¿Qué queda de la mayor crisis migratoria ocurrida en España, tan grave que muchos, empezando por el presidente del Gobierno, han dicho que esto no era una crisis migratoria, sino algo más grave? Veinticuatro horas después, la playa del Tarajal estaba vacía y el único flujo de personas iba en sentido contrario. 5.600 personas ya habían sido devueltas al otro lado de la frontera, muchos de ellos jóvenes que se encontraron en Ceuta sin nada que hacer. Habían pasado a España no cumpliendo las órdenes de un Gobierno, sino entusiasmados por una posibilidad que se había abierto de forma repentina: encontrar en España un trabajo –es decir, un futuro– que saben que no tendrán en su país.
También dejó imágenes que anulan el efecto de las palabras ‘asalto’ e ‘invasión’. Además de los jóvenes marroquíes que vagaban sin rumbo ya en territorio español, estaban aquellos que pensaron que podían haber muerto, que llegaron al límite de sus fuerzas. Los que fueron salvados y atendidos por policías, guardias civiles, militares o personal de Cruz Roja. Por la voluntaria que abrazó al joven roto por el esfuerzo y por el estado de sus compañeros. Por el buzo de la Guardia Civil Juan Francisco Valle que recogió a un bebé de dos meses sin saber si estaba aún vivo.
En la playa habían colocado tres blindados BMR de eficacia escasa para que se les viera en las fotos. Pero lo que quedó fue la imagen de representantes del Estado y de la sociedad que vieron en seguida que la labor que debían realizar desde el principio era estrictamente humanitaria.
Una de ellas era Luna, la voluntaria de Cruz Roja de la foto que aparece en este artículo. Lo que hizo fue consolar a alguien que estaba sufriendo. Ese tipo de cosas que hacen los seres humanos. A cambio de ser conocida a causa de la imagen, recibió insultos en las redes sociales por parte de los seguidores de la extrema derecha, que obviamente también la menospreciaron por ser mujer. Vivimos un tiempo en que pueden insultarte por ser una persona decente. Otras muchas personas decidieron responder dándole las gracias por su gesto. Es lo menos que podían hacer.
De tanto hablar de un ataque a la integridad de las fronteras de España, cabría esperar que al día siguiente existiría entre los dirigentes políticos algo parecido a un cierre de filas en favor de esa idea. No necesariamente una defensa a ultranza del Gobierno. Al menos, sí la idea de que esta es una situación que ha afectado a todos los gobiernos desde los años ochenta.
Pero tocaba la sesión de control al Gobierno en el Congreso. Había que seguir con el escenario ruidoso de costumbre. Pablo Casado pasó de preguntar nada a Pedro Sánchez y consumió casi todo su tiempo en una primera intervención con la que culpó al Gobierno de todo lo que había pasado. Hasta sacó a colación la llegada del Aquarius en 2018 en una situación que nada tuvo que ver con Marruecos. Sugirió que todo esto se produce porque Joe Biden no ha hablado por teléfono con Sánchez. «La mejor política exterior es una buena política interna», dijo en una extraña visión de las relaciones internacionales quizá basada en el concepto de que la política exterior es algo secundario a lo que no hay que dedicar mucho tiempo a menos que se pueda emplear la crisis de Venezuela para atizar al Gobierno.
Con este panorama, Sánchez apostó por seguir calentando el ambiente: «Estamos sufriendo un desafío del Gobierno de Marruecos y queremos saber de qué lado está la oposición». Era una pregunta retórica por lo escuchado en el discurso de Casado. La versión oficial del PP es que su líder había ofrecido apoyo al Gobierno. No quedó muy claro cómo. El día anterior, las cuentas en Twitter del PP y del PP madrileño habían recibido alborozadas las imágenes de los actos de vandalismo contra la comitiva de Sánchez en su visita a Ceuta.
Casado omitió comentar en la sesión su reunión telemática de hace una semana con dos dirigentes de los partidos Istiqlal y Reagrupamiento Nacional Independiente. El primero es el representante histórico del nacionalismo marroquí y por tanto rechaza radicalmente la soberanía española de Ceuta y Melilla. El segundo es un partido liberal que siempre ha estado ligado a la Corona marroquí. El presidente del PP colmó los deseos de sus interlocutores al adoptar la misma postura que el Gobierno de Rabat en el rechazo a la hospitalización en España del líder del Frente Polisario.
La jornada del miércoles comenzó con lo que ya es un clásico de la televisión en España: la entrevista de Ana Rosa Quintana a Santiago Abascal. El líder de Vox debería pensar en reclamar una aportación económica como colaborador a causa de su presencia continuada en el programa. En esta ocasión, ofreció sus divagaciones de costumbre basadas en imputaciones xenófobas y datos falsos sin que la presentadora de Telecinco se molestara en cortarle, como por ejemplo cuando repitió la mentira de que los extranjeros sin papeles reciben «pagas mayores que las de muchos españoles».
Abascal exigió la «militarización permanente de Ceuta», una ciudad que por su situación geográfica ya cuenta con una numerosa presencia militar, de las mayores del país.
La mejor respuesta a las palabras de Abascal se había producido el día anterior con las imágenes de militares y miembros de las fuerzas de seguridad atendiendo a los migrantes exhaustos o directamente salvándoles la vida. A esa hora, Abascal estaba a punto de llegar a Ceuta para hacer tiempo antes de la entrevista con Quintana. Sus partidarios fueron los que después vejaron a Luna con sus palabras. O al menos lo intentaron, porque ciertos ataques dignifican a las personas que los reciben.
El Estado tiene ahora otra tarea pendiente y es la de hacer sitio a los menores que llegaron el lunes y que legalmente no pueden ser repatriados por la fuerza. El Gobierno y las CCAA están negociando un reparto de los 200 que ya estaban en los centros de Ceuta con el objetivo de hacer sitio a los que han llegado esta semana. El Ministerio de Asuntos Sociales afirma que la «predisposición» de los gobiernos autonómicos es buena, aunque aún no se ha cerrado el acuerdo. No debería haber mucha polémica. La primera consideración que debería hacerse es que se trata de un gesto de apoyo a Ceuta, a la que no se puede castigar por estar en primera línea fronteriza.
Vox se apresuró a amenazar con retirar su apoyo al Gobierno andaluz después de que la consejera de Igualdad se mostrara favorable a albergarlos «porque son menores vulnerables que están llegando a nuestras costas». Rocío Ruiz no tardó ni 24 horas en desdecirse y afirmar que «Andalucía no puede acoger a más niños» en una demostración de la influencia de la extrema derecha en esa región. Por contarlo todo, Andalucía ya alberga a muchos más menores que otras CCAA.
En poco tiempo la situación de los menores que continúan en Ceuta pasará a ser de extrema urgencia. Este es un gran momento para que los gobiernos y los partidos demuestren algo de ese «sentido de Estado» del que tanto hablan cuando quieren pasar por responsables. Con un poco de suerte, parecerá que están a la altura de la voluntaria que atendió a alguien que necesitaba ayuda o del guardia civil que salvó a un bebé de una muerte segura. Pueden tomar ejemplo de Luna y Juan Francisco y pensar que ambos son la España a la que representan.