Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, dice esa frase que se ha convertido en un cliché. Pero aunque sea un lugar común, no deja de ser verdad. También es cierto que hay pueblos que son prisioneros de su historia y parecen condenados a repetir los errores del pasado. Lo que es indudable es que la memoria histórica es el elemento fundamental con el que se construye una identidad cultural y política. Ignorarlo, como se hace habitualmente en España, sólo sirve para perpetuar los conflictos. La apelación a mirar hacia adelante es sólo un truco de los políticos con el que intentar huir de su responsabilidad.
José María Faraldo escribe sobre las dos legitimidades históricas que afectan al conflicto de Ucrania: «El problema surge de la percepción distinta que los ciudadanos ucranios tienen de los acontecimientos de la II Guerra Mundial y de la posguerra». Una parte de la población recuerda la resistencia contra el invasor alemán como una gran guerra de liberación en la que además lo que hoy es Ucrania sufrió la parte más dura del terror nazi.
Por el contrario, lo que recuerdan muy bien los otros ucranianos, es que «Moscovia —identificada con la Rusia de los zares, la URSS de Stalin y la Federación Rusa de Putin— invadió Ucrania y la sometió a un régimen colonial de explotación y sometimiento. Ucrania —repartida desde antiguo entre varios imperios— fue sometida por Stalin a un holocausto de hambre —el llamado Holomodor—, donde murieron varios millones de ucranios y a una colectivización forzosa de la agricultura que causó varios millones más, entre muertos y deportados».
La Ucrania que detesta a Moscú considera que el sometimiento de su tierra a la voluntad primero de los zares y luego de la URSS supuso una tragedia colectiva de dimensiones incalculables. «Pero no asume —o sólo en muy pequeña medida—, el hecho de que los “patriotas” ucranios que prevalecieron (en la lucha contra la URSS) fueron la fracción más nacionalista, un movimiento fascista culpable de crímenes horrendos, que asesinó a decenas de miles de polacos y de ucranios que no se sometían a sus dictados. Y de judíos. La participación del fascismo ucranio en el Holocausto es innegable, su consideración del judío como enemigo en todos los aspectos, no muy distinta de la de los nazis».
Si los nacionalistas ucranianos no tuvieron un papel más relevante en el Holocausto, fue porque, para los nazis, los ucranianos no eran más que otro pueblo eslavo del que había que desconfiar y, como parte de la URSS, arrasar.
Faraldo lamenta que los sucesivos gobiernos de Kiev no hayan sido capaces de construir un consenso que supere esas diferencias. En ese sentido, es demasiado optimista, a menos que se refiera a un consenso mínimo que permita asegurar la convivencia. Si esos políticos hubieran llevado a cabo una gestión política mínimamente decente, lo que no es el caso, esas discrepancias históricas habrían seguido estado presentes, aunque no habrían servido para atizar el enfrentamiento.
Pero, como demuestra el caso de España o también el de EEUU, es una ilusión la idea de que se pueden hacer desaparecer las heridas del pasado originadas en guerras civiles que ocurrieron en décadas o incluso siglos atrás. Sólo se puede convivir con ellas. Más tarde o más temprano, volverán a salir a la luz. De lo que se trata es de intentar que no sean la materia prima básica de un nuevo conflicto violento.
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Foto: un chico contempla a su familia asesinada por los nazis en Zboriv, Ucrania, 5 de julio de 1941. Un oficial alemán lo mató de un tiro momentos después.