Otro naufragio. Otra matanza. 400 muertos, o desaparecidos, que viene a ser lo mismo. Más tumbas en el Mediterráneo. Ese cementerio tan limpio en el que muchos europeos se bañarán despreocupados dentro de muy pocos meses. Se cumplen así las prioridades de los gobiernos de la UE. Italia clausuró el programa Mare Nostrum y la UE lo sustituyó por Tritón, un simple sistema de protección de las costas italianas con menos buques. El problema de Mare Nostrum, además de ser muy caro, es que servía para salvar vidas, vidas que acto seguido pasaban a residir en Europa. En opinión de gobiernos como el británico y el español, suponía un incentivo para intentar dar el salto. Esas vidas estaban mejor en el fondo del Mediterráneo como alimento de los peces. Ese es el incentivo que sería de utilidad.
Sólo hay que ver lo que sucede en Libia, Siria, Gaza y varios países africanos para saber que ese cálculo mental puede ser inhumano, pero sobre todo es absurdo. Las personas que se acumulan en las costas del Norte de África ya han arriesgado su vida para llegar hasta allí. Arriesgarla una vez más es sólo el inevitable paso posterior. Y hay muchos esperando en Libia.
Crucemos el mar y veamos lo que pasa en nuestros países. Los inmigrantes que ya están aquí, los que tienen papeles o no, los que pagan impuestos directos o indirectos, los que vienen de países que el Gobierno española llama «hermanos» con una retórica hipócrita, son la carnaza con la que se buscan votos en los sitios propicios. Se hace en Francia, en Gran Bretaña, en Holanda, en Dinamarca, y en España, ahora que entramos en un periodo electoral permanente, lo estamos empezando a ver.
En Cataluña el éxito del programa xenófobo del Partido Popular en Badalona (pasó del 21% en las elecciones de 2007 al 33% en las de 2011), ha animado a sus correligionarios de L’Hospitalet a seguir la misma línea. La candidata del PP, Sonia Esplugas, ha lanzado una campaña en la que no hay ya lugar para los disimulos: «L’Hospitalet necesita un cambio porque desde hace años tenemos problemas de inmigración, limpieza, incivismo y seguridad». Podría haberlo dicho de forma más directa: los extranjeros son sucios, salvajes y peligrosos). El efecto sería el mismo. Es el discurso racista de siempre disfrazado de preocupación por los problemas de la ciudad.
Lo mismo ha ocurrido en Vitoria, una ciudad poco castigada por la crisis en comparación con la media nacional, donde el alcalde ha encontrado en la xenofobia un argumento perfecto para buscar la reelección. Denunció en 2014 que los magrebíes vivían de las ayudas sociales, sin basarse en ningún dato o estadística. No los necesitaba, porque sólo pretendía apelar a lo peor del ser humano, esa parte miserable que te dice que tus problemas no proceden de las decisiones tomadas por los que mandan o de errores propios, sino por culpa de los que menos tienen, los que te quitan el trabajo que tú no quieres aceptar, los que malviven con sueldos de miseria.
Esa incitación al odio tiene consecuencias en forma de amenazas anónimas. Los que odian a los extranjeros se sienten ahora más fuertes. Maroto ha invertido su capital político en esta espiral y seguirá haciéndolo hasta el día de las elecciones. No será el único.
El panfleto que reparte el PP en L’Hospitalet está encabezado por el guiño de rigor: «Inmigración en L’Hospitalet: pensamos lo mismo». Odiáis a los extranjeros y no os atrevéis a decirlo en voz alta. Nosotros lo hacemos por ti. Danos tu voto a cambio.
No nos engañemos. Los prefieren muertos en el fondo del Mediterráneo.