Vladímir Putin no ha querido que se extienda la idea de que la intervención militar para sostener al Gobierno de Kazajistán se ha producido simplemente por la aplicación automática de los tratados de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva que integran Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán.
En una videoconferencia con los líderes de los seis países, Putin ha descartado que se trate de una crisis interna causada por los problemas económicos de Kazajistán. Los acontecimientos «no han sido los primeros ni serán los últimos intentos en interferir en los asuntos internos de nuestros estados». El contexto en que el presidente ruso ha puesto la crisis está claro: «No dejaremos que nadie desestabilice la situación en nuestra casa y no permitiremos que se produzca el escenario de la llamada revolución de color». dijo Putin en alusión a lo que ocurrió en Ucrania.
El análisis no coincide con los hechos que desencadenaron las primeras protestas en la zona occidental de Kazajistán, la región en la que se encuentran las principales explotaciones petrolíferas del país. El aumento del precio del gas licuado, que se emplea como combustible en vehículos y la calefacción de los hogares, desencadenó manifestaciones y ataques a edificios gubernamentales, así como huelgas en el sector de energía.
En un artículo de Zanovo Media publicado por Jacobin, entrevistaron el 6 de enero a Aynur Kurmanov, uno de los dirigentes del Movimiento Socialista de Kazajistán:
«No hay prácticamente inversión en el desarrollo de la región: es una zona de gran pobreza. Sus empresas empezaron el año pasado a afrontar una optimización a gran escala. Los empleos se recortaron, los trabajadores empezaron a perder sus salarios y bonus, y muchas compañías pasaron a ser empresas de servicios. Cuando la empresa Tengiz Oil en la región de Atyrau despidió de golpe a 40.000 empleados, se produjo un auténtico shock en el oeste de Kazajistán. El Estado no hizo nada para impedir los despidos masivos.
Debemos tener en cuenta que la zona oeste del país cuenta con altos porcentajes de desempleo. A causa de las reformas neoliberales y las privatizaciones, la mayoría de las empresa ha cerrado. El único sector que aún funciona es el petrolífero. Pero está en manos del capital extranjero en su mayor parte. Hasta el 70% del petróleo de Kazajistán se destina a los mercados occidentales y la mayoría de los beneficios van a los propietarios extranjeros.
Hay que entender que un trabajador del sector petrolífero alimenta a de cinco a diez familiares. El despido de un trabajador condena automáticamente al hambre a su familia. No hay otros empleos, excepto en el sector petrolífero y en los sectores que les prestan servicios».
Kazajistán está considerado el país más rico de Asia Central con un PIB per cápita de 27.000 dólares. El Estado cuenta con unas reservas cercanas a los 35.000 millones de dólares. Las multinacionales petrolíferas no tienen ningún interés en que la inestabilidad política afecte a sus cuantiosas inversiones. ExxonMobil y Chevron han invertido decenas de miles de millones de dólares en las explotaciones petrolíferas situadas en el oeste del país. Un consorcio internacional dirigido por Chevron tiene en marcha un proyecto para ampliar el campo petrolero de Tengiz con un coste total de 37.000 millones, una de las mayores inversiones actuales en el sector en el mundo.
En la entrevista, Aynur Kurmanov no cree las historias sobre divisiones en la élite política ni que Nursultán Nazarbáyev, de 81 años, haya abandonado las riendas del poder. Es posible que eso fuera cierto antes de esta crisis, pero algunos hechos desmienten ahora esa interpretaci´ón. Nazarbáyev fue el presidente de Kazajistán desde 1990 a 2019. Antes había sido el primer secretario del Partido Comunista en Kazajistán desde 1980.
El presidente, Kasim-Yomart Tokáyev, destituyó en los primeros días de la crisis a Nazarbáyev de su puesto al frente del Consejo de Seguridad Nacional. Fue un parricidio político, ya que Tokayév había sido elegido personalmente para el cargo por el único presidente que había conocido el país desde el fin de la URSS. Después hizo lo mismo con el jefe de los servicios de inteligencia, Karim Masimov, que había sido dos veces primer ministro y que formaba parte del clan que defendía los intereses de la familia del expresidente. Un día después, Masimov fue detenido y acusado de «traición» por las autoridades.
Las manifestaciones comenzaron en la región oeste del país, pero se extendieron con gran violencia a Almatí, la mayor ciudad kazaja y capital del Estado hasta 1997, hasta que fueron eliminadas por la policía y el Ejército. Algunos de sus protagonistas no tienen ninguna relación con el movimiento de trabajadores que impulsó la revuelta, sino con grupos criminales. Fue el caso de Arman Dzhumageldiev, alias Arman El Salvaje, un líder mafioso muy conocido en el país, que fue identificado por un activista kazajo de derechos humanos citado por el NYT como uno de los promotores en la calle de los asaltos a instalaciones oficiales.
Es difícil que un delincuente con la amplia carrera delictiva de Dzhumageldiev hubiera sobrevivido durante años sin la connivencia de los servicios de inteligencia que dirigía el destituido Masimov.
El Gobierno de Tokáyev ha denunciado una conspiración exterior con fuerzas entrenadas en el extranjero, así como «un intento de golpe de Estado». Se ha referido a «grupos terroristas». En un intento muy rápido de demostrar que los promotores de la violencia venían de fuera, presentó en la televisión pública a un detenido originario de Kirguistán. En realidad, se trata de un pianista de jazz conocido en su país y que ha actuado en ocasiones anteriores en Kazajistán. Su rostro mostraba señales evidentes de haber sido golpeado.
Tokáyev, de 68 años, es sin duda una carta mucho más sólida que el anciano Nazarbáyev y su círculo familiar para que Kazajistán siga enclavada en la alianza de seguridad que dirige Moscú. El presidente ya dejó claro el sábado a Putin que controla perfectamente la situación y eso es lo único que el Gobierno ruso necesita saber, por mucho que hable de intentos de resucitar una «revolución de color».