La temporada de ascenso al Everest este año ha concluido. Según las últimas informaciones, la mayoría de los sherpas que trabajan para las expediciones internacionales han decidido poner fin a su trabajo a causa de la última tragedia y de la negativa del Gobierno de Nepal a aceptar sus reivindicaciones. El viernes 18, 16 nepalíes murieron en una avalancha, de los que 13 eran sherpas y tres de otros grupos étnicos del país.
A diferencia sobre todo del K2 y de otras cumbres del Himalaya, el Everest no tiene fama de ser un asesino implacable de aquellos que desafían las cumbres superiores a los 8.000 metros. Eso es al menos lo que sabemos de los relatos de sus hazañas. No es del todo cierto. Para los sherpas, continúa siendo un trabajo extenuante y peligroso. No son sólo porteadores. También se ocupan de tender cuerdas y escaleras, y por tanto atravesar varias veces zonas de peligro.
En los últimos años, lo que se ha dado en llamar la comercialización de las ascensiones a la montaña más alta de la Tierra ha hecho que el número de escaladores haya aumentado de forma espectacular. No es que cualquiera pueda subir el Everest. Pero a diferencia de los alpinistas profesionales, y siempre que se tenga un mínimo de buena forma física, un abogado o un arquitecto pueden formar parte de una de esas expediciones si tiene el dinero necesario (entre 50.000 y 90.000 dólares).
Jon Krakauer explica que no se trató de un accidente inesperado. Krakauer es el autor de ‘Mal de altura’ (‘Into Thin Air’), un libro apasionante sobre lo que ocurrió en 1996, cuando una tormenta acabó con la vida de ocho personas en la ascensión.
El alud se produjo por el desprendimiento de un gigantesco bloque de hielo que, según cuenta Krakauer, ya presentaba un aspecto peligroso en 2012 cuando una importante empresa de escaladas decidió suspender sus operaciones a mitad de temporada. La formación de hielo suponía una amenaza sobre la ruta principal de subida en el lado de Nepal.
Todos hemos leído alguna vez que la mayoría de los escaladores de estas expediciones de pago utilizan desde el primer momento botellas de oxígeno en la ascensión, y obviamente son los sherpas los que deben transportarlas, además del resto de material. Lo que no sabía es que otra ayuda extra es un medicamento llamado Dexametasona (o Decatrón en su nombre comercial) que reduce el riesgo de sufrir un edema cerebral o pulmonar a esas altitudes. No suele ser un fármaco que esté a disposición de los sherpas.
Hay una famosa foto de 2012 en la que se ve a una fila interminable de personas literalmente haciendo cola en la subida. Hay que insistir en la idea de que la ascensión al Everest no es un picnic de fin de semana, pero aun así está claro que la masificación de la ascensión sólo ha sido posible por el hecho de que está económicamente al alcance de mucha más gente dentro de unos razonables niveles de seguridad. En 2013 658 personas llegaron a la cumbre. Los profesionales comentan que hasta el 90% de ellos no suelen tener experiencia de alta montaña.
Aunque parezca difícil de creer en un entorno en el que un ser humano no puede sobrevivir (por algo a partir de 8.000 metros algunos le llaman la zona de la muerte), en el ascenso al Everest se producen a veces atascos y largas colas. La tensión entre expediciones y sherpas llegó a un nivel inaudito en 2013 cuando un grupo de sherpas atacó a tres montañeros europeos que subían por su cuenta y no atendieron a la petición de que no atravesaran una zona en la que estaban tendiendo cuerdas.
La seguridad no es la misma para todos. Los sherpas continúan sufriendo un alto número de muertes y lesiones, hasta el punto de que si lo consideramos una profesión, como lo es para ellos, cuenta con unos niveles de mortalidad muy elevados.
Por un trabajo que se realiza entre finales de marzo y mayo, los sherpas reciben un dinero con el que mantienen a sus familias el resto del año. En caso de muerte, los seguros que están obligados a suscribir las expediciones entregarán a sus familias el equivalente a unos 10.000 dólares. Hace sólo un año ese mínimo impuesto por el Gobierno era la mitad.
Pero llevan tiempo indignados porque el Gobierno se niega a aumentar las cantidades que entrega como indemnización en caso de percance. Tras la última tragedia, hicieron una serie de reivindicaciones que de momento no han sido aceptadas. El Gobierno sólo ofreció unos 400 dólares a las familias de los muertos. Los sherpas reclaman elevar esa cantidad a mil dólares, aumentarla también para aquellos que quedan incapacitados tras sufrir accidentes, y doblar el seguro mínimo en caso de fallecimiento.
Las ascensiones al Everest son un gran negocio para el Gobierno de Nepal, que cobra 10.000 dólares a cada extranjero que pretende subir la montaña. Años atrás, la cantidad era mucho mayor, pero el aumento constante de montañeros permitió que se redujera.
Se lleva tiempo diciendo que un descenso del número de escaladores sería un primer paso para controlar la masificación y los problemas que conlleva. Nadie cree que eso pueda ocurrir. El Everest es un gran negocio para Nepal.
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Uno de los fallecidos es Ang Kaji Sherpa, que subió a la cumbre por primera vez en 2012 en una expedición de National Geographic.
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Este es uno de los pasos sobre una escalera que se debe realizar en la asensión. Son los sherpas los que colocan cuerdas y escalas para que pasen después los montañeros.
Preparativos de la pila funeraria para uno de los sherpas muertos en el alud.