Siempre he pensado que cuando un periódico fracasa es culpa de la empresa y de los profesionales que lo ponen en la calle, no de sus clientes, lectores o anunciantes. Ahora no me voy a echar atrás. Hay desde luego factores externos que ponen la supervivencia en un nivel inalcanzable en determinadas situaciones. Se supone que el periódico debe tomar las decisiones necesarias para adaptarse a ellas.
Público ha cerrado cuatros años y casi cinco meses después de su fundación (en la que participé como redactor jefe de Internacional). Coincido en general con la reflexión que hace Juan Varela sobre las razones del fracaso. No voy a entrar en detalle en cada uno de ellas, porque además lo que debe llamar la atención es que algunos de esos factores existían desde el principio y nunca se corrigieron.
La estructura de costes era demasiado alta. Cualquier periódico nuevo debe ofrecer sueldos por encima del mercado si quiere atraer a gente que trabaja en otros medios. De hecho, hubo gente que rechazó venir a Público porque valoraban más la seguridad o sencillamente porque estaban bien donde estaban. Como es lógico, resulta complicado saber hasta dónde puedes llegar con una oferta manteniendo la viabilidad futura de la redacción. Sin embargo, la idea de que se puede prosperar en un mercado muy competitivo con una redacción mal pagada es aún menos viable.
Para hacer un periódico, no es suficiente sólo con tener periodistas. Tienes que crear una estructura empresarial con gente de experiencia en esos ámbitos. Toda la parte de administración, publicidad y recursos humanos estaba formada al principio por cuatro gatos, dicho en términos coloquiales. Gatos que se dejaban las uñas trabajando, pero insuficientes.
A partir de ahí, uno se puede imaginar que eso habría llevado a un control más estricto de ciertos costes tras el arranque. Por ejemplo, en distribución, donde se cometió el error evidente de llegar a un número excesivo de puntos de venta, incluidos pueblos realmente pequeños. Público era un diario que sólo podía tener éxito en centros urbanos y que tenía que haber centrado su distribución allí donde se vendía de verdad.
Siempre se pueden dar otros ejemplos de posibles costes exagerados. Para mí, lo eran las encuestas (ese artilugio con que los diarios ‘compran’ titulares para el ejemplar del domingo; bueno, comprar no es sinónimo de inventarse), pero hay otros periodistas que opinan lo contrario.
En el último año se produjo una clara reducción de costes pero ya era demasiado tarde. Al final, lo que mataba al diario era la falta de ingresos. Un periódico no puede sobrevivir sin publicidad. Con la llegada de la crisis, se redujo a niveles ínfimos.
La propuesta de ERE en el otoño pasado con los correspondientes despidos se convirtió en un programa de bajas incentivadas al que se acogieron cerca de 30 trabajadores, la mayoría de la redacción. Las condiciones económicas tampoco eran extraordinarias, no podían serlo, y la cifra de voluntarios, alcanzada en relativamente poco tiempo, resultó una cierta sorpresa. Había una parte de la redacción que ya no confiaba en la dirección o en el proyecto.
El periódico tuvo tres directores en cuatro años, lo que ya dice algo sobre los errores en la concepción que tenía la empresa sobre sus relaciones con el director y la propia redacción. Las interferencias de Jaume Roures en el trabajo del primer director, Ignacio Escolar, fueron constantes. No digo que todas fueran injustificadas. La empresa tiene el derecho a controlar el producto en sus líneas generales, a asegurase de que esté a la altura de la inversión realizada. Lo que no puede ser es que en las reuniones del consejo del periódico se discutan aperturas de secciones, decisiones tomadas en la redacción que son por definición discutibles. Si no lo fueran, si esas decisiones resultaran obvias, no tendrían ningún valor y el periódico no ofrecería ningún elemento propio en el kiosco.
El trabajo de una redacción a cualquier nivel, desde los despachos hasta la relación de un jefe de sección con el redactor más joven, se basa en la confianza. Nadie puede controlarlo todo. Nadie desde arriba puede controlar que todo salga según lo acordado. Y confiar, a pesar de que tenga una connotación positiva, es muchas veces algo horrible. Tienes que creerte que esa persona con la que hablas hará lo que dice que va a hacer. Y esa confianza no puede desaparecer al primer error.
El momento culminante de esa forma poco profesional de hacer las cosas fue el fichaje de Ernesto Ekáizer como editor ejecutivo, colocado por Roures para vigilar en la práctica a Escolar. Y el periódico fue perdiendo esa imagen distintiva e intentó convertirse en algo parecido a El País. No es que el ejemplo de El País sea censurable de por sí. Lo que ocurre es que la gente suele rechazar las imitaciones.
