Txema Guijarro ocupa actualmente un escaño de Unidas Podemos en el Congreso por la provincia de Alicante. Cuenta con dos vidas anteriores. Una primera en la plantilla de Telefónica y una segunda, menos convencional, como asesor de campañas electorales en El Salvador y Paraguay, y después del Gobierno ecuatoriano. Y dentro de esta última, una etapa mucho más excitante que le llevó a intentar ayudar a Julian Assange y Edward Snowden cuando ambos pasaron a estar en el punto de mira del Gobierno de EEUU. El libro ‘El analista. Un espía accidental en los casos Assange y Snowden’, escrito por Héctor Juanatey y publicado por Libros del K.O., relata su experiencia saltando de crisis en crisis. Conoció muy bien al fundador de WikiLeaks, que pasó casi siete años refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres hasta que el Gobierno de Lenín Moreno le entregó a las autoridades británicas. Hoy, Assange lucha en los tribunales para no ser extraditado a EEUU.
¿Qué ocurre para que un empleado de Telefónica en un puesto cualificado con un buen sueldo acabe años después viajando por medio mundo, relacionándose con espías rusos, cubanos o ecuatorianos y metido en gestiones que no estaban en su campo profesional anterior?
La verdad es que cuando miro para atrás, pues es verdad que a uno sí le da cierto vértigo. De hecho, sale en el libro. En algún momento, yo mismo me paro y me pregunto qué carajo hago yo aquí. En realidad, todo empezó por un cierto desajuste ideológico. Yo estaba muy bien en Telefónica, tenía un buen sueldo, un trabajo que me gustaba. Pero es verdad que siempre me había martilleado un poco en la cabeza esa idea de juventud, de seguir militando en la izquierda y tratar de cambiar las cosas. Después de darle unas cuantas vueltas, en 2007 decidí salir de Telefónica. No me terminaba de dar lo que quería. Además, también había empezado la militancia política de nuevo. Más o menos en 2004 empecé a militar en el Comité de Apoyo al MST, una organización brasileña. Volví un poco a moverme en los circuitos del rojerío madrileño. De alguna forma, esas contradicciones que habían quedado más o menos aplacadas después de salir de la universidad afloraron con toda su potencia.
Empezó a trabajar en el asesoramiento a gobiernos latinoamericanos en lo que era básicamente un trabajo de despacho, un trabajo de analista. Eso no tenía nada que ver con la locura que empezó con el caso de Julian Assange. ¿Hasta qué punto se sentía capacitado para esas nuevas funciones?
La verdad es que no me sentía en absoluto capacitado. Siempre pensaba que nadie me había preparado para esto. Pero al final luego lo pensaba y decía que tampoco existen academias que enseñan estas cosas, y mucho menos cuando encima eres del otro lado, digamos, no del lado institucionalista proestablishment. Cuando estás un poco en esa resistencia más cívica, digamos que todo es a fuerza de voluntad.
Uno no deja de preguntase qué hace un analista haciendo labores casi propias de un servicio de inteligencia. Buscando un avión, no de forma ilegal, pero sí de forma clandestina, para sacar a Snowden de Moscú. ¿No tenía el Gobierno ecuatoriano diplomáticos y agentes de inteligencia para esa labor?
Seguramente sí tenían diplomáticos y operativos de inteligencia que pudieran hacerlo, pero yo creo que en el fondo fue todo una concurrencia de circunstancias, una suerte de alineación de estrellas. Yo trabajaba muy de cerca con Ricardo Patiño (ministro ecuatoriano de Exteriores), y, por ejemplo, tenía facilidades para moverme por Europa que los ecuatorianos no tenían porque yo tenía un pasaporte europeo. Luego, el manejo del inglés que yo tenía era muy bueno. El propio episodio de Snowden empieza con una gran casualidad, que es ese famoso salvoconducto (concedido por Fidel Narváez, entonces cónsul ecuatoriano en Londres). De hecho era Fidel el que estaba llamado a realizar esa tarea. Pero Fidel finalmente se tiene que ir y yo llego allí para arreglar o intentar terminar lo que él había comenzado.
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