Hay gente que va invitada a una fiesta, no se gasta nada de dinero y no sólo se lo pasa en grande, sino que acaba convertido en el rey del momento. No es que sea un gorrón. Es que le habían llamado para asistir a una fiesta que parecía pensada para él y no se podía sentir más en casa. Mientras el anfitrión se queda en una esquina o recibiendo o despidiendo a los demás, el invitado especial está en el centro de todos los corrillos, contando los mejores chistes y recibiendo el apoyo entusiasta de gente a la que no conoce de nada. Es un poco lo que disfrutó Vox en la concentración del domingo contra los indultos de los presos del procés en la Plaza de Colón de Madrid. Si la llegan a organizar ellos, no les sale tan bien.
La cita había sido convocada por una organización llamada Unión 78 formada por personas que se representan a sí mismas. Eso es una cosa muy normal en democracia. A nadie se le exige que represente a no menos de mil o diez mil personas para formar una asociación. La cita sirvió para presionar al Partido Popular, que al principio no quería verse arrastrado a una concentración callejera hombro con hombro con la extrema derecha. Mucho menos repetir la famosa foto de Colón que le persiguió en las dos elecciones de 2019. En esta ocasión, no hubo foto conjunta de líderes, porque la mayoría de las fotos, pancartas y gritos en la zona más cercana al escenario fueron patrimonio de la extrema derecha.
En esas primeras filas, con los que habían llegado antes a Colón, la diversión estaba garantizada con las puyas al PP, además de a Sánchez. En más de una ocasión, la chavalada ultra arrastró a los demás para que gritaran «¡Casado, dónde está el máster!». No faltaba el «España una, y no 51», de rancio abolengo en las manifestaciones ultras de los años setenta. La cosa se fue un poco de madre cuando empezaron con el «PSOE, PP, la misma mierda es» hasta que algunos les pidieron que pararan.
«¡Majestad, no firme!», decía una pancarta en esas filas que revelaba un escaso conocimiento de la Constitución, pero al menos rigor desde el punto de vista ortográfico al incluir la coma del vocativo. Poner comas en las pancartas ya es un detalle digno de mención.
Los dirigentes de Vox se reunieron antes de la concentración junto a la estatua de Blas de Lezo, el marino español del siglo XVIII al que las batallas en el mar dejaron a los 26 años manco, tuerto y cojo y que ha sido adoptado por Vox como figura de referencia (otros partidos prefieren apostar por filósofos y políticos que llegaron al final de sus días con todas las extremidades en su sitio porque es raro perder un miembro en una biblioteca).
Abascal se presentó con una mascarilla imitando tela de camuflaje militar con la palabra ‘Abascal’ inscrita. Para que no quedara duda sobre quién estaba detrás de ella. «Los indultos son una traición a todos los catalanes que padecieron el golpe separatista de 2017 y que fueron abandonados a merced del separatismo», dijo a los periodistas haciendo leña del PP caído por el Gobierno de Rajoy.
Poco antes apareció Macarena Olona junto a dos exdiputados de Ciudadanos, Marcos de Quinto y Juan Carlos Girauta. Lo primero que hizo cuando estaba a la vista de los seguidores de Vox fue hacerse un selfi con ellos. Vox cree que tiene opciones de pillar votos de antiguos seguidores de Ciudadanos. Algunos de sus antiguos dirigentes decidieron hace tiempo darles cariño de la forma más apropiada en cada momento.
Hubo votantes de Vox que prefirieron centrarse más en el lado furioso que en el festivo. En un lateral de la plaza estaban los puestos fijos donde los periodistas de televisión hacían sus conexiones en directo. Antes y después del acto, los manifestantes más cercanos se dedicaron a insultar a los periodistas y en especial a una reportera de La Sexta.
En el escenario, el escritor Andrés Trapiello se empeñó en intentar desmentir la idea firmemente instalada en los medios de comunicación de una manifestación que era una secuela de la anterior convocatoria de Colón con nutrida presencia de la extrema derecha. «Lo repiten sus órganos de agitación y propaganda», dijo, dejando en mal lugar la ideología liberal que dice defender. Prácticamente en todos los medios se ha hablado de la presencia de Vox y se ha recordado la foto de la manifestación de 2019 y sus implicaciones políticas. No formaban parte de ninguna conspiración. Pero desde que Trapiello escribió que «Franco dio su golpe de Estado el 18 de julio porque Largo Caballero no pudo darlo el 17″, se ha echado al monte y no va a bajar de allí.
Trapiello fue más lejos cuando dijo que Unión 78, convocante de la cita, es una plataforma «hecha a imagen y semejanza de otra que se creó en el País Vasco, Basta Ya». La intención de presentar la manifestación como una continuación de la lucha contra el terrorismo era obvia y fue muy celebrada por los asistentes. Sin que exista ahora ninguna organización terrorista, la izquierda y los partidos nacionalistas quedaban así enclavados en el grupo de los violentos.
No fue una sorpresa que Rosa Díez insistiera en una línea similar. La expresidenta de UPyD acusó al Gobierno de Pedro Sánchez de situarse fuera de la ley, lo que convierte en ilegítimo a un Gobierno salido de las urnas. «Si el Gobierno indulta a los delincuentes, será el Gobierno de España el que esté violando la Constitución». Esa frase fue jaleada por los partidarios de Vox, entusiasmados con que alguien que no milita en su partido refrendara sus ideas.
«Los españoles de bien no lo vamos a consentir», dijo Díez. Un instante después, insistió en dividir a España en dos: «Esta manifestación de personas decentes». Los otros españoles, los que no apoyaban esta convocatoria, que bien podrían ser la mitad del país, serían los indecentes, los traidores, los que no respetan la Constitución.
Mientras los partidarios de Vox escuchaban lo que querían oír, allí al fondo estaban los dirigentes del Partido Popular. Pablo Casado no hizo declaraciones a los periodistas en la plaza, no fuera que le silbaran los de Vox. Convocó a la prensa a la puerta de su sede en la calle Génova, esa que fue rehabilitada con pagos de dinero negro, y ni aún así consiguió que no le abuchearan. Lo propio hubiera sido que sólo hablara él en ese momento como líder del partido, pero el PP de Madrid ha ganado mucho peso. También intervinieron Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida. Como era de esperar, Ayuso tenía preparada una sorpresa. No iba a dejar que otros se llevaran los titulares.
La presidenta de Madrid metió en escena a la monarquía para dejarla a los pies de los caballos. «¿Qué va a hacer el rey de España a partir de ahora? ¿Va a firmar esos indultos? ¿Le van a hacer cómplice de esto?», dijo Ayuso. Ergo, si el rey los firma, será cómplice lo quiera o no. No fue un desliz ni un «grave error», como indicó después Edmundo Bal en un tuit, sino algo perfectamente calculado para resaltar el mensaje que luego daría Rosa Díez en la manifestación y que tanto gustó a la extrema derecha. Forma parte de la estrategia del PP, que Ayuso siempre va a resaltar de forma más descarnada, de que el Gobierno está actuando contra la ley y la Constitución, y hasta arrastrando a la monarquía en su caída.
La Constitución no dice eso. Felipe VI está obligado a estampar su firma en la decisión gubernamental del indulto, como hace con otros muchos textos que le llegan del Gobierno y del Parlamento. Pero vivimos un tiempo en que la derecha ha decidido que la mitad del país está fuera de la Constitución. Y ese es un mensaje en el que Vox se encuentra muy a gusto. Están encantados de que les inviten a fiestas como esta.