En el plano interno, la aparición de Ekáizer fue un desastre organizativo que originó todo tipo de conflictos. Personalmente, no puedo decir que yo fuera una víctima porque mi relación con él fue escasa y correcta. Otras personas no pueden decir lo mismo. Al final, los redactores jefes enviaron una carta a la empresa para reclamar una delimitación clara de funciones entre el director y el editor ejecutivo.
El problema de partida es que Ekáizer no se fiaba de muchos de los periodistas que trabajaban en Público y obligó a cambiar el contenido de algunos artículos saltando por encima de la autoridad de varias personas. En la carta, los redactores jefes no cuestionábamos la capacidad de los responsables de la redacción de editar los artículos. En eso consiste el trabajo de un redactor jefe. Pero ese poder no podía consistir en reescribir los elementos fundamentales del artículo sin contar en absoluto con su autor y despreciando la experiencia y las fuentes que este pudiera aportar.
Un periódico tiene que estar mirando hacia fuera, no estar concentrado en sus problemas internos.
Como escribe Varela, el diario nació con voluntad de diferenciarse en la información y de ofrecer apuestas distintas en algunas secciones. Con el tiempo, el peso de la información política terminó por condicionar todo el diario y restó valor a las otras opciones. Es cierto que al principio Público tenía que definirse ideológicamente y plasmar sus valores y principios. Pero eso nunca se frenó y parecía que todos los días había que dejarlos claros con una excesiva reiteración. La abundancia de temas del PP en la portada era un ejemplo obvio. Público se hizo previsible.
Con el riesgo de caer en una excesiva simplificación, creo que en todos los periódicos hay dos tipos de audiencia: los lectores ‘militantes’, que asumen ciegamente los valores del diario, y los lectores ‘profesionales’, que las apoyan en su mayoría pero que aprecian sobre todo otras cosas. Eligen ese periódico porque es el que les gusta a la hora de enterarse de la realidad. En fin, los primeros también necesitan eso, pero lo que les motiva por encima de todo es la comunión ideológica.
Es imposible sobrevivir en esta época espeluznante sólo con los lectores ‘militantes’. Y si lo consigues es porque formas parte de un grupo de empresas que va a soportar eternamente tus pérdidas por distintas razones, no necesariamente periodísticas. Los directivos de Mediapro crearon Público en una coyuntura muy diferente, se gastaron decenas de millones de euros y mantener un diario deficitario no entraba ya en sus planes económicos y no económicos.
Perder dinero no es sinónimo de mal periodismo. The Times lleva perdiendo dinero desde antes de la invención de la imprenta (bueno, un poco menos) y es un gran periódico. The Guardian está en la misma tesitura en los últimos años. Lo que pasa es que algunos se lo pueden permitir, y otros no.
Es posible que toda esta discusión sea casi académica. Habrá quien diga que un periódico fundado a finales de 2007 con un desarrollo escaso en Internet y justo antes de la peor crisis económica en décadas no podía salir vivo. Pero se trataba de desmentir esa hipótesis pesimista, y lo cierto es que no lo conseguimos.
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Por muy pronto que cierre un periódico, te da la oportunidad de trabajar con gente excepcional. Estoy algo más que agradecido a Thilo Shäfer, Oscar Abou-Kassem, Gorka Castillo, Isabel Coello, Trinidad Deiros, Mar Centenera y Raquel García, que me acompañaron en la sección de Internacional. Estos son los que me soportaban. Imagínense el nivel de méritos que acumularon.
Por lo mismo, tengo que dar las gracias a los primeros corresponsales del periódico a los que elegí personalmente: Andrés Pérez, Isabel Piquer, Lourdes Gómez, Eugenio García Gascón, Andrea Rodés, Bernardo Gutiérrez, Federico Peña y Guillem Sans Mora.
Fue un placer compartir redacción con tanta gente buena, experta en trabajar jornadas interminables sin dejar que salieran fuera los naturales instintos homicidas. En primer lugar Ignacio Escolar y también otros muchos como Patricia Fernández de Lis, Nacho Rojo, Fernando Rapa Carballo, Diego Areso, Salomé García, Luz Sanchis, Rafael Reig, Bernardo Vergara, Mikel Jaso, Manel Fontdevila, Jon Barandica, Álvaro Valiño, y ya basta por Dios, que esto parece ya un listín telefónico. En realidad, fueron muchos más.
