En la entrevista que le hizo el martes el director de ABC, Julián Quirós, Santiago Abascal se mostró muy contento con una de sus respuestas: «Prefiero que Iglesias me llame fascista a que me aplauda. Ya le he dado un titular». Tampoco es que la frase sea para caerse de espaldas. Las hubo mejores en la entrevista. Ni Iglesias le va a aplaudir ni a Abascal le importa en el plano personal lo que diga Iglesias. Pues al día siguiente ahí estaba el titular en la portada del periódico. El mismo que había propuesto el líder de Vox. Y eso viniendo de un partido que hizo un llamamiento público hace menos de tres meses, a través de Iván Espinosa de los Monteros, para que sus votantes convencieran a los suscriptores de ABC para que se dieran de baja. Se refería además a los ancianos («si conocéis a alguna persona mayor que siga suscrita al ABC», dijo). Es difícil imaginar un golpe bajo más vergonzoso desde un partido. Pero ya ni los directores de los periódicos se hacen respetar.
Como en cada campaña hay días en que políticos y periodistas consumen más tiempo en comentar los asuntos polémicos más calientes que en hablar de los programas que se ofrecen a los votantes. No sea que los lectores y espectadores reciban información que les pueda ser útil a la hora de votar. Algunos políticos prefieren utilizar a los medios como una de sus dianas favoritas. Eso encanta al núcleo duro de votantes, aunque no despierte mucho interés entre los indecisos.
Los políticos tienden a sobrevalorar la influencia de los medios, de la misma forma que los medios suelen sobrevalorar su influencia en la sociedad. En tiempos de polarización extrema, los partidos ven en los medios que no les bailan el agua una extensión mediática de sus rivales. No es necesario hacerse el despistado. En algunos casos, lo son, incluso abiertamente. La sorpresa es relativa.
Quejarse en campaña de los periodistas es una forma de mostrar vulnerabilidad o a veces hasta desesperación. Las declaraciones más penosas de Pablo Casado en el primer mes de la pandemia se produjeron cuando se quejó de que los medios estaban «poniendo el foco en lo positivo». No estaban reflejando «lo que estaba pasando en las morgues», decía. Ponía cara de no entenderlo. Quería más fotos de ataúdes en las portadas. Cualquier estampa tétrica le hubiera servido.
Antes que lamentarse, es más práctico plantar un mensaje en los medios y confiar en que eche raíces. La campaña madrileña ha sido la culminación de la estrategia del Gobierno de Isabel Díaz Ayuso desde el inicio de la pandemia, quizá porque estaba preparando la convocatoria electoral desde hace mucho tiempo y la moción de censura de Murcia le dio la excusa que necesitaba. Ante los terribles datos de fallecimientos en Madrid, tenía que reaccionar colocándose como víctima de una conspiración política y mediática que había ocultado que era ella quien había salvado a España, por ejemplo con la decisión del cierre de los colegios que ahora sabemos que no han sido centros masivos de contagio. Era una forma de contraatacar ante toda crítica que reciba.
Con ocasión de las amenazas a políticos, Ayuso se ha mostrado desdeñosa con las preguntas de los periodistas por creer que no hay que darles mayor importancia, incluso sugiriendo que están relacionadas con la campaña al asegurar que lo más probable es que desaparezcan a partir del 5 de mayo. Es la postura opuesta a la que tuvo su partido en 2012 cuando la amenazada fue Esperanza Aguirre. Pero los estrategas de Ayuso saben qué mensajes le benefician y cuáles no.
Mientras tanto, el PP se ocupa de apuntar a sus enemigos habituales. Al igual que ha hecho en el pasado, ha utilizado totales de entrevistas en el programa ‘La Hora de la 1’ cortados de forma que parezcan críticas partidistas. Una pregunta de la presentadora a Mónica García en la que le planteaba cómo explicaba el apoyo a Díaz Ayuso en las encuestas teniendo en cuenta el balance nefasto que la candidata hacía de su gestión fue denunciada como un ataque directo a la presidenta. Se ocuparon de ello el PP de Madrid y la representante del partido en el Consejo de RTVE. Ese es un ataque a una periodista con la intención de intimidarla que no causará ningún escándalo.
