Una conspiración sionista internacional contra Netanyahu

netanyahu cartel

La mejor forma de saber si un primer ministro que busca la reelección puede perder las elecciones es descubrir que se sale del guión de campaña que más le puede beneficiar y empieza a disparar a todos los lados. Siempre tendrá una ventaja sobre la oposición: la experiencia que da el poder, los medios oficiales a su alcance y la ausencia de sorpresas sobre un futuro Gobierno. Cuando da a entender que ha perdido los nervios es porque cree que la derrota es una opción realista. El electorado tendrá la tentación de pensar que todo puede pasar.

Eso es lo que hizo Netanyahu el viernes con un extraño mensaje colgado en su página de Facebook, la típica diatriba que escribe un blogger en fin de semana con unas cuantas copas encima. No es raro que lo utilizara para cargar contra sus principales rivales, pero le pareció que eso no era suficiente. Describió una gran conspiración internacional en la que los líderes de Unión Sionista (la coalición formada por los laboristas y el partido de la exministra Tzipi Livni) no eran en realidad el actor principal. Ahí estaban también activistas de la izquierda, medios de comunicación extranjeros, empresarios israelíes y de fuera y hasta gobiernos extranjeros.

El Moriarty de Netanyahu no está entre los integrantes de esa ‘conspiración’. Se trata de Noni Mozes, dueño del Yediot Ahronot, que, según el primer ministro, busca la victoria de la oposición para poder forzar el cierre de otro periódico, el gratuito Israel Hayon, el de mayor difusión del país y propiedad de Sheldon Adelson (el magnate de los casinos que pasó por España a cuenta del proyecto de Eurovegas). Adelson es un partidario acérrimo de Netanyahu, como también su periódico, pero es poco probable que el destino de Israel se juegue en las guerras de periódicos.

Netanyahu afirma que esta trama conducirá a la victoria de Unión Sionista, que pretende la retirada de Israel a las fronteras de 1967 y la división de Jerusalén. Eso es falso y el que crea que un Gobierno dirigido por laboristas y el centroderecha de Livni va a ser un entusiasta partidario de la creación de un Estado palestino se equivoca. Pero Netanyahu tiene el miedo suficiente como para anunciar una confusa conspiración en la que él y el Estado son las principales víctimas.

Eso es una diferencia notable con respecto a anteriores campañas en las que el líder de Likud solía avivar el voto del miedo al principio para en la última semana vestirse de un traje más centrista con el que presentarse como garante de la estabilidad. Ahora las cosas han tenido que cambiar para que esté tan alterado.

También ha prometido que con él en el Gobierno nunca habrá un Estado palestino. Esta declaración ha aparecido en muchos titulares fuera de Israel, pero dentro no ha llamado la atención a los votantes. Ya lo sabían.

El estancamiento político en Israel es un hecho desde hace bastante años. Por muchos tiros que haya, no han pasado muchas cosas en la política interna, básicamente porque Netanyahu tenía bien controlado al Likud y la oposición transitaba resignada a su destino. Cuando surgía una nueva figura, como Yair Lapid (segundo en las últimas elecciones con un 14,3%), era probable que él mismo terminara diluyéndose. Pero por razones que no están muy claras, Netanyahu adelantó las elecciones dos años y medio antes de la fecha y ahora está pagando ese error.

Los israelíes han dejado de preocuparse de las cuestiones de seguridad y defensa que les absorbieron durante años. Sus gobiernos se han ocupado de hacerles ver que nunca pasará nada en relación al conflicto palestino. Ahora es la economía la que centra su atención. De ahí que en muchos artículos se citen las movilizaciones masivas de 2011 en las que la gente se lanzó a la calle para protestar por el aumento de los precios de las viviendas, la carestía de la vida y la desigualdad. Pero el caso es que en 2013 hubo elecciones en las que Netanyahu obtuvo los votos necesarios (un 23%) para continuar en el poder. A veces hay cambios sociales que necesitan más tiempo para tener una traducción electoral.

Israel no sufrió el impacto de la crisis iniciada en 2008 con la misma fuerza que se vio en Europa. Eso no quiere decir que no tuviera consecuencias. El dato más llamativo es el del precio medio de la vivienda, que ha subido un 55% entre 2008 y 2013.

El líder laborista, Isaac Herzog, ha prometido gastar 1.700 millones de dólares en dos años en educación, sanidad, vivienda y otras medidas sociales. Herzog no parece un líder con mucho carisma, pero quizá los israelíes se hayan cansado del estrés permanente de Netanyahu, que cuando no está alertando de que el mundo entero conspira contra Israel, anuncia que si no vuelan las bombas sobre Irán, el país acabará desapareciendo en mitad de una gran nube nuclear. Y además, figuras reconocidas, como el exdirector del Mossad Meir Dagan han manifestado en público que el belicismo de Netanyahu es la mejor forma de poner en peligro la seguridad del país.

El fragmentado mapa político israelí hará que el resultado de las elecciones de este martes no permita saber con seguridad quién estará en mejores condiciones para formar un Gobierno de coalición. Incluso si Unión Sionista supera en escaños al Likud, no tendrá garantizada esa posibilidad.

 

Esta media de encuestas da 25 escaños a la lista de Herzog y 22 a Netanyahu. A partir de ahí: 13 a la Lista Árabe (coalición de tres partidos palestinos), 12 al partido centrista de Yair Lapid, 11 al ultraconservador La Casa Judía (Bayit Yehudi), nueve a Kulanu (un partido fundado por un exministro del Likud), siete a Shas (ultraortodoxo sefardí), seis a Partido de la Torá Unida (ultraortodoxo askenazi), cinco al ministro ultra Lieberman, cinco a Meretz (de izquierdas), y cuatro a Yachad (fundado por un exlíder de Shas).

En esta otra encuesta reciente, Unión Sionista le saca cuatro escaños al Likud (26-22).

Con este panorama endiablado, cualquier pronóstico sobre el futuro Gobierno es prematuro. El Likud cuenta con más aliados potenciales que su gran rival, pero un mal resultado en las urnas puede convencer a esos partidos de que el tiempo de Netanyahu ha terminado y que sería más práctico probar con un nuevo socio más acorde con los deseos de la opinión pública. O pueden quedarse esperando a la puerta de la sede a que les llegue la oferta más atractiva. Esta última opción es muy propia de Israel. Por mucho que sus líderes alardeen de que el país es un trozo de Europa puesto en otro sitio del mapa, su política se parece más a un bazar mediooriental en el que el vendedor grita indignado que el comprador pretende engañarle mientras piensa en la oferta que le va a hacer inmediatamente después.

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