Murtaza Hussain explica en The Intercept algunos de los retos políticos que se producirán a causa de la crisis del coronavirus en el orden político global. Uno de los frentes decisivos se dilucidará en la capacidad de los países democráticos de responder al ascenso de los modelos autoritarios como respuesta ante las grandes crisis. La pelea por escribir el relato definitivo de la emergencia sanitaria será el primer capítulo del conflicto y el ejemplo chino (supuesta máxima eficacia al precio de limitar o anular los derechos individuales), uno de los que estará en primera línea.
«Me parece insólito cuando veo a la gente en Occidente observar la respuesta china a esta pandemia y pensar que ellos han hecho un buen trabajo», dice Martin Gurri, exanalista de la CIA y autor del libro ‘The Revolt of the Public’. «Esta crisis global podría no haber ocurrido si dirigentes locales de China no hubieran mentido sobre su gravedad. La única duda ahora mismo es si sus líderes nacionales fueron engañados por sus propias estadísticas o fueron cómplices en el encubrimiento».
«Las democracias han estado muy confundidas y no han respondido (a la crisis) como debieran», añade Gurri. «Pero no debemos confundir eso con la terrible politización que se ha producido en los países autoritarios, donde la primera pregunta que se hace el Gobierno frente a una crisis no es cómo detenerla, sino cómo presentarla de la forma en que ellos salgan favorecidos».
Europa no puede decir que el modelo chino es un elemento exógeno a su sistema político, con lo que tendría pocas posibilidades de echar raíces. Esa semilla del autoritarismo ya está muy presente en países como Polonia y Hungría. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha sido muy consciente de eso desde el primer minuto y de ahí su decisión de forzar la neutralización del Parlamento, donde ya tenía mayoría absoluta, y la concesión de plenos poderes al Gobierno, que podrá aprobar leyes por decreto. Su intención es que sólo su voz se oiga en el país.