Mitos y leyendas españolas sobre el referéndum de Escocia

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Una de las constantes en el análisis sobre los políticos nacionalistas catalanes habituales en la prensa de Madrid consiste en definir a los primeros como estrategas astutos y taimados, mientras el Gobierno central (sea el de Zapatero o el de Rajoy) está en manos de torpes aprendices que dejan hacer sin utilizar los recursos del Estado para aplastar a los secesionistas de una vez y para siempre, como si eso fuera posible. Recientemente, he leído que Victoria Prego lamentaba que ya no existiera en el Código Penal la opción de meter en la cárcel al político al que se le ocurriera poner en marcha un desafío similar al de Artur Mas.

Cuando en una democracia pretendes solucionar problemas políticos complejos con una orden de detención, comienza a quedar claro que has perdido la cabeza.

El referéndum de Escocia ha permitido además que aparezcan unos cuantos análisis basados en datos falsos. No me refiero ya a que algunos tengan el descaro –desde un país con la historia que tiene España– de dar lecciones de democracia liberal a los británicos, como así se ha hecho, sino a que, con la intención de extraer lo que podríamos llamar ‘lecciones catalanas’, se da información falsa o muy cuestionable. Todo con tal de destacar que David Cameron cometió un inmenso error al permitir el referéndum o que cayó en la trampa tendida por Alex Salmond.

Un buen ejemplo de ello es el artículo que publica este domingo el director de El Mundo, Casimiro García Abadillo. Para que no se diga que lo interpreto, aquí están los párrafos a los que me refiero:

«El líder del SNP ha actuado de acuerdo con la legalidad, entrando por la puerta abierta por el primer ministro británico.

De hecho, el referéndum no era la opción favorita de Salmond. Esta semana, el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, que conoce bien al líder nacionalista (su empresa tiene una fuerte implantación en Escocia), me contó que, durante una cena compartida por Patxi López e Iñigo Urkullu, Salmond confesó que su deseo era lograr un nivel de autonomía parecido al del País Vasco.

Y, de hecho, esa fue su oferta al Gobierno británico, que la rechazó sin contemplaciones, como la posibilidad de incluir en el referéndum una tercera alternativa: el aumento de las cotas de autonomía.

Cameron, cegado por las encuestas que hace dos años daban a los unionistas una holgada victoria, pensó que la mejor forma de no hacer concesiones era echar el órdago del referéndum para que los nacionalistas se callaran para siempre.»

Para cuestionar esta interpretación, es necesario extenderse en la explicación de las prioridades de Salmond y las opciones de ampliación de la autonomía escocesa después de las elecciones de 2011.

Es falso que el referéndum no fuera «la opción favorita de Salmond». Ni que, si esto es lo que se deduce, el SNP montara la trampa de la consulta para arrancar más competencias de Londres. Otra cosa es que puede ser cierto que Salmond contara lo que Abadillo relata sobre su reunión con Sánchez Galán. Iberdrola controla Scottish Power, la principal empresa escocesa del sector de la energía. Evidentemente, Salmond no quería asustar con la carta de la independencia a una multinacional extranjera a la que al mismo tiempo se le estaba presionando para que Scottish Power continuara invirtiendo en las infraestructuras escocesas.

El SNP siempre ha estado a favor de la independencia y de una consulta que la hiciera posible. El proceso de «devolución de poderes» que puso en marcha el primer Gobierno de Tony Blair nunca ha sido su opción favorita. En origen, permitió la formación de un Parlamento escocés elegido por sufragio universal, pero con unas competencias bastante restringidas, y desde luego insuficientes para los nacionalistas.

La posibilidad de ampliarlas a través de negociaciones siempre ha estado sobre la mesa. Durante varios años, esa idea contó con el apoyo de laboristas y liberales demócratas (los primeros gobernaron Escocia entre 1999 y 2007), sin que el SNP mostrara un gran entusiasmo. No se iba a conformar con las competencias que pudieran interesar a un Gobierno escocés dirigido por laboristas.

La situación cambió cuando los nacionalistas, liderados ya por Salmond, ganaron las elecciones de 2007, pero su victoria no pudo ser más estrecha. Sacó un escaño de diferencia a los laboristas (47 a 46). En esa legislatura, su propuesta de un referéndum no tenía los votos suficientes para salir adelante en la Cámara de Edimburgo.

Salmond podría haber apostado por el aumento de las competencias de las instituciones escocesas (con las opciones Devo Max y Devo Plus), y ahí hubiera tenido el apoyo de los laboristas. Pero no quiso dar ese paso, quizá porque suponía que le obligaba a un largo proceso de negociaciones en el que no obtendría todo lo que quisiera. Desde luego, el SNP no estaba por aumentar la autonomía, sino por la independencia.

