Si nos lo cuentan hace unos años, no lo creemos. El final tumultuoso de la presidencia de Donald Trump y su veto en Twitter han dejado patente el poder de las grandes corporaciones que controlan las redes sociales, lo que ha provocado que la extrema derecha crea haber descubierto que una oligarquía empresarial dirigida desde Estados Unidos amenaza las libertades en todo el mundo. No se refieren a lo que hicieron United Fruit Company, Exxon o General Electric. Están pensando en Twitter y Facebook, instrumentos que les han servido muy bien en su expansión política, como a otros, y que ahora amagan con ponerse duros contra la incitación a la violencia y la difusión de teorías de la conspiración. Ultras de todo el mundo, uníos.
La relación entre libertad de expresión y redes sociales fue el objeto de un debate online organizado el martes por la Fundación Disenso, de Vox. Fue una iniciativa más de la campaña emprendida por el partido para responder a la cancelación de la cuenta de Trump en Twitter y otras plataformas (en el caso de Facebook sólo hasta que deje este miércoles la Casa Blanca). Santiago Abascal dijo que se iba a poner en contacto con «líderes internacionales» para tratar el asunto (aún no sabemos cuáles).
De repente, el veto a Trump les ha llenado de preocupación. ¿Serán ellos los siguientes? ¿Se quedarán sin acceso a las herramientas que les permiten desdeñar a los medios de comunicación porque ya creen poder comunicarse de forma directa con sus partidarios?
La sesión tuvo de invitado a Juan Carlos Girauta, exdiputado de Ciudadanos y hoy columnista de ABC. Mostró una total sintonía con la denuncia que ha hecho Vox contra el poder de las redes sociales. Sobre si está preparando otro cambio de partido –fue militante del PSC, candidato del PP y ya ha abandonado Ciudadanos–, él ha negado que esté pensando en volver a la política. En Twitter, ese sitio tan peligroso pero del que no piensa irse, ya hay gente que hace bromas al respecto.
Los llamamientos de Trump para impedir que se reconozca el resultado oficial de las elecciones presidenciales de EEUU no han hecho mella en Girauta. Tampoco el asalto violento al Capitolio por sus seguidores más extremistas. Lo que ha hecho Twitter es una agresión a la libertad de expresión, dice, y es aun más grave que proceda de la decisión de una empresa privada. «La gran amenaza del aplastamiento del individuo no viene ahora del Estado. Resulta que quien te puede aplastar son las oligarquías», dijo con un lenguaje que antes se escuchaba más en la izquierda radical. Las multinacionales se han ganado otro enemigo donde menos lo esperaban.
Alfredo Timmermans, que fue secretario de Estado de Comunicación en el Gobierno de Aznar, incidió en esa línea. «En esas plataformas, hay una tendencia al monopolio», comentó. No es que esté equivocado. Lo que pasa es que no es habitual ver preocupación por los monopolios privados en la derecha. Siempre decían que las reglas del libre mercado impedían que pasaran esas cosas. Pero Timmermans está preocupado por algo muy concreto: «La filosofía de quitar la voz a responsables políticos ha triunfado en esas empresas y también en la sociedad». La idea de que un político como Trump se haya quedado «sin voz» es bastante discutible como mínimo.
La sobreactuación de algunas personas tras el veto digital a Trump no puede ocultar el hecho de que sí nos encontramos ante una situación nueva. Facebook y Twitter, dos empresas privadas norteamericanas, se han convertido en un escenario básico del debate político en muchísimos países. La primera, con unos beneficios de 18.000 millones de dólares en 2019, es inmensamente popular entre la población y por tanto cuenta con la máxima influencia. Varios países del Tercer Mundo han sufrido las consecuencias de la facilidad con que Facebook es un arma muy efectiva para extender la demagogia, el fanatismo y el odio a las minorías. Twitter es esencial para políticos, periodistas y otros colectivos interesados en influir en la opinión pública en Europa y EEUU.
Zephyr Teachout, una profesora norteamericana de Derecho que ha sido candidata en las primarias demócratas en Nueva York, ha escrito que el veto a Trump estaba justificado, pero al mismo tiempo destaca que es una demostración de poder privado en la esfera pública y «representa una amenaza singular a la democracia: un control privado del debate desde arriba en la plaza pública moderna». Estamos acostumbrados a estar vigilantes ante las amenazas a la libertad de expresión que proceden de los gobiernos o de los tribunales. Es menos frecuente que el peligro venga de grandes corporaciones privadas que sólo responden ante sus accionistas.
Eso no es del todo una novedad. El medio de comunicación más influyente continúa siendo la televisión, y el poder de Fox News en EEUU lo demuestra. En España, hay que ser muy iluso para creer que Twitter tiene más poder que las televisiones.
Toda esa cautela comprensible salta por los aires cuando Girauta denuncia «la ideología de unas empresas que tienen la posibilidad por primera vez en la historia de asesinar civilmente a quienes les parezca». El concepto de ‘asesinato civil’ es un tanto retorcido –le gustó tanto al exdiputado que lo repitió más tarde–, pero si lo traducimos como enviar a alguien al ostracismo social más absoluto, a su anulación como sujeto de derechos políticos, está claro que eso lleva ocurriendo desde hace siglos en muchos países, a veces con la colaboración de empresas privadas. Será que algunos no se habían dado cuenta hasta ahora.
A la hora de meterse en vena una buena dosis de hipérbole, es difícil superar a Hermann Tertsch, que también participó en el debate. El eurodiputado de Vox y experiodista describió un paisaje informativo que sólo está en su cabeza. «Ahora estamos en manos de unos matones con las manos libres (por las redes sociales), con monopolios, con todo el poder». Eso es así porque las redes han pasado a ser un instrumento de la izquierda mundial, «están siendo órganos oficiales del progresismo, de Black Lives Matter, de Biden, de Hunter Biden (el hijo del nuevo presidente de EEUU), al que están protegiendo». Es complicado saber qué lleva a pensar que una persona tan amoral como Mark Zuckerberg sea de izquierdas.
En España, los medios de comunicación «han quedado en manos de la izquierda», continuó en una filípica que sonó delirante a cualquiera que haya visto una portada del ABC o El Mundo. Tertsch no cesaba de correr en su universo paralelo. «Todos los periódicos (españoles) tienen hoy el mismo discurso». Fuera de España, lo mismo. Los artículos del venerable Frankfurter Allgemeine Zeitung, el diario de cabecera de la derecha alemana, «son idénticos a los de la prensa faldicorta berlinesa», que, por el tamaño de su falda, habrá que deducir que es de izquierdas. No muy lejos de Tertsch, Girauta sostenía que la izquierda se se ha hecho con «la hegemonía en el imaginario», con independencia de lo que signifique eso.
Hay un nuevo Komintern extendiendo su sombra siniestra por el mundo. Si la izquierda no se ha dado cuenta en un mundo en el que los países más poderosos siguen regidos por la economía de mercado y eso que siempre se ha llamado capitalismo, lo mismo esa idea sólo da para hacer chistes en Twitter con unos gifs y unos memes.