La Guerra Fría no ha terminado para el Partido Popular. No va a permitir que la desaparición del Muro de Berlín le haga ignorar que el fantasma del comunismo sigue sobrevolando Europa. Por eso, Pablo Casado se apresuró a defender el veto parental impuesto por Vox con el argumento de que el Gobierno estaba «copiando las peores prácticas de Cuba». La cuenta de Twitter del PP de Madrid fue a lo clásico, que es lo que siempre funciona: publicar la imagen de Stalin sosteniendo a un niño, presumiblemente antes de lavarle el cerebro con las obras completas de Lenin.
En esa línea, el tema de Venezuela es algo más que el nuevo Gibraltar, algo que sacar del cajón cuando falla la actualidad para hacer oposición al Gobierno. Es un elemento fundamental de la estrategia del PP, que consiste en afirmar que el PSOE no sólo ha abandonado la Constitución, sino que ha vuelto a los tiempos de Largo Caballero (o a su versión más caricaturesca, la del Lenin español). Aparentemente, con la tecnócrata Nadia Calviño de vicepresidenta económica como caballo de Troya del marxismo.
El periplo nocturno de José Luis Ábalos en el aeropuerto de Barajas y su encuentro con la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, han provocado un goteo de informaciones y desmentidos que luego son desmentidos por la realidad que suponen un regalo inmejorable para la oposición, aun más en el comienzo de la legislatura. Teodoro García Egea explicó el lunes las exigencias de su partido. Entre otras, una comisión de investigación «sobre la relación entre el régimen bolivariano y el Gobierno de Sánchez». Esta vez, no era necesario sacar a colación a Stalin. De momento.
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