votos (24.067-16.105). El condado de Durham había votado en un 57% a favor de la salida de la UE.
Los periodistas que acudieron a lugares como Bishop Auckland encontraron reacciones similares. Su objetivo era que el Brexit se llevara a cabo de una vez, desconfiaban de Corbyn y no sentían especial apego por la figura de Johnson. Tampoco habían prestado mucha atención al programa tory. Su prioridad era el Brexit y poner fin a estos tres años de suplicio.
Veamos el distrito de Stockton South, también en el noreste de Inglaterra. La desastrosa campaña tory de 2017 dio el escaño a los laboristas, pero por escasa diferencia, 888 votos. Ahora todo cambió. Los conservadores lo recuperaron con una ventaja de 5.260 votos. Stockton South había votado en el pasado a los tories sin ser un distrito totalmente desequilibrado en favor de uno u otro partido. El dato fundamental es que votó a favor del Leave con un 57% de los votos.
Sedgefield es un distrito conocido porque es el que representó Tony Blair como diputado durante décadas. Había votado laborista desde 1935. En estas elecciones, eligió a un conservador con el 47% de los votos. Los laboristas perdieron 17 puntos.
En distritos con un alto porcentaje de trabajadores no cualificados, los tories aumentaron de media su porcentaje de voto en seis puntos. Los laboristas cayeron 14 puntos. Es una muestra de que muchos antiguos votantes laboristas decidieron quedarse en casa.
En resumidas cuentas, los conservadores monopolizaron el voto a favor del Brexit, en buena medida por la decisión del partido de Nigel Farage de no competir en los distritos con diputados tories (allí donde se presentó el Partido del Brexit restó más votos a los laboristas que a los conservadores). El partido de Corbyn no recuperó a sus votantes proBrexit, perdió los suficientes entre los que habían votado Remain y desapareció en Escocia para acabar con un resultado desastroso.
El cambio en el escenario político británico es tan brusco que hay razones para pensar que será difícil que se repita. Boris Johnson lo sabe y por eso en su primer discurso prometió que tendría muy en cuenta las aspiraciones de aquellos que votaron tory por primera vez.
Este lunes, Johnson anunciará a los parlamentarios de su partido que destinará decenas de miles de millones de libras en los próximos cinco años a proyectos de infraestructura en las regiones arrebatadas a la izquierda. Para toda la legislatura, el Ministerio de Hacienda planea gastar 100.000 millones en obras públicas a financiar a través de deuda.
Es la clase de grandes proyectos de gasto que cuando son propuestos por los laboristas son desdeñados por los tories y los medios de comunicación como ejemplo del despilfarro con el que se arruina a todo un país.
Lo que ocurre es que esta vez el Brexit y Corbyn competían en favor de los conservadores. Fue una alianza imbatible.