La derecha está confusa. Dividida. Dolida. Enfurecida, como casi siempre. «Estamos ante un fraude político, un embuste legal y un desfalco de la soberanía que no vamos a tolerar», dijo Pablo Casado sobre la reunión del Gobierno central y la Generalitat en Moncloa, esa que arrojó tan pocos titulares dignos de mención.
El mentor de Casado está aún peor, deprimido por todo lo que ocurre. «Me siento ciertamente angustiado. No me gusta nada lo que estoy viendo en la sociedad española, lo que está pasando», ha dicho José María Aznar. Derecha Prozac.
Ciudadanos viene de su Pearl Harbor electoral, el día en que los votantes los enviaron al fondo del océano. Ahora su constante defensa del imperio de la ley y la Constitución ha quedado manchada hasta el ridículo al saberse por una información de este diario que contó con un infiltrado en la Junta Electoral Central, una especie de agente doble que contribuía a preparar los recursos del partido ante el organismo del que era vocal para luego votar a favor de ellos. Es posible que hasta elogiara la calidad jurídica de esos recursos por aquello de que el amor bien entendido empieza por uno mismo.
Ahora la derecha cree que necesita invertir tiempo y dinero en un remedio de urgencia: la sociedad civil. Sí, eso que abarca a todo el mundo que no participa en las instituciones del Estado. En la izquierda, es frecuente que a eso se le llame movimientos sociales. En la derecha, el concepto está más asociado a las élites políticas y económicas. Es un plan B para momentos de crisis, es decir, cuando el PP pierde en las urnas.
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