En su condición de profeta a tiempo parcial, Pablo Iglesias ofreció un consejo no solicitado en la sesión de control del 23 de septiembre. Con la intención de criticar la confluencia de opiniones del Partido Popular y Vox, auguró que el PP lo tiene muy difícil para llegar al poder por estar siguiendo la senda trazada por el partido de extrema derecha: «Han condenado su futuro a caminar con la ultraderecha y, por ello, no volverán a formar parte del Consejo de Ministros». El aviso no sentó muy bien a esos dos partidos, que acusaron al vicepresidente de pretender impedir la alternancia en el poder y de todas esas cosas que tienen lugar en Venezuela. No pensaban que una encuesta posterior iba a confirmar en cierto modo ese augurio.
En política, los sondeos cumplen una función similar a la de leer las entrañas de un ave y otras actividades no académicas del mundo antiguo. A veces, la capacidad de las encuestas de predecir el futuro no es muy diferente a las prácticas de brujos y hechiceros –como bien sabe Albert Rivera–, pero es indudable que los políticos las leen con mucha atención.
Con otras palabras, José María Aznar ha coincidido en ese análisis en varias ocasiones. Mientras Vox sea fuerte, el PP se enfrenta a un reto imposible. Este lunes, lo reiteró en un encuentro digital organizado por Nueva Economía Fórum con el prólogo que siempre recuerda por si cometemos el error de olvidarlo: «Mi legado fue un centroderecha totalmente unido. Hoy es un espacio dividido y a veces en una situación de confrontación. Ese es un factor fundamental».
Una encuesta de GAD3 para ABC confirmó ese mismo día las consecuencias de la división o, por decirlo con otras palabras, la incapacidad del PP de reunir todos los votos de la derecha española. Con respecto al mismo sondeo hecho en julio, que era muy favorable para el partido de Pablo Casado, el PP pierde 18 escaños y Vox recupera 13. El PSOE se mantiene en una cifra similar a la de las elecciones de 2019. Lo más relevante es que la suma PP, Vox y Cs se queda en 158 escaños, aún lejos de la mayoría absoluta. Seis meses después de su inicio, la pandemia no ha dado a Casado el empuje que él creía que le iba a conceder en forma de ruptura del Gobierno de coalición y adelanto de las elecciones.
El balance está claro para el columnista de ABC Ignacio Camacho. «Con ayuda de una cierta derecha obcecada en entrarle al trapo, (a Pedro Sánchez) le queda poder para rato», escribe el exdirector del periódico, para quien la división de la derecha «constituye un suicidio estratégico».
Los resultados del sondeo llevaron al ABC a titular su editorial «Una derecha dividida y perdedora». Lo segundo ha tenido que doler en la sede de Génova y confirmado los peores miedos de los barones regionales del PP, que empiezan a ponerse nerviosos por la incapacidad de Casado de neutralizar a Vox y por su decisión de apostar todo el futuro del partido a la defensa numantina de la errática política de Isabel Díaz Ayuso en Madrid.
El madrileñismo es un sello indeleble del PP, pero todo tiene un límite: «La biela floja del PP ahora mismo no es Andalucía, Galicia, Castilla y León o Murcia. Es Madrid». Es una de las opiniones (anónimas) de barones regionales citadas en un reciente artículo en El Mundo. Seguro que creen que esa pieza necesita algunos ajustes –es improbable que esos dirigentes se atrevan a criticar en público a Díaz Ayuso–, y lo que están viendo por el contrario es que la dirección del partido sigue pedaleando como loca sobre la bicicleta que ha diseñado a su gusto la presidenta de Madrid. Temen que en cualquier momento los pedales y las ruedas salten por los aires.
A corto plazo, el PP aún debe decidir qué postura tomar ante la moción de censura de Vox, que se celebrará en las próximas semanas. Es una iniciativa que perjudica al PP, pero Casado sigue dudando entre el no y la abstención. Podía haber ofrecido un mensaje de firmeza ante el intento de Santiago Abascal de ser el protagonista de una fiesta en la que el PP es el que paga la comida y las bebidas. Aznar no suele dar consejos específicos en público a Casado. Este lunes hizo una excepción, porque al chico le están fallando los reflejos. Si el expresidente fuera diputado, votaría en contra («no tengo ninguna duda»). Está «condenada al fracaso» y sólo puede servir «para consolidar la fragmentación del centroderecha y consolidar al Gobierno».
En la parte menos sorprendente de su discurso, Aznar reiteró su apoyo a Díaz Ayuso. Cree que Madrid es «un modelo de libertad y tolerancia» en España. Al mismo tiempo, está indignado por los ataques que ella recibe desde la oposición hasta el punto de que los define como un intento de «criminalización». Es difícil detectar un alto nivel de tolerancia en palabras que explican así las críticas a la actuación de una jefa de Gobierno, teniendo en cuenta además cómo se las gasta su partido con Sánchez.
Ya pueden quejarse lo que quieran los barones regionales del partido que la dirección irá hasta el martirio si es necesario con el fin de proteger a Díaz Ayuso. Lo reiteró el lunes el número dos del PP, Teodoro García Egea: «El Gobierno se centra en atacar Madrid mientras España se hunde». El PP ha elegido por su cuenta a Salvador Illa candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, así que eso le permite desprestigiar sus medidas por muy altas que sean las cifras de contagios en Madrid. Todo es una conspiración para que Illa se presente en Catalunya diciendo que ha domado al oso madrileño o algo parecido.
Si el último decreto del Gobierno para imponer restricciones a las ciudades más afectadas por el coronavirus es únicamente una trampa para cazar osos, no se explica por qué el Gobierno de Castilla y León, presidido por el PP, votó a favor de ese acuerdo y ahora ha ordenado el cierre de las ciudades de León y Palencia, que se hará efectivo el miércoles. León tiene 510 casos por 100.000 habitantes. Palencia, 536. Ambos datos son terribles, pero no tan malos como los de la Comunidad de Madrid (586). Fernando Simón ha dicho una vez más que el objetivo no es bajar de 500, sino llegar a 50. Para el PP, 500 no está tan mal.
Le preguntaron por la postura de Castilla y León a García Egea y la respuesta fue tan confusa como se espera del PP en estos tiempos de tribulación: «Es normal que se confinen ciudades. Pero en el caso de Madrid Illa ha puesto empeño». No parece descabellado que el ministro de Sanidad haya estado especialmente preocupado por la Comunidad con los peores datos de España.
Lo cierto es que, al igual que otras CCAA, Madrid ha experimentado un ligero descenso de los casos confirmados de contagios, sea por una mejora real de la situación o porque ya no se hacen pruebas a las personas que han estado en contacto con los infectados. Aun así, todavía están muy lejos de ser tranquilizadores al superar los 500 casos por 100.000 habitantes. El Gobierno de Ayuso podría haber sumado sus medidas anteriores a las dictadas por Sanidad –o ir más lejos como permite el decreto del Ministerio– para cantar victoria en las próximas semanas y alegar que todo el mérito es suyo.
Pero eso iría contra la naturaleza de Díaz Ayuso. Quiere ser la punta de lanza de la oposición al Gobierno central y eso la obliga a pedalear con todas las fuerzas hacia el borde del precipicio.