Como reza el título de la novela de Douglas Adams, hasta luego y gracias por el pescado.
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Por si es necesario apuntarlo, dejé Público en octubre de 2011.
La foto sale del Twitter de Miguel Ángel Marfull.
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Es lo que ocurre cuando se coloca a un «comisario político» como Ekáizer para controlar los contenidos.
Sencillamente vergonzoso, propio de épocas pasadas y trasnochadas.
Roures se ha atragantado con su propio marxismo-leninismo.
Crónicas de Spainlandia:
Si muchos son los que a estas alturas aceptan el gran parecido de este expolio económico con el de la Gran Depresión del siglo XX, aún son pocos los que no se han percatado de la gran similitud entre las respectivas situaciones políticas. Tanto el fascismo como el nazismo aprovecharon la extensa desilusión generada en las clases medias por unas izquierdas que se mostraron incapaces de implementar una alternativa real, con las masas detrás, para frenar el robo creciente y suicida perpetrado por las entonces clases dominantes. ¡Qué ardan las avenidas! no era en tales tiempos, ni lo es ahora, una estrategia de finalidad revolucionaria, era y es simplemente una desesperante necesidad de las clases sociales medias y basales. El equivalente a un nicho evolutivo darwiniano que si una especia deja libre otra lo ocupará. Y si las izquierdas lo abandonan, si no satisfacen tal reclamación, lamentablemente otros, ya sin antorchas ni Führer pero con la misma carencia de escrúpulos, volverán y lo harán. No se olvide que el nazismo fue un electo y particular keynesiano: extrajo al alemán de la depresión y la miseria, le otorgó el pleno empleo, le permitió disfrutar de la vivienda… Que ello se alimentara de la vecina sangre y territorio, de la reinstauración de una esclavitud asesina, de la detención preventiva de millones de nuevos parias, de su traslado y aniquilación en una industria diseñada para el exterminio… fueron para ese alemán sólo un «daño colateral» ante el cual debía taparse oídos y nariz y vendarse los ojos. ¡Volverán!.
¡Y ya están volviendo!. Incapaces de reaccionar en esa calle que por historia es nuestra y no de ellos, con la boca abierta más allá de nuestras posibilidades biológicas, veremos como a la «matanza de Badajoz», a la cruenta «represión de la bahía de Cádiz», a los civiles asesinados en la «carretera de la muerte de Málaga a Almería» y a un largo, largísimo, etcétera se les niega la condición de crímenes contra la humanidad alegando, para justificar la infamia, que la ley penal no puede aplicarse con carácter retroactivo y olvidando, también para justificar la infamia, que al no prescribir jamás tales delitos, pues nadie legítimamente puede hablar en nombre de la humanidad, toda institución jurídica ostenta la ineludible obligación de perseguirlos «in saecula saeculorum». Es más, y terriblemente más, negando esa aplicación retroactiva al delito de genocidio estarán declarando nulos por vía «de facto» los mismos «Juicios de Núremberg», y absolviendo «post mortem» a todo condenado en ellos por esos horrendos crímenes. Los implacables asesinos de 5.934.000 judíos (1.500.000 con menos de 12 años), de 3.500.000 soviéticos prisioneros de guerra, de 1.900.000 polacos, de 1.670.000 eslavos, de 1.500.000 gitanos, de 500.000 minusválidos (más 300.000 esterilizados), de 200.000 masones, de 15.000 homosexuales (más cientos castrados por orden judicial), de 5.000 testigos de Jehová, de… serán «de facto» declarados «inocentes». Sus crímenes fueron legales, amparados plenamente por el ordenamiento jurídico de la Alemania nazi, y únicamente fue posible condenarlos tras derogarlo con la rendición incondicional del régimen hitleriano. Con la victoria la legislación penal Aliada se impuso, y se aplicó retroactivamente en esa Alemania destruida en todos los sentidos. ¿Qué haremos las izquierdas cuando semejante aberración de lo Justo vea la luz?. ¿Seguiremos anclados a un sillón y al sueldo de un Parlamento que ya hace tiempo dejó de representar a este pueblo?. ¿Seguiremos anclados a un «bla, bla, bla…» y a un «que me voy a la calle», poniendo el pie en la acera para después volver a retirarlo, salmodiando incesantemente una estrategia que ya hace tiempo todos vemos asimismo como inútil?. ¿Seguiremos convocando movilizaciones atomizadas que por así serlo y por ser dirigidas bajo el indiscutible y cobarde lema del «peace and love» garanticen más cadáveres que victorias y servir mejor al opresor que al oprimido?. ¿Seguiremos…?
