Leo que alguien lamenta que no se haya hecho una campaña viral sobre la matanza de Kenia. Las campañas virales no detienen guerras. No sirven para impedir que un grupo yihadista somalí lance una campaña de terror sobre Kenia. No sirven para que un Estado refuerce la seguridad de los objetivos más vulnerables en un ataque armado. Sí son útiles para tranquilizar nuestras conciencias.
No hemos aprendido mucho del fiasco de la campaña sobre Uganda y Joseph Kony. Los que se escandalizan por que estas atrocidades sigan ocurriendo sin que aparentemente nadie con poder haga nada por evitarlas podrían preguntarse: ¿cuántas historias se han interesado en leer el último mes sobre esa u otras zonas de África castigadas por la violencia?
¿Y una campaña militar? Cuando crees que la necesitas, es posible que ya sea demasiado tarde. Seguro que hay quien comenta que este baño de sangre no hubiera ocurrido con una presencia militar mayor en Somalia. Falso, otra vez. De hecho, se podría decir que es una consecuencia de lo contrario. Los ataques con drones norteamericanos han eliminado a muchos de los dirigentes de las milicias de Al Shabab. Las tropas de la Unión Africana han conseguido expulsarlos de muchos de sus baluartes.
Hace unos años, controlaban buena parte del sur y este de Somalia. Ahora han perdido tres cuartas partes de ese poder. Pero al ser más débiles se han convertido en más peligrosos para Kenia. Su objetivo no parece ser ahora controlar territorio somalí y lucrarse con ello, sino desestabilizar la región de Kenia habitada por musulmanes de origen somalí. La receta es conocida: terror contra los civiles y la esperanza de que el Gobierno atacado responda con una represión indiscriminada.
«Estamos asistiendo al nacimiento de un Boko Haram keniano», dice un diplomático citado por el FT.
Casi 25 años de desaparición del Estado en Somalia ha creado monstruos que se van relevando en un terreno propicio para la violencia. La degradación del Estado keniano, sin ser tan dramática como en Somalia, se ha ido acentuando en los últimos años. El nivel de corrupción e incompetencia en Nairobi empieza a ser parecido al que se sufre en Nigeria.
Las universidades de esa región, en especial las de la capital, Garissa, habían advertido al Gobierno de que necesitaban una mayor seguridad. Según la mayoría de las informaciones, el ataque contra la universidad de Garissa fue realizado por no más de diez hombres armados. La entrada del campus estaba vigilada por dos policías, que fueron fácilmente eliminados en el comienzo del ataque.
En pocas palabras, destruir es más fácil que construir. Siempre hay urgencias para responder con lo primero ante una horrible matanza. Para lo segundo, se necesita algo más que indignación. Y si un Estado desaparece o se va corrompiendo, pagarás las consecuencias durante muchos años.