Gustavo Petro quería que la espada de Bolívar estuviera presente en su toma de posesión como presidente de Colombia. El presidente saliente no lo había autorizado, por lo que Petro tuvo que esperar a haber jurado el cargo. Ya como jefe de Estado, dio la orden y la ceremonia se suspendió durante diez minutos a la espera de que apareciera.
Cuando llegó, los invitados se pusieron en pie y en su mayoría aplaudieron. Felipe VI se quedó sentado. Un curioso ejemplo de ceguera política. O una forma de tener una mentalidad de hace dos siglos. Se diría que un país como España no debería considerar aún como una afrenta personal el proceso de independencia del Latinoamérica en el siglo XIX. La historia no te permite ganar siempre. El colonialismo y la explotación de las riquezas naturales de los países invadidos no son ya banderas que se puedan reivindicar en el siglo XXI.
A esos pueblos a los que ahora se llama «hermanos» en los discursos, no se les trata como rebeldes ni como enemigos. Por eso, se respeta sus símbolos (sus banderas, por ejemplo, y sus reliquias históricas), por mucho que sean tan valiosas o ridículas como las nuestras. No es buena idea burlarse de ellas. Si no representan nada especial para nosotros –sí para algunos–, importa poco. Representan muchísimo para ellos, al igual que en España la gente se apega a sus símbolos nacionales o regionales, hasta con la gastronomía.
Felipe VI desaprovechó una gran oportunidad para enviar ese mensaje de respeto. Quizá levantándose, aunque fuera sin aplaudir. Prefirió seguir sentado en el siglo XIX.