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Bastante de acuerdo. Un periódico debe tener una línea editorial, pero eso no debe convertirlo en el órgano de propaganda de un partido. El PSOE ya tenía su organo, y quienes no lo teníamos, seguimos sin tenerlo. Hay un ciudadano lector que demanda otro tipo de información, progresista sí, Pesoísta no, y Público no supo llegar a él. No deja de ser triste, eso sí, pero que la hipótesis no esté desmentida aún no significa necesariamente que esté confirmada.
Las razones que expuso Juan Varela también eran muy parecidas. Error en la distribución, en efecto, queriendo llegar a todas partes en vez de centrarse en los núcleos urbanos más poblados (centrarse en el público objetivo). Muy buenos gráficos en la edición impresa, muy bien diseñada, pero que muchas veces no son accesibles o tienen una peor traslación en la web (lo mismo les pasa a El País o El Mundo). Si tienes tableta o estás suscrito, igual sí te aparecían bien, no lo sé. Muchas veces noticias que me interesaban de la edición impresa tardaban horas en ser subidas a la web, pasado el mediodía con creces. Como dijo Varela y dice usted, la apuesta por la web debió ser más decidida. Lo de las intrusiones en el trabajo de la redacción y la modificación de partes sustanciales de artículos sin el acuerdo del autor, inadmisible. Demuestra, a mi entender, falta de confianza en los redactores y en su buen juicio. El que mejor conoce un tema es el que lo ha escrito e investigado, no un señor que puede estar a cientos o miles de kilómetros en la redacción o en un despacho. En efecto, abuso de información de contenido político y con excesiva carga ideológica. No digo que no tuviera que tenerla, pero podía llevar a pensar que no se nos estaban contando los hechos como eran, sino como el periódico quería que pensáramos que eran. Cayendo así en las prácticas de medios de la ideología contraria, por así decirlo, que las realizan por sistema. Creo que no hace falta citar ejemplos. Pero si te encuentras con un lector más moderado que decide no tragar con cualquier cosa que le dicen… Tal y como usted dice: «(…) Público tenía que definirse ideológicamente y plasmar sus valores y principios. Pero eso nunca se frenó y parecía que todos los días había que dejarlos claros con una excesiva reiteración. La abundancia de temas del PP en la portada era un ejemplo obvio. Público se hizo previsible». Estoy de acuerdo. Era evidente que los votantes del PP no iban a comprar Público, pero con ese abuso podía retraer hasta a lectores del ámbito de la izquierda. Yo a veces veía esas portadas y pensaba: «ya sé que el PP es muy malo, pero, ¿no me vas a contar otra cosa?». Y por desgracia, la parcela de «lectores militantes» de Público era demasiado escasa como para sostenerse, habiendo otros medios progresistas en Internet que podían llenar ese hueco. Tenemos Tercera Información, Cuarto Poder, Diagonal, Periodismo Humano… En mi caso, la comunión ideológica no es suficiente motivo para mantenerme fiel a un medio. Suelo leer de todas partes, incluidas webs de organismos, salvo escasas excepciones que se me muestran demasiado radicales, porque uno no sabe dónde puede hallar una noticia interesante.
Creo que el error de Público fue el querer convertirse en ‘La Razón’ o ‘El Mundo’ de la izquierda. El votante de derechas es por lo general mucho menos exigente ideológicamente hablando y no le importa -es más, quiere- que le repitan sus consignas dogmáticas día sí y día también. Por contra, el votante de izquierda progresista al que iba dirigido Público es mucho menos sectario y panfletario. La obsesión con el PP ensució el resto de noticias y a estas alturas, con la popularidad del PSOE por los suelos, pocos lectores se identificaban con la línea editorial del medio. Una pena.
Siguiendo el hilo, si el problema de Público era la rigidez que imponía una dirección mononeuronal, ¿no tendría sentido como cooperativa?
Ya sabéis sus defectos, podéis aplicar las correcciones oportunas y continuar en la brecha. Hay aún un buen puñado de personas que agradecerian contrastar la información y acceder a puntos de vista diferentes.
A mi, personalmente, y por lo que he consultado con mas gente no soy el único,el asunto Ekaizer con «aquella» portada inolvidable, el cese de Escolar por Monteira y el de Rafael Reig nos sacaron muy pronto de nuestro engaño sobre lo que el periódico decía ser y lo que en realidad era. Y cuando Monteira se fue derechito al gobierno ya fue de risa. Y se vió claramente lo que era el periódico prar Roures.
