Vladímir Putin ha roto el contrato social que mantenía con el pueblo ruso. Había aislado en la medida de lo posible a los ciudadanos de los costes y el trauma que suponía la invasión de Ucrania. De ahí que se prohibiera el uso de la palabra ‘guerra’ en los medios de comunicación y en las manifestaciones. Era una «operación militar especial», no algo que se produce todos los años, pero nada que tuviera que alterar por completo la vida de la gente.
El decreto de movilización militar pone fin a esa ficción. Se exige a la sociedad que aporte lo que le corresponde, porque los recursos del Estado no son suficientes. La decisión de Putin, desmentida por la versión oficial desde febrero, es una confirmación de que Rusia no puede ganar esta guerra con el número de efectivos con el que cuentan sus Fuerzas Armadas. El hecho de que eso resultara bastante obvio desde que fracasó el intento de tomar Kiev en las primeras semanas de guerra es irrelevante en estos momentos.
Las razones que se aducen –la ayuda militar de EEUU y Europa a Ucrania– son también irrelevantes. Son conocidas desde hace mucho tiempo, cuando Kremlin negaba de forma tajante que estuviera pensando en una leva masiva de la población civil.
Lo que cuenta es que rompe con una mentalidad y una política de propaganda cuyo origen es muy anterior a la invasión. Después del hundimiento económico de la era de Boris Yeltsin, Putin prometió a los rusos que con él se iniciaría un tiempo de prosperidad económica y estabilidad. El Estado ruso volvería a ser respetado, y a cambio los ciudadanos tendrían que aceptar que la disidencia política no se toleraría con la misma facilidad que antes. Desde el 24 de febrero, esa tolerancia se ha reducido a cero. Pero permanecía la garantía de que el Estado no interferiría en la vida de los ciudadanos de la forma brutal que fue habitual en la Rusia del pasado.
La guerra y las sanciones no cambiaron totalmente ese panorama. Las sanciones han alterado los hábitos de consumo, porque muchos productos importados ya no están disponibles. No era imposible vivir de espaldas al conflicto bélico, al menos en las grandes ciudades. En las regiones pobres de las que se nutre el Ejército, era ciertamente distinto.
“Nada ha cambiado. Es cierto que los precios han subido, pero podemos soportarlo”, podía decir una mujer en septiembre en un verano en que Moscú había disfrutado de las comodidades y distracciones de costumbre.
Una encuesta del instituto independiente Levada mostró en verano que la mitad de la gente no prestaba atención a las noticias sobre la guerra. Muchos hacían un esfuerzo especial por no enterarse.
En los análisis sobre el curso de la guerra hechos este verano, cundía la perplejidad sobre la decisión del Gobierno de no llevar a cabo una movilización masiva. Según los cálculos del Pentágono, los rusos han sufrido 80.000 bajas entre muertos y heridos en los siete meses de guerra. No tenían tropas suficientes para conseguir sus objetivos en Ucrania ni, como se vio hace unas semanas en la provincia de Járkov, para defender las posiciones ya ocupadas.
Todo eso ha cambiado ahora. Si bien el Ministerio de Defensa la definió como una movilización parcial que aumentaría las tropas en 300.000, no hay ninguna garantía de que la cifra se vaya a quedar ahí. Uno de los artículos del decreto de movilización se ha declarado secreto, el séptimo. Según una fuente del Kremlin citada por Novaya Gazeta, es el que establece una cifra mayor de un millón de soldados extra. El portavoz del Kremlin ha confirmado que ese artículo se refiere a las cifra total de soldados movilizados sin precisar su número.
“En los últimos meses, la gente se ha adaptado”, ha dicho a Meduza Denis Volkov, director del Centro Levada. “Se dicen a sí mismos: ‘Nada (de la guerra) me ha afectado y gracias a Dios. Dejemos que se preocupe la gente a la que le afecta’. El apoyo (a la guerra) ha sido una consecuencia de la falta de participación de la gente en lo que están haciendo las autoridades. La situación va a cambiar, pero el cambio será gradual”.
“Putin corre el riesgo de perder su estatus de zar benevolente”, dice Alexander Baunov en un artículo de Meduza que pulsa la opinión de politólogos rusos sobre el impacto de la movilización militar. En estos casos, lo importante es que sean los altos cargos por debajo del Kremlin los que asuman el desgaste. Las decisiones impopulares quedarán en manos del ministro de Defensa y de las autoridades regionales, que son las responsables de entregar al Ejército la cuota de nuevos soldados que les corresponda.
Baunov cree que el reclutamiento masivo servirá también como medida de control social: “Como no han contado exactamente a quién reclutarán, podrán utilizarlo como instrumento de represión. ¿Te pasas de la raya? Aquí tienes tu orden de reclutamiento. Es útil como forma de suprimir las protestas contra la propia movilización”.
El decreto no era nada preciso, aunque después un vicealmirante concretó a quién estaba dirigido. Por ejemplo, soldados hasta una edad de 35 años, oficiales de bajo rango hasta los 50 y altos oficiales hasta los 55. No serán movilizados aquellos que tengan cuatro o más hijos de menos de 16 años.
Pero varios artículos en la prensa independiente rusa ofrecen los casos personales de muchas personas que en teoría no iban a ser reclutadas, según la versión oficial, entre otros padres con cinco hijos menores. También hombres que nunca habían servido en el Ejército, con lo que en principio no les afectaba el decreto.
El sociólogo Nikolai Mitrokhin cree que la movilización será “parcial” durante un tiempo. Luego, aumentará hasta que las dimensiones del Ejército sobre el terreno sean similares a las que presenta el Ejército ucraniano, que puede estar en torno a los 700.000 miembros.
“Las unidades de infantería en zonas clave, según informaciones incompletas, no cuentan con más del 35% de su tamaño normal. Sólo quedan unos 30-35 soldados de cada cien. A largo plazo, la presión social crecerá con los soldados crecientemente radicalizados contra la guerra. Todo un invierno en el campo de batalla bajo un fuego constante… eso no se lo deseas a nadie”, opina Mitrokhin.