La defensora del lector del NYT le da un buen repaso al periódico por su portada del lunes 21, que destacó una prueba presentada como definitiva: las fotos que demostraban que los milicianos prorrusos al frente de la sublevación contra el Gobierno de Kiev en el este de Ucrania estaban a las órdenes directas de Moscú. Esas imágenes «sugerían» que se trataba de militares y miembros de los servicios de inteligencia rusos.
Dos días después, ya sin rastro en la portada, otro artículo del periódico introducía algunas matizaciones sobre la calidad de esas pruebas sin dejar las cosas claras. Para la defensora, Margaret Sullivan, todo tenía un aire familiar: una filtración del Gobierno que el periódico acepta como hecho casi indudable, acuciado quizá por las prisas y las ganas de contar con un gran titular de portada, que días después va difuminándose poco a poco. Pero esa noticia inicial queda ahí y cumple su función, al menos desde el punto de vista de los intereses del Gobierno.
Es un territorio que nos suena conocido. En 2002 y 2003, el NYT abandonó el natural escepticismo que debe inspirar a un medio de comunicación al digerir la información que recibía del Gobierno para apoyar la posición de la Administración de Bush en relación al arsenal iraquí. En el colmo de la paradoja, el Gobierno filtraba información averiada al periódico que este publicaba y que servía a ese mismo Gobierno para reforzar su posición frente a la opinión pública, porque a fin de cuentas lo había contado el NYT.
Sullivan destaca que varios lectores se han quejado porque no es posible sacar conclusiones tan tajantes a partir de indicios tan poco sólidos. La respuesta del jefe de internacional del diario es cuando menos endeble: hicieron lo que pudieron en un solo día y tampoco pretendían que esa fuera la conclusión definitiva, una impresión que a buen seguro no es con la que se quedaron sus lectores.
La defensora llega a la conclusión de que se dio demasiada relevancia a lo que era básicamente información entregada por el Gobierno norteamericano.
Time entrevistó a uno de esos sospechosos de estar en nómina de los rusos, un tal Alexander Mozhaev, un tipo que con su estampa, barba incluida, no era raro que apareciera en multitud de fotos, y algunos creyeron verle también en otras tomadas en Georgia en 2008. Como agente ruso, daba el pego, tanto que parecía casi elegido para la ocasión. Demasiado oportuno.
Mozhaev es un cosaco, de nacionalidad rusa, pero está muy lejos de ser un agente secreto del FSB. Desde luego, de secreto tenía poco.
Putin ha terminado por reconocer que entre las fuerzas militares que impusieron el orden en Crimea e hicieron posible el referéndum que acabó por certificar la anexión de la región a Rusia (el regreso, dirían en Moscú) había tropas rusas de la flota del Mar Negro. Nada que nos sorprenda demasiado, a pesar de los desmentidos iniciales de Moscú. Ahora niega que haya fuerzas rusas en el este de Ucrania y podría estar mintiendo como entonces, pero para demostrarlo habría que contar con pruebas más sólidas que la información interesada que el Gobierno ucraniano ha entregado al Departamento de Estado norteamericano.
¿Hay agentes del servicio inteligencia ruso trabajando en el este de Ucrania para fomentar la oposición a las autoridades de Kiev? Es bastante probable, y si no fuera así Putin debería destituir a sus responsables y enviarlos a cultivar arroz a la zona más seca de Siberia. Demostrarlo es un asunto muy diferente. Creer que el problema actual de Ucrania se debe únicamente a las maniobras de Moscú, aún más.