Boris Johnson tenía ganas de visitar Kiev. Una vez publicado el informe sobre las fiestas de Downing Street durante la pandemia, no tardó mucho tiempo en coger el avión para reunirse con el presidente ucraniano. En la rueda de prensa del martes, el primer ministro británico insistió en defender una idea que es cuestionada por algunos países de la OTAN, el aviso de que las tropas rusas pueden invadir Ucrania en cualquier momento.
«Algunos dicen que estamos exagerando la amenaza. Eso no es lo que dicen los datos de inteligencia. Hay un peligro claro e inminente», dijo Johnson, que añadió después que los preparativos rusos indican «una campaña militar inminente».
Hace una semana, fuentes del Elíseo no ocultaban que no compartían el análisis de Washington y Londres: «Hay una especie de alarmismo en Washington y Londres que no podemos comprender. No creemos que una actuación militar inmediata de Rusia sea probable».
Lo que resulta sorprendente es que el Gobierno ucraniano, obviamente sin interés en ofender a sus principales apoyos exteriores en Occidente, no comparte esas previsiones tan alarmistas. Y lo hace con datos.
Más de 100.000 soldados rusos se encuentran desplegados no exactamente en las cercanías de la frontera con Ucrania, pero sí a una distancia que podrían solventar en no mucho tiempo. Además, otro número importante de ellos ha llegado a Bielorrusia para realizar maniobras con el Ejército local.
Los datos con los que cuenta el Ministerio ucraniano de Defensa plantean al menos que no es cierto que el despliegue ruso carezca de precedentes. Ocurrió lo mismo en la primavera de 2021. «En términos matemáticos, los números son los mismos», ha dicho esta semana el ministro de Defensa, Oleksii Reznikov. «Vemos que hay unos 110.000 integrantes de las fuerzas de tierra si hablamos de los soldados de las FFAA de la Federación Rusa. Si les sumamos la Fuerza Aérea y la Armada, no habrá más de 120.000-125.000 tropas a lo largo de toda la frontera de Ucrania, incluida la frontera administrativa y la república autónoma de Crimea, que está temporalmente bajo ocupación. Lo repito. Son las mismas cifras que observamos en la primavera de 2021».
La semana pasada, el presidente ucraniano Zelensky se quejó de que las previsiones norteamericanas eran exageradas. La diferencia se hizo aun más acusada el jueves cuando el Pentágono elevó aún más la alerta al anunciar que Rusia contaba ya con tropas suficientes como para invadir toda Ucrania, no sólo las regiones orientales del país.
Zelensky afirmó que el alarmismo podía ser contraproducente, porque ya lo estaba siendo para la economía ucraniana. «El pánico es la hermana del fracaso», apuntó el secretario general de su Consejo de Seguridad Nacional.
El Gobierno ucraniano tiene claro que el principal factor disuasorio sería recibir más armas defensivas con las que reforzar la capacidad de respuesta de su Ejército. Washington ha apostado también por una ofensiva de propaganda en todo el mundo, que da por hecho que la invasión es cuestión de semanas, quizá después de los Juegos de Invierno de Pekín, y por la amenaza de ampliar las sanciones económicas contra Rusia hasta niveles nunca vistos.
En esa línea de actitudes muy diferentes, el Gobierno de Kiev consideró exagerada la decisión de EEUU, Reino Unido y Canadá de retirar al personal diplomático no esencial de sus embajadas. Zelensky dijo que los diplomáticos deberían ser los últimos en abandonar un barco «y no creo que tengamos aquí un Titanic».
No importa lo alta que sea su moral de triunfo, una invasión rusa sería una catástrofe para los ucranianos. Llevan arrastrando un conflicto desde 2014 en el que su Gobierno no ha sido capaz de impedir la partición de hecho del país y la pérdida de Crimea. Kiev necesita que los ciudadanos no den por hecho que están condenados a otra tragedia nacional y que sigan confiando en su Gobierno, un sentimiento que no ha estado muy extendido en la última década.
En el plano político, Zelensky teme que se extienda fuera del país la idea de que la guerra es inevitable en estos momentos, por lo que recibiría la presión para aceptar las condiciones rusas que se planteen en una hipotética negociación.
Sea por la discrepancia con Kiev o por cualquier otra razón, la portavoz de la Casa Blanca sorprendió el miércoles a los periodistas con el anuncio de que el Gobierno no va a calificar más de inminente la posibilidad de una invasión rusa. Jean Psaki dijo que el uso de esa palabra estaba enviando un mensaje que no era el que se deseaba transmitir. Si eso es así, han tardado mucho en darse cuenta de esta disonancia.
Más allá de esta tardía declaración, EEUU se mueve en una dinámica distinta a la de Ucrania. Una guerra inminente traslada la presión a países como Francia y Alemania, que desconfían de las intenciones de los países anglosajones. Algunos conservadores británicos han enarbolado el recuerdo del apaciguamiento de Neville Chamberlain con la intención de denunciar cualquier intento de complacer a Putin para alejar el peligro de un conflicto bélico. Hay políticos en Reino Unido que siempre están combatiendo en la misma guerra.
Cuanto más se habla de una guerra, más fácil es que se produzca, sobre todo si se da por hecho que el enfrentamiento ha llegado demasiado lejos como para que la diplomacia pueda ya surtir efecto.