Ayuso culminó el miércoles su venganza contra Telemadrid, la única radiotelevisión pública autonómica que tiene a su Gobierno como principal enemigo. La presidenta añora los tiempos de Aguirre, cuando una pregunta incisiva de un presentador o no repetir los bulos de la conspiración del 11M eran castigadas con el ostracismo. El Gobierno de Madrid ha decidido ocuparse personalmente de la señal televisiva de los actos de la fiesta del 2 de Mayo y quitársela a Telemadrid, un paso sin precedentes en ninguna otra autonomía. Miguel Ángel Rodríguez se ocupará de que no aparezca ningún plano molesto en la retransmisión que se producirá dos días antes de la fecha de las elecciones.
Esta es también una campaña en la que Pablo Iglesias ha hablado tanto de periodismo como del programa de su partido. Además, a los periodistas les encanta preguntarle por ese tema. Está metido en una guerra abierta contra Ana Rosa Quintana. La llamó «portavoz mediático de la ultraderecha» en una entrevista. La presentadora de Telecinco respondió hecha una fiera calificándole de fascista. Con esa reacción, a partir de ese momento será difícil considerar que el suyo es un programa informativo, pero aquí todo el mundo cuenta con el derecho a tener una opinión.
Iglesias ha acusado a Quintana de mentir por decir que fue el responsable de la gestión de las residencias en la pandemia. Es cierto que el ministro de Sanidad delegó en el entonces vicepresidente la coordinación con las CCAA en ese asunto durante el primer estado de alarma. Eso permitió por ejemplo el trasvase de 300 millones a las autonomías.
Cualquier periodista conoce la diferencia entre coordinar y mandar. Las competencias siempre fueron de las CCAA, y de hecho todas tomaron decisiones sobre las residencias sin consultar al Gobierno central. Si eso no hubiera sido así, Díaz Ayuso no se las habría podido quitar a su consejero de Políticas Sociales para entregárselas al de Sanidad. Ni la Consejería de Sanidad podría haber ordenado que no se hospitalizara a los residentes ancianos enfermos, aunque luego se echara atrás al conocerse la noticia.
El candidato de Unidas Podemos ha amenazado con querellarse contra Quintana. Ya puede contratar un buen abogado, porque la falsedad en la asignación de responsabilidades políticas no está tipificada como delito. Eso sería una tragedia para los políticos.
La intensidad se ha trasladado a los platós de televisión, donde se ven escenas casi cómicas. Veamos lo que pasó en Cuatro. «Nunca había visto un vídeo electoral de un partido político señalando a periodistas en los 46 años que tengo», dijo Joaquín Prat, indignado con las críticas de Podemos a algunos periodistas. «Eso lo ha hecho Vox conmigo la semana pasada», le respondió después Javier Ruiz, «y no he visto a nadie protestar por esto». Es curioso, pero los ataques constantes de Vox a los periodistas nunca tienen tanto eco en los medios, ni siquiera cuando, como en el caso citado de ABC, son poco menos que un llamamiento al boicot económico del diario.
En los últimos días, desde las tertulias televisivas y radiofónicas los periodistas han hecho llegar a la audiencia todo tipo de comentarios emocionados sobre el daño que está haciendo la polarización extrema. A algunos sólo les ha faltado derramar unas lágrimas. Son los mismos programas en que la polarización se ofrece de la forma más pura con periodistas defendiendo como buenos soldados las posiciones de sus partidos favoritos y atacando sin piedad a los políticos que más detestan.
Habrá que convenir que los medios de comunicación ofrecen mucha información y mucho ruido en las campañas electorales. Lo segundo resulta bastante negativo, aunque hay que admitir que es consustancial en estos tiempos a la democracia, incluso a eso que se llama ahora democracia plena. Lo único que podemos tener claro es que todo lo que están viendo se multiplicará por diez en la campaña de las próximas elecciones generales.