El calendario jugó una mala pasada a Pablo Casado. El debate en el que Pedro Sánchez tenía que hacer un balance de la aplicación del estado de alarma coincidió con un momento que no se había dado desde primavera. Los datos de contagios en España resultan ser ahora menos malos que los de Alemania y otros países europeos. Eso dejaba fuera el argumento habitual del PP en su oposición al Gobierno y por eso se le notó rígido y poco suelto a Casado. Aun peor estaba Ana Pastor que en Twitter se quedó lívida cuando Sánchez destacó ese dato real: «Me pongo en la piel de las familias de los fallecidos. No tengo palabras». A Pastor, no le interesaba hablar ahora del número de contagios, como sí ha hecho otras veces. Amnesia interesada.
Casado sí tenía palabras, no las que hubiera querido, y su alternativa fue reclamar lágrimas. «En Alemania, llora una estadista. En España, se ríe un frívolo, usted». Angela Merkel no lloró en una intervención que sí fue más emotiva de lo habitual en ella. A falta de la estadística de contagios, el líder del PP creía tener ventaja en el ranking de las lágrimas.
Casado se veía escaso de argumentos y a veces en política hay que improvisar. De ahí que al escuchar a Sánchez hablar de «las fiestas del afecto», por las vacaciones navideñas, creyó ver abierto un flanco de ataque. Allí surgió el teólogo Casado: «¿Tanto le cuesta felicitar la Navidad, que es el nacimiento de Jesús? ¿En un país cristiano, en una civilización occidental?». Ad maiorem Dei gloriam.
Fue otro detalle que Casado ha copiado de la política norteamericana, esta vez por una ofensiva recurrente que surgió en 2005 en EEUU cuando Fox News y los ultraconservadores se inventaron que los progresistas decían «felices fiestas» –expresión que existe allí desde hace más de un siglo– en vez de «feliz Navidad», porque había una conspiración contra las raíces cristianas del país. Lo llamaron la «guerra contra la Navidad» y cada año le dedican unos minutos televisivos.
Para que no se produjera un conflicto cismático, Sánchez completó la frase después. «Señor Casado, felices fiestas, feliz Navidad. Y hágaselo mirar». Los diputados socialistas, convencidos de que se había impedido una guerra de religión y la convocatoria de un nuevo concilio de Trento, se levantaron a aplaudir, Casado sonrió y los diputados del PP gruñeron. En realidad, esto último ocurre en todos los plenos.
Mientras se producía esa confrontación, fuera del hemiciclo se producía otra menos grave, pero políticamente más intrigante. La ministra María Jesús Montero y el vicepresidente Pablo Iglesias mantuvieron una discusión intensa en la que un fotógrafo escuchó a Montero decir a Iglesias que no fuera «cabezón». La escena fue en una zona en la que ahora los periodistas no pueden estar, pero que fue fotografiada desde lejos por los reporteros gráficos.
Fuentes de Hacienda contaron después a EFE que se trató de «una conversación cordial entre colegas de Gobierno». Temas para discrepar no les faltan: salario mínimo, veto de desahucios o prohibición del corte de servicios básicos. Está bastante claro que si Iglesias no fuera algo «cabezón», digamos insistente, las ministras económicas preferirían dejar esas decisiones para mucho más adelante.
Sánchez estuvo bastante sobrado en toda la sesión. Parecía que había esperado tras nueve meses de encajar todos los ataques posibles para responder ahora a la oposición. Pero sobre la situación de los contagios en España y otros países dejó claro desde el principio que no hay motivo para alardear. «Ni somos mejores ni éramos peores». Claro que era también una forma de decir que lo que pasó España en la primavera no nos colocaba en la cola, lo que es discutible. «Todos los gobiernos debemos ser humildes (nadie ha dicho eso por ejemplo de Isabel Díaz Ayuso). Nadie está libre del repunte». Esto último es cierto y en España se va a descubrir dentro de muy poco.
Una vez que parece haber perdido las esperanzas de que el PP acepte pactar la renovación del CGPJ, Sánchez creía tener barra libre para burlarse de Casado. Llamó «agenda lunática» a sus ataques catastrofistas: «Es una agenda lunática donde para ustedes España no es una de las mejores veinte democracias del mundo, sino que corre el riesgo de caer en un régimen social-comunista-judeo-masónico-bolivariano». Eso por las palabras de Casado en las que este dijo no hace mucho que estaba dispuesto a arriesgar la vida por defender la libertad en España, como si Madrid fuera Caracas.
Fue al responder a Santiago Abascal cuando apuró los recursos de la ‘stand-up comedy’ poniendo cara de loco en un punto intermedio entre Andreu Buenafuente y Muchachada Nui al describir la conspiración en la que vive Vox con su denuncia de «una dictadura judeomásonica, una república comunista-bolivariana con un virus chino que nos van a meter por la sangre y que con el 5G nos van a controlar». Sólo faltó la orquesta con el toque de batería.
Los diputados del PP se picaron. Estuvieron revueltos toda la sesión. Parecían algo perplejos al ver a Sánchez riéndose de ellos. Están acostumbrados a que los socialistas hagan el papel de sujetos dolientes.
Sánchez se fue tanto del guión que se mostró perplejo cuando Inés Arrimadas dijo que no había ninguna estrategia de vacunación. «¿Es que no leen el BOE?», le respondió.
El ministro Salvador Illa presentó esa estrategia el 24 de noviembre en el Consejo de Ministros y habló de ella en la rueda de prensa posterior. Aparecía resumida en la referencia de temas discutidos que se entrega a los medios de comunicación. Pero no en el BOE del 25 de noviembre, ya que no se convirtió en ningún decreto. Moncloa confirmó luego que se había tratado de un lapsus de Sánchez.
Era el día en que, para variar, el presidente sacudía y la oposición recibía su ración de golpes. No es que esa situación vaya a durar mucho. Estamos cerca de otro periodo de pesimismo, porque la curva vuelve a girar en sentido negativo. Se confirma que los datos de contagios han cambiado de tendencia (a peor) desde el puente de diciembre. España vuelve a superar los 11.000 casos registrados en un día por primera vez desde el 26 de noviembre y la evolución de varias comunidades como Madrid, Catalunya y la Comunidad Valenciana es una vez más preocupante.
Varias CCAA pueden verse obligadas a restringir aún más las medidas acordadas para la Navidad. Algunas podrían prohibir los viajes en esas fechas para visitar a los familiares. Ya tienen el permiso del Ministerio de Sanidad para hacerlo. Si eso ocurre, habrá que convenir en que esa misión mal presentada de «salvar la Navidad» –como si eso fuera posible en mitad de una pandemia– ha fracasado.
Siempre fue una ocurrencia de algunos políticos o gobiernos con la que justificar la adopción de decisiones difíciles de vender a la opinión pública. Las pandemias no entienden de navidades ni de países cristianos, civilizaciones occidentales o duelos verbales ingeniosos en el Parlamento. Todavía hay gente que no se ha dado cuenta.