Está visto que a perro flaco todo son pulgas. ¿Algo bueno a destacar en estos cuatro años y medio de vida de Público? ¿Algo con lo que te identifiques? Resulta curioso que después de todos los problemas que detallas esperaras a la salida anticipada para dejar el diario (desconozco si te acogiste voluntariamente o no, en este último caso más a mi favor). Ahora resulta que a los que nos mueve la ideología y los ideales (por otra parte, como a todo el mundo, por mucho que digan lo contrario) se nos llama ‘militantes’ (así entre comillas) y tragamos con lo que sea. En cambio, parece ser que hay lectores ‘profesionales’ (tela el concepto y lo que encierra) que aprecian sobre todo otras cosas (sic) y que eligen ese periódico porque es el que les gusta a la hora de enterarse de la realidad. Vaya, que ahora resulta que a los ‘militantes’ no nos gusta Público para enterarnos de la realidad, solo nos gusta porque en portada lleva escrito Público en bien grande y rojo y dan ‘caña’ a la derecha.
No puedo estar más en desacuerdo contigo y el tal Varela cuando se dice que ‘con el tiempo, el peso de la información política terminó por condicionar todo el diario y restó valor a las otras opciones’. Sé perfectamente que no desconoces los innumerables premios que ha recibido Público por el espacio que concedía en sus páginas a temas poco o nada presentes en otros, desde la igualdad de género hasta las ciencias. Además el diario se ha madurado en estos casi cinco años. Algunos de los temas que se trataban en los dos primeros años eran casi de chiste y tenía tantas ‘cajas’ diminutas para hablar de temas serios e importantes que casi parecía el ‘segunda mano’. Más vale poco y bien tratado, que mucho y mal. Eso era el principal mal de Público los primeros meses, por no hablar de las faltas de ortografía y los errores tipográficos. Imperdonable. Con todo ahí seguíamos los ‘militantes’. Y siento decir esto así, tan crudamente, porque el director era Ignacio Escolar al que considero un buen profesional. Pero como decía, el Público de Jesús Maraña es un diario serio, comprometido, joven (aunque no todo lo joven es bueno), con una diversidad de temas que no se encuentra en ningún otro diario, más cuidado y bien escrito.
Y sí, me considero ‘militante’ y también ‘profesional’ (que ganas de crear marcos de referencia neoliberales, de despreciarnos nosotros mismos) y no, no volveré a comprar ningún diario de los que en la actualidad de venden en los quioscos. Ya me han engañado bastantes veces. Por suerte, hace 4,5 años me abrieron los ojos y ya no los vuelvo a cerrar más.
En definitiva, sin querer faltar el respeto, me ha parecido bastante mezquino. En fin, lo que decía: a perro flaco….
A mí la verdad es que me parece muy bien que se haya ahostiado. No quiero trollear así que me explico, tal y como comentan al final Público era como El Mundo pero a favor del PSOE en lugar del PP, es decir, un periódico más del partido único de dos colores.
Me parece que sus líneas de redacción eran simplemente eso, no criticó al gobierno mientras gobernaba más que con debilidad y justificandolo o haciendo señales de humo en direción opuesta a los problemas del país.
No digo que sea peor que el resto de periódicos, casi todos son así. Me alegro de que Público en concreto se haya ahostiado porque quien sabe si no llegará el momento de que de verdad salga un periódico de izquierdas que no dependa de un grupo de gobernantes. Al menos sin Público no hay un periódico que dice serlo y no lo es.
Un saludo,
Como veo que es necesario concretar, lo comento. Me despidieron en octubre de 2011. No es que me dieran una razón, pero supongo que tenía que ver con la situación económica del diario.
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Y sigue el problema.
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Publico es como el Barça, no querian llevar publicidad en la camiseta hasta que al final la pusieron, Publico renuncio a los anuncios de contactos y yo pregunto:
¿Cuanto dinero se podria haber ganado por publicidad si hubieran tenido una seccion de contactos como el resto de los periodicos?
Un saludo
Con lectores militantes se ha limitado a hacer una descripción. Hay que ver cuanto comentarista mojigato…. luego dicen que estos solo están en la iglesia… ¡Si también están a mano izquierda!
¿No conociste a Javier Ortiz? Lo mismo no llegaste a coincidir.. juro que los primeros meses lo leí por el.
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