«Marúan estaba tendido en la mesa de operaciones cuando las luces parpadearon y se apagaron. Encendí la linterna que utilizaba en esas ocasiones, pero empezó a fallar al fallar las pilas. La enfermera a mi izquierda sacó su teléfono móvil del bolsillo y lo encendió, ofreciendo la única luz en el sótano a oscuras. Otros hicieron lo mismo con sus móviles, enfocando las luces hacia la herida y dando la luz suficiente para que yo pudiera seguir reparando el cuerpo roto del chico.
Marúan había llegado a mi hospital de campaña, construido bajo tierra para evitar los bombardeos, después de perder a su madre, su hermana y dos de sus piernas en un ataque con ‘barriles bomba’ a finales del año pasado. Después de la operación, me preguntó con su voz tímida: ‘¿Podré volver a la escuela?’.
En otro incidente, dos semanas más tarde, trabajamos duro para estabilizar a un hombre con una grave fractura en la pierna. Lo metimos, junto a otros dos pacientes, en una ambulancia para un viaje de 90 minutos a la frontera turca, donde recibiría mejores cuidados en un lugar más seguro.
Justo cuando salían, cayó otro barril bomba cerca de la ambulancia. El enfermero fue el único que sobrevivió».
Es el testimonio de Abdel, un cirujano de Alepo, Siria, en un artículo en el NYT. Escribe ahora que la atención del mundo está centrada en ISIS para recordar que la guerra continúa en Siria, que el Ejército bombardea zonas civiles de forma indiscriminada, y que los hospitales, edificios fácilmente distinguibles desde un helicóptero a un centenar de metros de altura, son atacados de forma deliberada.
El cirujano trabaja en la zona este de Alepo ocupada por las fuerzas insurgentes y que sufre a diario, excepto los días nublados o con niebla, el ataque de los helicópteros. Es uno del centenar de médicos que, según Médicos sin Fronteras, continúa trabajando en una zona en la que aún viven unas 300.000 personas. Los demás han huido o han muerto,
«Las estadísticas hablan por sí solas», afirmaba esta semana Teresa Sancristóval, de MSF. «Si vemos el número de hospitales que han sido bombardeados, que se cambian de sitio y al día siguiente vuelven a ser bombardeados, se ve que no hay una intención de respetar a los centros sanitarios». Los habitantes de Alepo lo saben hasta el punto de que los consideran lugares peligrosos. «Buscamos un lugar para instalar un hospital, y en cuatro lugares los vecinos se negaron a permitirlo, porque decían que si lo poníamos allí, lo terminarían bombardeando».
Alepo tiene no más de una hora de suministro eléctrico al día. La zona controlada por el Gobierno está en mejores condiciones, pero también sufre ataques, en este caso de los grupos insurgentes, y pasa a oscuras toda la noche.
Un estudio de la universidad china de Wuhan ha utilizado imágenes vía satélite para demostrar que el 83% de las luces nocturnas han desaparecido del país desde marzo de 2011. El porcentaje es del 97% en el caso de Alepo.
Incluso en la zona oeste, la más poblada y controlada por el Gobierno, la diferencia es notable. La diferencia se debe a la huida de centenares de miles de personas en cada una de las zonas afectadas por los combates.