En primer lugar, el cachondeo. Este es el cirio que se montaron CNN y Fox News, sobre todo la primera, con la noticia del veredicto del Tribunal Supremo sobre la reforma sanitaria de Obama.
La noticia era de la máxima importancia, todos los medios estaban preparados para dar el titular cuanto antes, hay medios que creen que adelantarse 24 segundos es todo un triunfo (esta presión es la que hace que se cometan este tipo de errores) y las decisiones del Supremo norteamericano no son como el minuto de juego y resultado de un partido.
El Supremo, por cinco votos a cuatro, decidió ratificar lo que los republicanos llamaron Obamacare. El voto decisivo no fue del ‘centrista’ Anthony Kennedy, sino de John Roberts, que preside el tribunal y que fue nombrado por Bush. Ha sido toda una sorpresa, porque en realidad lo más habitual es que cada bloque de jueces vote en función de sus ideas (progresistas o conservadoras) y que Kennedy sea el único voto que desequilibre la balanza.
El hecho de que la reforma sea constitucional no la convierte en obligatoria (un detalle que en España se suele perder de vista para las decisiones de nuestro Tribunal Constitucional). Una derrota de Obama en noviembre enterraría el concepto de sanidad universal en EEUU. Se trata de un asunto más político que jurídico, aunque tenía que superar el obstáculo relacionado con la división de competencias entre el Estado federal y los estados federados, el asunto al que se atan los republicanos en EEUU para intentar acabar con las reformas más ambiciosas de los demócratas.
El Gobierno federal fracasó en su intento de defender el punto clave de la reforma (la obligación de todo ciudadano de suscribir un seguro sanitario para lo que también se establecen las ayudas necesarias) con la cláusula de comercio de la Constitución, que da a Washington la capacidad de regular las relaciones comerciales entre estados. Ese es el agujero del tamaño de un campo de fútbol por el que Washington ha colado históricamente la ampliación de sus competencias sobre los estados.
Pero Roberts inclinó la pugna jurídica en favor de Obama con el argumento, que no carece de lógica, de que la obligación de asegurarse no es otra cosa que un impuesto más, algo que está dentro de las competencias de Washington. Si alguien por la razón que sea se niega a suscribir el seguro, puede recibir una multa, que en la práctica equivale a un impuesto.
La decisión del Supremo es una inapelable victoria para Obama, más allá del hecho de que la aplicación de la reforma en un hipotético segundo mandato provocará un fuerte aumento del gasto sanitario y consecuencias políticas impredecibles. El mensaje que el presidente puede enviar a los que le votaron en 2008 es que su victoria sirvió para algo y que precisamente ese logro está en peligro si los conservadores regresan a la Casa Blanca.
El primer mandamiento de un presidente para salir reelegido es conseguir asegurar su base electoral. El desgaste en el poder le hará perder inevitablemente algunos apoyos entre los votantes independientes o entre los que le votaron como mal menor. Pero no va a ninguna parte si no consigue mantener el apoyo de los más fieles. Por ahí empezaron a perder la reelección George Bush, padre, y Jimmy Carter.
Además, Obama necesita más banderas que la situación económica para construir su campaña. La anémica recuperación no le permite fiarlo todo a los puestos de trabajo creados en los dos últimos años. La economía dominará el duelo con Romney, pero cada día que se hable de otro asunto será un día menos que dedicarlo a un panorama no excesivamente optimista.
Hace cuatro años, los quehaceres de Obama y las trifulcas de la política interna de EEUU me parecían apasionantes. Hoy, con toda la mierda que tenemos encima, me parece altamente irrelevante y sin ningún interés.
«Aumentará el gasto sanitario» sostenido con dinero público, pero se supone que el gasto sanitario total per capita bajará.