En la batalla de propaganda entre EEUU y China, todo parece transcurrir en función del estado de ánimo y los intereses personales de Donald Trump. Sería un error pensar que es el único dispuesto a extender rumores o hipótesis para desprestigiar al rival en relación a la crisis del coronavirus. El portavoz del Ministerio chino de Exteriores, Lijian Zhao, es experto en lanzar ataques de respuesta al Gobierno norteamericano, en especial en redes sociales. El 12 de marzo, escribió en Twitter que «podría haber sido el Ejército de EEUU el que trajo la epidemia a Wuhan». No aportó ninguna prueba, pero sí un par de preguntas con las que se justifican todas las conspiraciones: «¡Sean transparentes! ¡Hagan públicos sus datos!».
Las palabras de Lijian contradicen incluso la información científica facilitada por su Gobierno. Eso no importa demasiado. Es suficiente con generar dudas o promover versiones alternativas si estás siendo atacado por esa razón. Ya un mes antes, el senador republicano Tom Cotton, bien conectado con la Casa Blanca, había planteado otra hipótesis, también en Twitter: «Buena ciencia, mala seguridad (es decir, estaban investigando cosas como pruebas de diagnóstico y vacunas, pero ocurrió una fuga accidental)». De nuevo, sin pruebas.
Siempre se dice que los bulos producto de fuentes anónimas o interesadas son un peligro en las redes sociales, pero muchos políticos no tienen escrúpulos en utilizar las mismas tácticas en público para atacar a sus enemigos o defender a sus jefes. En el momento en que Cotton hizo esa afirmación, los demócratas estaban acusando a Trump de desdeñar la posibilidad de que el coronavirus pudiera convertirse en un grave problema de salud en EEUU, básicamente porque el presidente estaba haciendo precisamente eso. Buscar un enemigo exterior es un tipo de defensa que suele ser efectiva.
Ni siquiera en una situación dramática la ciencia puede avanzar tan rápido como los rumores o las informaciones no confirmadas. Tampoco está en disposición de saltar por encima de las restricciones impuestas por los gobiernos a la hora de compartir información sensible. Cuando no se sabe todo sobre un hecho, por las grietas que se encuentran puede colarse una versión mucho más misteriosa.
Continúa en eldiario.es