La tensa entrevista de Der Spiegel comienza con una pregunta directa. «¿Es usted un pacifista?». Olaf Scholz responde que no lo es. Y el SPD tampoco. En el momento actual, el canciller alemán tiene que responder a las frecuentes acusaciones que dicen que su país no está haciendo lo suficiente para ayudar a Ucrania a enfrentarse a la invasión rusa. Las dudas sobre Scholz se han acentuado con el debate provocado por la segunda fase de la guerra, que tiene que ver con el envío de armas pesadas. No vale con las armas antitanque o antiaéreas facilitadas hasta ahora. Los enfrentamientos que se prevén en las llanuras del este de Ucrania exigen otro tipo de armamento.
«Sólo puedes entregar lo que tienes y lo que puedes dar», dice Scholz. Afirma que los norteamericanos cuentan con una capacidad militar mucho mayor. «Los recortes sufridos por el Bundeswehr (las FFAA alemanas) en las últimas décadas han dejado su sello». Puede afirmar que, con las cifras en la mano, la aportación alemana no es menor, pero la pregunta se la han hecho muchos: ¿es suficiente para impedir la victoria de Rusia?
El Gobierno alemán sostiene que no está en condiciones de aumentar la oferta si de lo que se trata es de enviar tanques y artillería (Alemania cuenta con menos de 300 tanques). Sí está dispuesto a poner más dinero para comprar el armamento que necesita Ucrania. Ese es un proceso que requiere de un tiempo que Kiev no tiene.
Al igual que otros, el Gobierno alemán se debate entre la necesidad de seguir ayudando a Kiev y al mismo tiempo no declarar la guerra a Rusia. Es el punto en que Scholz se muestra más firme:
«Estamos entregando armas y muchos de nuestros aliados lo están haciendo también. No es una cuestión de tener miedo, sino de responsabilidad política. Imponer una zona de exclusión aérea, como se la ha llamado, convertiría a la OTAN en protagonista de la guerra. Asumí el cargo con una promesa. Dije muy pronto que debemos hacer todo lo posible para evitar una confrontación militar directa entre la OTAN y una superpotencia fuertemente armada como Rusia, una potencia nuclear. Estoy haciendo todo lo que puedo para impedir una escalada que nos lleve a una tercera guerra mundial. No puede haber una guerra nuclear».
Las críticas a Scholz y a su Gobierno son mayores cuando se menciona la dependencia alemana del gas y petróleo rusos. Las sanciones económicas contra Rusia no ocultan un hecho obvio: Alemania y otros clientes europeos están financiando indirectamente el despliegue militar ruso con sus importaciones energéticas. Antes de la guerra, el 55% del gas consumido por Alemania venía de Rusia.
Scholz utiliza dos argumentos. Uno no muy sólido, restar importancia a la aportación económica que supone la venta de gas para el Estado ruso. La segunda tiene que ver con el impacto que tendría dejar de recibir ese gas para la economía de su país:
«En primer lugar, no creo en absoluto que un embargo del gas vaya a acabar con la guerra. Si Putin fuera presionable con argumentos económicos, nunca habría comenzado esta guerra demencial. En segundo lugar, está dando por hecho que nuestra prioridad es ganar dinero. Lo importante es que queremos evitar una crisis económica dramática, la pérdida de millones de empleos y de fábricas que ya no volverán a abrir. Esto tendría consecuencias graves para nuestro país, para toda Europa, y afectaría gravemente a la financiación de la reconstrucción de Ucrania. Por tanto, mi responsabilidad es decir: no podemos permitir que esto ocurra. Y en tercer lugar, ¿hay alguien pensando en las consecuencias globales?».
Lo que sí reconoce Scholz es que los gobiernos alemanes de la última década, de los que él formó parte, se equivocaron al dar una respuesta insuficiente a las acciones rusas en el este de Ucrania y Crimea en 2014:
«Lo digo con el conocimiento que tenemos hoy. Deberíamos haber respondido a la anexión de Crimea con algunas de las sanciones que hemos impuesto ahora. Eso habría tenido un efecto».
Hay que recordar que después de 2014 el Gobierno de coalición CDU-SPD presidido por Angela Merkel no tomó ninguna decisión para reducir su dependencia del gas ruso. De hecho, hizo todo lo contrario. La aumentó y planeó intensificar esa relación con el proyecto de oleoducto Nord Stream 2, hoy ya paralizado.
En otro artículo, Der Spiegel pasa revistas a las críticas que recibe Scholz dentro de su propia mayoría de gobierno. No son sólo los medios anglosajones los que acusan de pasividad al primer ministro alemán, de parecer que no tiene mucho interés en plantar cara a Putin por las consecuencias económicas que tendría.
«El problema es el canciller», dice Anton Hofreiter, el diputado verde que preside la Comisión de Exteriores del Bundestag. «Olaf Scholz debe ser más visible en Europa. No importa a qué países europeos viaje yo en estos momentos. Siempre encuentro la misma pregunta: ‘¿Dónde está Alemania?'». Algo parecido dice la diputada liberal Marie-Agnes Strack-Zimmermann, que preside la Comisión de Defensa y que exige que Scholz «coja la batuta y marque el ritmo», es decir, que asuma un mayor protagonismo frente a la invasión de Ucrania.
Scholz hace de la cautela uno de los rasgos definitorios de su estilo, como también lo fue de Merkel. Es posible que ese fuera uno de los factores que le dieron la victoria en las últimas elecciones. Es aún más posible que la guerra en Europa sea un momento en que esa virtud haya dejado de ser un rasgo positivo en la política alemana.