Sin mayoría, Salmond puso en marcha un proceso de consultas a la sociedad civil y propuso a los demás partidos negociar los términos de un referéndum por la secesión. Por eso, planteó como posibilidad en 2009 que hubiera cuatro opciones (mantener la unión sin cambios, aumentar ligeramente las competencias de Escocia, un aumento significativo o la completa independencia). No concretó demasiado ni dejó claro cuáles serían las diferencias entre la segunda y tercera opción. Los demás partidos descartaron de plano sus ideas y Salmond utilizó ese rechazo como eje de la siguiente campaña electoral.

Todo cambió con la espectacular victoria de Salmond en 2011 en la que sí obtuvo la mayoría absoluta con 69 escaños (en un sistema electoral concebido para impedir que un solo partido controle la mayoría de la Cámara). Eso fue una sorpresa hasta para los propios nacionalistas, que en sus cálculos internos esperaban llegar hasta los 56 escaños, pero no más allá.

Salmond tenía entonces legitimidad suficiente para plantear el asunto de un referéndum por la independencia. De entrada, podía ganar la votación en la Cámara de Edimburgo. El sueño de la independencia, que se veía hasta entonces como un horizonte a largo plazo, parecía estar ya mucho más cerca. Las encuestas no decían eso, pero no hay límites a lo que un Gobierno cree que puede hacer con la mayoría absoluta, en especial si nunca la ha conseguido.

Contra lo que dice Abadillo, Salmond nunca ha ofrecido a Londres un futuro constitucional que se limite a unas competencias como las del País Vasco. Su apuesta por la independencia era completa y obligaba a Cameron a una respuesta a la altura de las circunstancias. Siempre podría haber adoptado lo que podríamos llamar la ‘defensa española’, convertir a Londres en una fortaleza que dijera no a todas las propuestas escocesas. Por algunas razones, que tienen que ver por cómo se concibe la democracia en el Reino Unido, eso no era posible, y en la prensa hubo muy pocas voces que reclamaran la intransigencia más absoluta. Salmond había obtenido una victoria arrolladora con un programa que tenía derecho a intentar cumplir.

La legitimidad estaba de su lado, y no en el bando de los partidos que habían sufrido una derrota contundente. La campaña de los laboristas escoceses, muy centrada en el rechazo al referéndum por considerarlo el paso más seguro hacia la independencia, fue un fracaso. Curiosamente, en ese momento ya circulaban en el Parlamento británico varias proposiciones de laboristas, conservadores y liberales demócratas para aumentar las competencias del Gobierno escocés, también en el terreno fiscal. Era su forma de responder a la reivindicación independentista de Salmond. Con la nueva situación creada por las elecciones, ya no parecían tener mucho sentido y todos se olvidaron de ellas.

El cálculo de Cameron se basaba en el hecho de que el apoyo a la independencia estaba entonces un poco por encima del 30%. Si Salmond quería su referéndum, lo tendría, pero sólo en un proceso negociado con Londres. Salmond había dado a entender que no necesitaría el permiso del Gobierno británico. La mayoría de los expertos constitucionalistas decían lo contrario. Al no haber una Constitución escrita, todo quedaba a la interpretación… hasta cierto punto. Si el referéndum iba a ser vinculante, tendría que ser aprobado por las dos cámaras legislativas.

Inmediatamente después de las elecciones de 2011, Cameron ya había dado a entender que sería difícil evitar la consulta: «Sobre el asunto del Reino Unido, si quieren celebrar un referéndum, haré campaña con cada fibra de mi cuerpo para mantener unido al país».

Ambas partes tuvieron que hacer concesiones. Cameron quería que se celebrara en 18 meses, a finales de 2013, y con una pregunta que fuera clara y terminante. No un referéndum en el que se preguntara a los escoceses si querían más autonomía (casi todos iban a decir que sí), sino uno que planteara de forma dramática la opción de la independencia. La idea, muy extendida en Londres, es que el nunca ganaría en esas condiciones. Además, seguro que pensaba que la legitimidad del Gobierno de Salmond para reclamar en el futuro más competencias quedaría bastante dañada con una derrota rotunda del no.

Sobre el tema de la fecha, los nacionalistas dijeron tras las elecciones de 2011 que querían celebrar la consulta cerca del aniversario de la batalla de Bannockburn (junio de 1314). Al final, incluso tuvieron más tiempo para prepararla. No fue en junio, sino en septiembre.

