El Reino Unido está de fiesta en los próximos días. Celebra el jubileo de la reina Isabel II, el 60º aniversario de su llegada al trono. Para un país que conserva un amplísimo repertorio de tradiciones (laicas y religiosas, democráticas y tradicionales, políticas y sociológicas), la festividad es un breve momento de celebración en medio de un mar de pesimismo y falta de esperanzas. Básicamente, este es un juego de suma cero. El extraordinario desprestigio de algunas de las principales instituciones se compensa con el aumento del crédito que los ciudadanos conceden a la monarquía, o quizá más a la reina que a la monarquía.
Y lo gracioso de todo esto es que Isabel II ha alcanzado ese estatus sin hacer nada, a pesar de ser muda, sorda y ciega a los cambios que se han producido en el país a lo largo de su reinado. O quizá precisamente por eso.
Excepto en las semanas posteriores a la muerte de Diana de Gales (porque una mujer de otra época no podía entender el impacto emocional de la cultura de las ‘celebrities’ en su versión más dramática, que no otra cosa fue el ascenso a los altares de la joven princesa), el prestigio de Isabel II no ha hecho más que aumentar en la última década. Al ser una nación de naciones, Gran Bretaña necesita algunos símbolos que la mantengan unida. En ese sentido, Isabel II ha ganado por incomparecencia del rival. Otras instituciones con mejores credenciales para cumplir ese rol por ser democráticas han ido laminando su reputación.
Lo sabe bien Alex Salmond, el primer ministro escocés embarcado en un proceso largo y lleno de obstáculos para convertir a Escocia en un Estado independiente. Tiene claro que Isabel II, lo quiera ella o no, es una carta ganadora en su proyecto independentista. Por eso, siempre ha mantenido excelentes relaciones personales con la monarca y desde luego aspira a que la reina sea un elemento de continuidad en la escisión no traumática del Estado. Por algo será que muchos periodistas de Londres creen que Salmond es el político más astuto del país en una época de pigmeos.
Leí una vez, y no recuerdo dónde, que Isabel II contaba con la ventaja de haber vivido el acontecimiento histórico que es el auténtico mito fundacional del Reino Unido: la Segunda Guerra Mundial. Parece la típica idea tan provocadora como estúpida. ¿Hablamos, en relación a un país tan antiguo, de un acontecimiento que se produjo a mediados del siglo XX? Pero los que han vivido en Gran Bretaña saben que la guerra y todas sus historias repletas de dolor y heroísmo están hoy muy presentes, casi hasta niveles obsesivos, por ejemplo en los medios de comunicación, en especial la BBC, y la industria editorial.
Como tantos otros mitos (perdón, como todos los mitos), contiene tantos elementos históricos como imaginarios. Los británicos no ganaron la guerra, sino que aguantaron el tiempo suficiente para que la ganaran los norteamericanos y, sobre todo, los rusos. Sin embargo, el recuerdo permite olvidar casi todo un siglo que fue para los británicos un lento y constante camino hacia la decadencia, y centrarse en su momento más extraordinario. The finest hour.
Cuando la madre de Isabel II se negó a que la familia real huyera de Londres y se refugiara en el lejano castillo de Balmoral aseguró el futuro de la institución durante décadas. ¿Suena muy antiguo? Los políticos se ocupan de que no se pierda en el tiempo con sus constantes llamadas al sacrificio cuando todos los ciudadanos saben que los de arriba nunca sufren lo que soportan ellos. La hipocresía y el discurso vacío de los políticos ‘democráticos’ son la mejor garantía para la institución menos democrática.
Con independencia de lo que digan los historiadores y los catedráticos de derecho constitucional, la legitimidad no se hereda, al menos en nuestros tiempos. Todo ese andamiaje tan aparentemente perfecto sufrirá un choque de dimensiones aún desconocidas cuando muera Isabel II y le suceda su poco popular hijo mayor. Pero durante muchos años podrá vivir del crédito acumulado por su madre.
