Prestigio internacional, una posibilidad de ser escuchado por las grandes potencias y la capacidad de intervenir en grandes crisis, de las que ahora hay unas cuantas. Eso es lo que aporta ser durante dos años miembro del Consejo de Seguridad de la ONU. Algunos países lo desean. Algunos líderes lo desean desesperadamente.
Es mejor asegurarse. No conviene lanzarse a la carrera con retraso y no contar al final con apoyos suficientes. Dejarlo para dentro de dos años es mucho mejor que sufrir una derrota. Los rivales lo aprovecharán en casa. En el extranjero, todo el mundo tomará nota.
Erdogan quería ese puesto para Turquía y no lo tenía tan complicado. Se enfrentaba a España y Nueva Zelanda. Los neozelandeses, al igual que Australia, son buenos aliados de EEUU. Eso le daba una cierta ventaja, pero no definitiva. España…, los países del sur de Europa tampoco están ahora mismo en lo más alto de su prestigio. Las dudas del Gobierno de Rajoy sobre su integración en la coalición internacional dirigida por EEUU contra ISIS –no tanto por discrepancias ideológicas con Washington, sino por el temor a adoptar un papel protagonista en un conflicto de final incierto y por las pocas ganas de implicarse en el Irak que tan alto precio supuso para Aznar– no ayudaban a tomar en serio a España.
Sin embargo, el papel del perdedor por goleada quedó asignado a los turcos. Nueva Zelanda consiguió el puesto con facilidad en la primera votación. En la segunda, España ya se quedó muy cerca del objetivo y la tercera fue definitiva: 132 votos por 60 de Turquía.
En 2008, Turquía obtuvo una victoria incontestable: un puesto en el Consejo con 151 votos. Han pasado unas cuantas cosas desde entonces.
Con toda la atención puesta en Irak y Siria, además de otros puntos de conflicto en Oriente Medio, la candidatura turca parecía tener una cierta lógica. Interesaba a EEUU en teoría, porque necesita implicar a Ankara en una solución a las guerras de Siria e Irak, por más que nadie sepa exactamente cuál puede ser.
Da la impresión de que la contrarrevolución árabe de los regímenes dictatoriales ha jugado en contra de Erdogan. Según fuentes citadas por Newsweek, en los últimos días Arabia Saudí y Egipto presionaron a muchos países, probablemente de Oriente Medio y Asia, para que no votaran a Turquía (y sí a España) y castigar así al actual presidente turco por su apoyo a los Hermanos Musulmanes.
En relación a la guerra siria, Turquía se ha convertido a ojos de muchos en un país que tiene sus propios intereses no necesariamente alineados con lo que esperan tanto los países europeos como los gobiernos árabes que han hecho todo lo posible por acabar con Asad. Turquía está en la misma liga, pero no del todo.
Por lo visto en las últimas semanas con ocasión del cerco de ISIS a la ciudad kurda de Kobani, Turquía juega a varias cartas al mismo tiempo. Demasiadas. Durante los últimos tres años, ha apostado por la derrota de Asad y ha permitido el paso por su frontera de ayuda destinada a los grupos insurgentes sirios, de la que han terminado beneficiándose tanto ISIS como el Frente Al Nusra.
Los kurdos sirios de Kobani han visto cómo los soldados turcos han contemplado el sitio sin mover un dedo mientras estaban a punto de ser arrollados por los yihadistas. Sólo en los últimos días, los bombardeos norteamericanos parecen haber detenido su avance.
Turquía está ahora más preocupada por su propio problema kurdo. Se ha dado la curiosa circunstancia de que mientras los kurdos sirios pedían ayuda de forma desesperada, los aviones turcos se dedicaban a atacar a los kurdos turcos, es decir, al PKK. Y eso que se supone que Erdogan estaba dispuesta a intervenir militarmente para frenar al ISIS, o al menos eso creía Washington hasta hace unos días.
Lo que ha trascendido es que Erdogan exige para permitir el uso de la base aérea de Incirlik que EEUU acepte imponer una zona de exclusión aérea en el norte de Siria, una especie de movimiento decisivo contra Asad, que probablemente no se quedaría ahí, y del que se beneficiarían los mismos grupos insurgentes que norteamericanos y europeos no quieren que terminen haciéndose con el poder en Damasco. Por eso, EEUU duda de dar un paso que no tendría vuelta atrás.
La votación de la ONU puede ser un mensaje que unos cuantos países han querido enviar a Erdogan. En un avispero como el actual, Turquía no es el socio fiable al que le puedes dar la espalda.
Foto: un soldado turco en la frontera con Siria examina la ciudad kurda de Kobani.
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Corrección: en una primera versión, me empeñé en usar Estambul como sinónimo de Turquía. Dado que el imperio otomano es realmente una cosa del pasado, está claro que debería haber escrito Ankara.