La portada de The New Yorker da un giro cómico (con Santorum en una caseta de perro adosada al techo del vehículo) a una de las anécdotas más extrañas y hasta escatológicas de Mitt Romney. La familia al completo tenía que hacer un largo viaje por carretera y no había espacio material para el perro, el adorable Seamus.
No recomendable para amantes de los animales.
The destination of this journey, in the summer of 1983, was his parents’ cottage, on the Canadian shores of Lake Huron. The white Chevy station wagon with the wood paneling was overstuffed with suitcases, supplies, and sons when Mitt climbed behind the wheel to begin the 12-hour family trek from Boston to Ontario. As with most ventures in his life, he had left little to chance, mapping out the route and planning each stop. Before beginning the drive, Mitt put Seamus, the family’s hulking Irish setter, in a dog carrier and attached it to the station wagon’s roof rack. He had improvised a windshield for the carrier to make the ride more comfortable for the dog.
Los hijos estaban avisados. Las paradas para repostar en gasolineras estaban calculadas por el siempre metódico Romney. Nada de pedir ir al cuarto de baño entre una y otra. Esa información no llegó a Seamus con la precisión necesaria. Su habitáculo en el techo no estaba lo bastante aislado del exterior. Uno de los hijos alertó a papá Mitt que un líquido oscuro se estaba deslizando por la luneta trasera. Puagh.
Parada en la gasolinera más cercana y manguerazo al perro y al coche.
En las primarias republicanas, Romney ha solventado todos los problemas inesperados con chorros de dinero. El candidato y los PAC que apoyan su campaña se han gastado 33,5 millones de dólares en anuncios televisivos. Santorum, 4,4 millones.
Cada voto le ha costado en este capítulo a Romney y a sus partidarios 10,43 dólares. Si computamos otros gastos, la cifra se eleva a 17,14.
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¿Qué fue de Seamus? Según la familia Romney (digamos que es la versión oficial), acabó en casa de la hermana del candidato en California disfrutando de una plácida jubilación en un clima cálido hasta su muerte. Según algunos periodistas que tuvieron una discreta conversación con dos hijos de Romney, el perro huyó cuando la familia llegó a Canadá tras ese largo e incómodo transporte.
Seamus prefirió las incertidumbres de la libertad al viaje de vuelta.