Algunos detalles de esta supervivencia no dejan de llamar la atención por su anacronismo. El Gobierno británico es el Gobierno de su majestad. Cuando la reina confiere la labor de formar Gobierno al vencedor de las elecciones esa persona se convierte automáticamente en primer ministro sin necesidad de recibir antes el visto bueno de la Cámara de los Comunes (aunque obviamente sin ese apoyo no podrá gobernar ni durará en el cargo más que unos días). Todo eso es posible porque la reina es neutral hasta el extremo de la invisibilidad. La reina no toma ninguna decisión política. Punto.
Incluso cuando la transición no está asegurada, como en las últimas elecciones cuando ningún partido obtuvo la mayoría absoluta, todo está medido para que la reina no se vea implicada en el juego político. El establishment se asegura de eso. Al día siguiente de la derrota laborista, los idiotas de The Sun estaban llamando «squatter» a Gordon Brown por no presentar la dimisión de inmediato y salir por piernas del 10 de Downing Street. No sabían que eso ponía en una situación potencialmente incómoda a la reina porque si Brown dimitía, Isabel II estaba obligada a convocar a Cameron para que formara un Gobierno para el que no tenía aún mayoría. Tenía que tomar una decisión política de consecuencias impredecibles en vez de limitarse a certificar formalmente la decisión adoptada por los británicos en las urnas. Eso no se podía permitir.
Más allá de los tópicos (falsos) que indican que los pueblos mediterráneos son anárquicos y difíciles de gobernar, mientras que en el norte de Europa la población es disciplinada y sumisa, los británicos disfrutan de un agudo sentimiento de desconfianza de la autoridad. Les encanta hablar mal de los arriba, sea en la escala social o política. En los últimos años, el escándalo de los gastos de los parlamentarios, las escuchas e invasiones de la privacidad por la prensa de Murdoch y la crisis financiera han erosionado hasta el máximo el prestigio del poder político, periodístico y financiero. Diputados, periodistas y banqueros ven laminada su posición social, mientras la reina se destaca sobre los demás por su indudable capacidad de no hacer nada.
Es este un mal año para los republicanos en el Reino Unido, y ya no lo pasaron muy bien el año pasado con la boda de William Windsor y Kate Middleton. Por dar un ejemplo, el periódico de referencia de la izquierda, The Guardian, dedicó 16 páginas a la cobertura y disfrutó de un considerable aumento de la difusión el día después de la boda.
El dramaturgo David Hare, de probadas convicciones izquierdistas, destaca (y The Guardian abre su portada de hoy con el artículo) que la reina, la BBC y la sanidad pública son los únicos iconos que la población británica respeta. Isabel II es simplemente una actriz que sabe cuál es su lugar en el escenario y no se mueve ni un centímetro de allí. Otros protagonistas más relevantes de la obra tienen mejores frases, se desplazan con total libertad de movimientos y lo único que consiguen es hundirse aún más en el descrédito.
La reina prefiere no decir nada.
Pues la reina Isabel no se parece mucho a nuestro campechano monarca. Juan Carlos de Bourbon, y su encantadora familia, encabezada por el profesional del ‘talonmano’ Iñaki Urdangarin…
Me parece muy bien que se critique a la monarquía inglesa, solo espero la misma sinceridad cuando se habla de la española. Puede que te parezca poco que la familia real se quedara en Londres durante los bombardeos nazis, pero que habría hecho la española? o mejor aún ¿a qué país árabe se habrían ido a disfrutar de las prebendas mientras España era arrasada?. Consejos traigo que para mi no tengo!.
Lo que comentas no es un topico falso, sino un falso topico. Los españoles no tenemos fama de anarquicos, sino de mal organizados, que no es lo mismo. Como no tenemos fama de dificiles de gobernar, sino de incivicos y tunantes. De hecho, muy al contrario de lo que sugieres, en lo que respecta a los gobiernos somos y hemos sido siempre mansos y dociles, apegados al rey de turno alla fuese un canalla o un imbecil. España siempre ha sido una federacion de taifas y chiringuitos, con caciques y señoritos repartiendo favores y todo el mundo callando a la espera de llevarse su parte. Los topicos suelen tener mucho de cierto, pero hay que atinar con ellos.
«La reina prefiere no decir nada.»
Es la Estrategia Mariano.
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