No es habitual encontrar altas dosis de emoción en los actos oficiales de homenaje, y eso que la música clásica pone mucho de su parte. Un ejército de altos cargos y representantes políticos. Una organización marcada por el protocolo y las jerarquías. Discursos encorsetados que transmiten obviedades con una pizca de sentimiento. Un desfile de trajes oscuros. Medios de comunicación que destacan como muy importantes detalles bastante nimios. Políticos que aprovechan a la salida para colar su mensaje de la semana y olvidarse de la razón del acto. Las recurrentes críticas a algunas mujeres por cómo van vestidas (por lo visto, sin demasiado color negro en la ropa o enseñando pierna, lo que es dramático).
El homenaje a las víctimas del coronavirus celebrado el jueves en el Palacio Real fue un reconocimiento necesario a la sociedad, en especial a aquellos que más han sufrido. Pero fue con las intervenciones de dos representantes de eso que se llama de forma pedante la sociedad civil –¿la hay de otro tipo?– cuando el acto recordó a todos con la emoción necesaria qué hemos perdido y qué debemos tener en mente para evitar que se repita una tragedia como esta. Hernando Fernández Calleja y Aroa López Martín hablaron del recuerdo por los fallecidos y de nuestra responsabilidad ante los que estuvieron en primera línea.
El momento clave de la intervención de Aroa López –enfermera y supervisora de urgencias en el Hospital Vall d’Hebron– fue cuando hizo referencia a un elogio que se ha oído mucho y que ella quiso poner en el contexto adecuado. «Hemos vivido situaciones que te dañan el alma. Porque quien había detrás de los EPIS no eran héroes. Éramos personas que se alejaban de sus familias para protegerlas de un posible contagio. Personas que salíamos del hospital cargadas con todas esas emociones, y que regresábamos a nuestro trabajo desde la soledad y el agotamiento, un día más».
Habló en nombre del personal sanitario y de los demás trabajadores que forman el imprescindible personal de apoyo y también de todos aquellos que realizaron labores esenciales fuera de los hospitales: «Fueron miles de hombres y mujeres los que cuidaban con su trabajo a los millones de españoles confinados».
Solos y agotados al final de cada jornada. Porque no hacían únicamente el trabajo profesional para el que están cualificados y por el que les pagan. Vivían situaciones que les obligaban a mucho más: «Hemos sido mensajeros del último adiós para personas mayores que morían solas, escuchando la voz de sus hijos a través de un teléfono. Hemos hecho videollamadas, hemos dado la mano y nos hemos tenido que tragar las lágrimas cuando alguien nos decía: ‘No me dejes morir solo'». La frialdad de un homenaje de Estado –porque el Estado puede llegar a ser una maquinaria muy fría– temblaba cuando Aroa López nos devolvía a todos a los momentos que nos contaron no hace muchos meses y que no podemos olvidar. Ante una enfermedad sin tratamiento ni vacuna, al personal sanitario sólo le quedaba al final coger la mano de un enfermo que ya no podía resistir más y estar a su lado para que no muriera solo.
No eran héroes ni heroínas. No contaban con superpoderes que les permitieran realizar su labor sin esfuerzo. Eran servidores públicos con los que la sociedad tiene una deuda que es muy grande, aunque no es imposible de pagar. También los políticos que asistían al acto, entre los que estaban los presidentes de todas las Comunidades Autónomas. Estos días, somos testigos de la aparición diaria de brotes que en conjunto no son alarmantes, pero que sí indican que no se puede bajar la guardia. Por la parte que toca a las Administraciones, resulta básica su detección y rastreo cuanto antes, y en ese punto los resultados están aún lejos de ser óptimos.
La Generalitat ha cambiado su sistema de rastreo para incorporar a 500 personas más que harán su labor en la Atención Primaria, como habían reclamado los profesionales sanitarios. Se trata de evitar los errores cometidos en Lleida. Madrid informa del mayor número de casos de coronavirus, pero la cifra de brotes es mínima. De momento, la duda está entre el misterio y el ocultamiento. O sencillamente que no hay un sistema de rastreo que cumpla con su función. Los profesionales alegan que no hay personal suficiente para llevarlo a cabo. El Gobierno de Díaz Ayuso se comprometió a contratar a 400 personas para reforzar la plantilla de Salud Pública (no es pedir mucho, hay 80.000 personas en las plantillas gestionadas por la Consejería de Sanidad). Luego, dijo que serían 172 y ahora en julio la cifra se ha quedado en treinta, según El País.
«Nuestra sociedad ha dado estos meses una lección de inmenso valor», dijo Felipe VI en su discurso, al demostrar «civismo, madurez, resistencia y compromiso con los demás». Es una buena idea destacarlo, si bien no se puede hacer ya balance y pensar que la pandemia ha acabado o que el riesgo de volver a los meses de marzo y abril ha desaparecido. Todo eso depende ahora de la conducta de los ciudadanos de todas las edades y de las medidas que tomen los gobiernos para rastrear los brotes y limitar los contagios. Sabiendo además que la situación puede ser mucho peor a partir del otoño.
La deuda con el personal sanitario y los fallecidos y sus familias existe y no se ha pagado con el homenaje de Estado del jueves. Aroa López recordó en qué consiste: «Quiero pedir también a los poderes públicos que defiendan la sanidad de todos. Que recuerden que no hay mejor homenaje a quienes nos dejaron que velar por nuestra salud y garantizar la dignidad de nuestras profesiones».
La sanidad de todos no nos salvará otra vez si no recibe la atención que requiere.
No valen ya aplausos como los de hace unos meses ni homenajes oficiales. Toca aprender la lección, dijo López. La pregunta con la que cerró su intervención vale para todos, para los gobiernos y para los ciudadanos: «¿Quién cuidará de nosotros si la persona que nos cuida no puede hacerlo?».
Piensen en ello este verano.