Salmond planteó además en esas conversaciones que el referéndum incluyera también la tercera opción del aumento de competencias (Devo Max). Por lo que veremos luego, era una forma de asegurarse la victoria con cualquiera de los dos resultados. No sabemos si fue en realidad una táctica negociadora para poder hacer alguna concesión que le garantizara sus prioridades: un referéndum vinculante y su celebración en la segunda mitad de la legislatura.

Lo que sí sabemos es que una parte muy importante del SNP (según algunos, la mayoría de su grupo parlamentario) estaba en 2012 en contra de incluir Devo Max (1) entre las opciones del referéndum. «Por lo que yo sé, la única persona que apoya Devo Max es Alex Salmond», dijo un diputado del SNP. Algunos políticos nacionalistas y los grupos cívicos proindependencia afirmaron en público que sólo harían campaña por la separación completa del Reino Unido. La sospecha de que la inclusión de una tercera respuesta en la consulta fue una argucia negociadora de Salmond aumenta al leer estas declaraciones.

Devo Max ha recibido desde hace muchos años un apoyo generalizado en los sondeos escoceses (mucho antes de que Salmond pudiera tener su referéndum). Por más que los partidos en Londres nunca descartaran esa opción, tampoco mostraron mucho interés por ponerla en marcha. Los laboristas suponían, y ahora se ha visto que con razón, que provocaría una iniciativa similar reservada para Inglaterra, y se planteara por ejemplo que sobre los asuntos «ingleses» no voten los diputados escoceses. Ahí salen perdiendo.

Un sondeo encargado por BBC en octubre de 2011 planteaba las tres opciones: un 33% apoyaba Devo Max, un 28% la independencia y un 29% mantener sin cambios la situación actual. Lo que ocurre con un referéndum con tres preguntas es que la posibilidad de que ninguna obtenga el 50% es muy alta. Es decir, en primer lugar hacía muy difícil que ganara el a la independencia. ¿Pero en qué situación dejaba a la causa unionista?

Para entender la oposición de Cameron a incluir Devo Max en la papeleta, hay que saber que la hipótesis que se contemplaba por entonces en Londres no se correspondía con los números de esa encuesta de BBC.

El temor era otro, que la opción Devo Max restara muchos más votos al no a la independencia que al sí. Por el apoyo generalizado a la idea de más competencias para Escocia, podía ocurrir que el al statu quo (que se quede todo como está) fuera mínimo. Incluso si no obtenía la independencia, eso habría dado a Salmond un poder descomunal para exigirlo todo en unas negociaciones posteriores. La idea, sentimental y política, de la unión de Escocia con el resto del Reino Unido habría quedado muy tocada.

¿Y la independencia? En esas condiciones, sólo era cuestión de tiempo convocar otro referéndum, esta vez sí con la pregunta definitiva. Cinco, diez años… Eso no es tiempo cuando estás dando los pasos que crees que conducirán a la independencia de Escocia por las que ha trabajado toda la vida.

En relación a Cameron, hay que decir que nadie convoca un referéndum de forma que, con independencia del veredicto de las urnas, siempre saldrás perdiendo.

Lo que ocurrió después es que una encuesta de YouGov puso al por delante a menos de dos semanas de la cita, y los políticos británicos sufrieron un ataque de pánico. Ante la tesitura de la partición del país, ofrecieron en términos genéricos (pronto sabremos si cumplirán su palabra) la opción de una mayor autonomía para Escocia, porque temían lo impensable para ellos, la derrota. Ahora sabemos que ese sondeo era lo que se llama un ‘rogue poll’, una encuesta completamente desviada de la realidad, pero entonces ¿quién podía asegurar algo así y arriesgarlo todo?

Por tanto, es falsa la idea –sugerida por Abadillo y otros– de que Salmond aspiraba simplemente a una autonomía similar a la del País Vasco y que sólo la torpeza de Cameron le permitió el gran desafío. Simplemente, es un intento de hacer una lectura ‘española’ de los acontecimientos de Escocia con la intención de que el Gobierno se deje de historias y aplique la mano dura con Cataluña.

(1): Sobre las diferencias entre Devo Max y Devo Plus, tengo que decir que no puedo dar una explicación clara. Depende mucho de qué político o asociación la explique o reclame. Se supone que Devo Max garantizaría a un Gobierno escocés la mayor parte de las competencias económicas (y desde luego las fiscales), dejando en manos de Londres asuntos nacionales como la política exterior y la defensa para los que Edimburgo debería hacer una aportación económica. Digamos que sería algo parecido al Concierto Económico del País Vasco y Navarra. Dar por hecho que esa es la opción que Londres aprobará tras la victoria del no en el referéndum es en estos momentos muy discutible. Devo Plus supondría un aumento de las competencias pero sin llegar a ese nivel.

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