La política española se olvidó de Afganistán hace mucho tiempo. Como mínimo, desde 2014, cuando se retiró el último destacamento de tropas. A finales de junio de este año, regresó a España el grupo de 24 militares que formaba parte de la misión Resolute Support de la OTAN. Estados Unidos ya había decidido completar la retirada decidida antes por el Gobierno de Donald Trump. Los gobiernos europeos, los mismos que ahora critican a la Administración de Joe Biden por la caótica retirada en el mayor fracaso occidental del siglo XXI, ya sabían que tocaba hacer las maletas sin causar mucho ruido, porque a fin de cuentas su presencia en el país siempre había sido secundaria.
El único Estado que tuvo un papel militar relevante fue Reino Unido, que concluyó su intervención en la provincia de Helmand con un fracaso rotundo, uno de tal calibre que sus soldados tuvieron que ser sustituidos por marines norteamericanos. En la reconstrucción de la policía afgana, Alemania llevó la iniciativa desde 2002 y en 2007 se formó la misión europea llamada EUPOL para adiestrar a los agentes locales, cuyo balance no fue mucho mejor. La policía de Afganistán era el cuerpo más corrupto entre todas las fuerzas militares y de seguridad.
Ahora toca lamentarse por la fulgurante victoria talibán, señalar con el dedo a algunos gobiernos y temer –como dijo Macron sin inmutarse en mitad de la tragedia humanitaria– una posible huida masiva de refugiados que llegue a Europa. O felicitarse por el esfuerzo en evacuar a decenas de miles de afganos que colaboraron con las fuerzas militares de EEUU y Europa. Esto último sirve para ignorar en estas semanas que el Estado afgano puesto en pie por los occidentales era una ficción condenada a desaparecer sin la ayuda exterior.
José Manuel Albares compareció el lunes en la Comisión de Exteriores del Congreso para informar sobre las gestiones hechas por el Gobierno en las últimas dos semanas. En el plano interno, el nuevo ministro de Exteriores se presentó con el balance de la evacuación de 2.206 afganos llevada a cabo por la embajada en Kabul y el Ejército en circunstancias muy difíciles, además del aval público ofrecido por EEUU y la Comisión Europea a la labor del Gobierno. No es que esto último sea lo más importante, pero el Partido Popular había decidido que la crisis de Afganistán era un asunto perfecto para seguir sacudiendo al Ejecutivo. Pablo Casado aprovechó el 21 de agosto un comunicado del Departamento de Estado de EEUU, que agradecía a una veintena de países que se ofrecieron a acoger a algunos refugiados afganos, entre los que no estaba España, para denunciar que Pedro Sánchez había estado «ausente».
A Casado le traicionaron sus ansias por hacer oposición en todo y con todo, también en los temas en que conviene a esperar a ver cómo evolucionan los acontecimientos. Esta vez, la realidad le golpeó en la cara en cuestión de minutos. Ese mismo día, Ursula von der Leyen y Charles Michel se presentaron en Madrid con la intención de elogiar las medidas tomadas por Sánchez para acoger a los evacuados antes de su posterior reparto a otros países europeos: «España ha demostrado humanidad y solidaridad. Es un ejemplo para el alma de Europa», dijo la presidenta de la Comisión Europea.
No es la primera vez que deja a Casado colgado de la brocha. El líder del PP parece incapaz de entender que la Comisión trabaja fundamentalmente con los gobiernos. Si recibe ayuda de estos, en especial en temas en que la mayoría mira a otro lado, no será tacaña con los agradecimientos.
Como si todo fuera parte de una conspiración internacional, agosto continuó pasando por encima de Casado, hiperactivo hasta en las vacaciones. Ese mismo sábado por la noche, Joe Biden llamó a Sánchez por teléfono, una vez que supo que España permitía el uso de las bases de Rota y Morón para lo que necesitara EEUU. Una semana después, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, agradeció la colaboración del Ministerio español de Defensa. Parecía que todos estaban empeñados en dejar en evidencia a Casado. Mientras el alcalde de Madrid hacía chistes sobre el calzado de Sánchez durante una videoconferencia, el Gobierno iba llegando a acuerdos con sus aliados.
Unos hacen bromas y otros intervienen en la mayor evacuación aérea en décadas. El reparto de papeles en las grandes crisis siempre perjudica a la oposición, y en este caso el PP decidió hacer más evidente que Afganistán sólo le interesaba para intentar desgastar al Gobierno. En la comisión del lunes, la portavoz del PP afirmó que todo el mérito de las evacuaciones fue del embajador español y de los militares. Y no se privó de hablar del «buenismo» de la izquierda, ya que en el PP hay verdadera devoción por la defensa de la maldad.
También habló de Venezuela, cómo no, para denunciar que el Gobierno está «ausente» de las negociaciones entre Maduro y la oposición que tienen lugar en México. El PP es el mismo partido que estaba enfurecido por el apoyo anterior del Gobierno de Sánchez al diálogo en Venezuela por considerarlo una forma de apoyo a Maduro.
Albares dio una primera respuesta en el Congreso a una cuestión en la que los gobiernos europeos aún no han tomado una decisión definitiva. «El Gobierno no se plantea por supuesto reconocer al nuevo régimen talibán impuesto por la fuerza», dijo. Sí comentó que puede haber «contactos operativos» con los vencedores de la guerra civil afgana con el objetivo de seguir sacando a gente del país. Un portavoz de la dirección nacional talibán dijo este fin de semana que el nuevo Gobierno no pondrá obstáculos a los afganos que quieran abandonar Afganistán por las fronteras terrestres si cuentan con el pasaporte y visado correspondientes. Nadie puede estar seguro de que este anuncio vaya a cumplirse.
Es difícil prometer que se continuará intentando evacuar a aquellos que trabajaron para las fuerzas militares occidentales sin mantener ninguna relación con el Gobierno de ese país. Como tampoco está claro que los países europeos y EEUU deban castigar a la población afgana sumiéndola en la miseria si bloquean las ayudas que podrían concederles el Banco Mundial y otras instituciones internacionales. El Estado afgano se sostenía económicamente hasta ahora gracias a la inmensa ayuda exterior. Imponer el aislamiento del Gobierno talibán o aprobar sanciones económicas no suscitará muchas críticas en Europa, pero los que primero sufrirán los efectos serán los ciudadanos afganos.
Esa es una cuestión que los gobiernos europeos y la UE tendrán que discutir en las próximas semanas. Dependerá obviamente de los primeros pasos del Gobierno talibán y del interés que exista en Europa para seguir hablando de ese país martirizado por la guerra desde hace cuarenta años. En el Congreso es posible que se siga debatiendo sobre estos veinte años de intervención militar en Afganistán. Con un poco de suerte, con un mayor nivel de información. Se escuchó en la sesión decir que «Afganistán es un Estado tapón creado artificialmente». El creador del Estado afgano moderno fue Ahmed Sha Durrani, que fue coronado rey en 1747. En las décadas posteriores extendió su dominio hasta el norte de India. Uno se pregunta en estos casos por qué los europeos piensan que los únicos y auténticos estados son los suyos.
Aitor Esteban comentó en la comisión parlamentaria que en la última comparecencia de la anterior ministra González Laya ni siquiera se pronunció la palabra Afganistán. Es lo que ocurre cuando te olvidas de las guerras. Tienen la costumbre de recordarte que existen y de hacerlo con las consecuencias más dramáticas que te puedas imaginar.